Antonio Álvarez-Solís
Periodista

La trampa de la mesa

«Ha sido un debate abierto y con libertad de planteamientos, que ha servido para poner en evidencia la distancia de ambas partes sobre el conflicto político de Catalunya». ¡Pues no se necesitaban alforjas para tanto viaje!

Como supuse en su día la «Mesa» de diálogo de la Catalunya nacionalista con la España real ha sido un fracaso rotundo ya en su primera reunión. El Madrid representado por Pedro Sánchez puso la «Mesa» patas arriba en el primer comunicado de ese caótico embrollo con una simple y definitiva frase: «Cualquier acuerdo que se adopte en el seno de esta mesa se formulará en el marco de la seguridad jurídica». Al leer tal cosa recordé el alborozo de los «constitucionalistas» inventados en las Cortes de Cádiz, que levantaron el grito siempre mentido de España una, grande y libre: «¡Trágala, trágala, tú servilón. Tú que no quieres Constitución!». Aquellos liberales –hoy «estos» españoles– que no esperaron a que Fernando VII culminara su regreso triunfal a Madrid para enviarle la Carta de los Persas: «Era costumbre de los antiguos persas pasar cinco días en anarquía, tras el fallecimiento del rey, para (que todo esto) les obligase a ser más fieles a quien les devolvía ley, fe y orden... La obediencia al rey –decían los resistentes en Cádiz– es pacto general de las sociedades humanas... que lo tienen por padre, (así como se debe) respetar «el orden público, que imita a la naturaleza».

Dos mesas, subrayemos, la decimonónica y la presente, sustancialmente iguales en su ideología, pero separadas por doscientos años. España es una invención intemporal realizada en un Olimpo de dioses menores.

Volvamos ahora a la segunda «Mesa». Primera concreción de Madrid: «Cualquier acuerdo que se adopte en el seno de esta mesa se formulará en el marco de la seguridad jurídica». ¡Ay, lazarillo de Tormes, como mientes! Porque el marco de la seguridad es...¡la Constitución!, mazo en manos de diputados sucesores de la cochura del 78; de jueces que mantean la historia con su toga –ahora vale, ahora no vale–; de un orden público radical, cuyos heridos siguen poniéndose en Catalunya su esparadrapo por mostrar el furor colonial de los agredidos; de un orden que condena por sedición el libre pensamiento de unos diputados que tienen su «mesa» en la cárcel metropolitana del poder que todo lo puede «allá en el rancho grande». ¡Ay, Lázaro, que engullías de tres en tres las uvas robadas, pensando que el ciego sería también mudo...!

Como en el infierno del Dante la «Mesa» está presidida por el «lasciate ogni speranza, voi ch’entrate». «Los que aquí entráis perded toda esperanza», en traducción digital, como Dios manda, que no he de ser yo quien hurte el dedo a la sabiduría que hoy cabe en una tecla.

Pues el maestro, por humilde que sea, tiene sus peones de brega. Y así la ministra portavoz del gabinete, la Sra. Montero, puso el asunto a punta de capote donde era necesario: «La autodeterminación y la amnistía no caben en la Constitución y sobre el asunto del mediador no creemos necesaria la figura del relator». Con lo que el segundo espada, el Sr. Iglesias, se echó la mano a la taleguilla, palpó el pitón en la ingle y se fue casa para sanarse del cuerno buscón de la amigdalitis. Me ha dicho un ángel que yo tengo en la andanada que este romántico político se encerraba en su dolor mientras susurraba el llanto por Sánchez Mejías ante cuyo cuerpo yacente Federico García desplegó el verso inolvidable: “¡Que no quiero verlo!”: «Eran las cinco en punto de la tarde./ Una espuerta de sal ya prevenida/ a las cinco de la tarde./ El viento se llevó los algodones/ Y el óxido sembró cristal y níquel./ Ya luchan la paloma y el leopardo/a las cinco de la tarde». ¡Lo que habrás visto tú, reloj de la Generalitat, a las cinco en punto de la tarde! «¡Las heridas quemaban como soles./ ¡Que no quiero verlas». Y el president hablaba a los periodistas: «Ha sido un debate abierto y con libertad de planteamientos, que ha servido para poner en evidencia la distancia de ambas partes sobre el conflicto político de Catalunya». ¡Pues no se necesitaban alforjas para tanto viaje!

No puedo remediar mis melancolías, que en esta hora van al mártir catalán de los pies desnudos o al «avi» Maciá. Mis melacolías de una Catalunya herida en el costado, de una Euskal Herria en venta amañada, incluso de una Asturias, mi patria postrada, asimismo negada por los sin historia. «Si viviera to padre/ que yera tan buenu /campanines de plata llevaras al cuellu,/ pero agora, non; mi neñu; agora non».

Hablaba yo ayer con un español que estimo mucho y nos dolíamos ambos de la España que nunca fue aunque historiadores pidalistas le hayan inventado hasta una reconquista. Progresaba limpiamente nuestro diálogo hasta que mi interlocutor cansó del discurso, me dio una palmada amical en mi espalda ya curva y clamó mirando a mis gorriones que andaban a su alpiste: «Mira Antonio, me aburren nuestros esfuerzos por anudar los caminos. Así es que ¡Viva España! y que les den cuatro tiros». Soltó una carcajada, abrió una bolsa y me regaló un magnífico queso de oveja elaborado en tierras... ¡que más da qué tierras! Porque las tierras de España fueron y vinieron, crecieron y menguaron, se alzaron y se humillaron sin hacer más que soñar un imperio que habían de poner los reyes magos a nuestros reyes, dos dinastías que se consagraron a ver las estrellas para ver si caía el regalo. Vivo ahora en esa España en un magnífico rincón que estimo y he aprendido a escuchar la respuesta cuando inquiero desde mi poquedad qué es lo que creen sobre lo que pasa. «Mire usted, pinta nevada, pero la caza del cochino ha sido espléndida». Yo miró entonces hacia el manzano que tengo, pero este año, al parecer, dará poco de sí. Sin embargo ha nevado y la gente se ha puesto la zamarra por si nos visita pastoralmente el señor obispo, que mira de través, según temo, al Sr. Marlaska. Simplemente, España.

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