Kepa Ibarra

La zurda

Para empezar, giramos a la izquierda. Y con ese giro, fabricamos una ruta de contenidos cuando creemos que estos tienen suficiente base como para acercarlos a algún objetivo concreto o al mundanal ruido donde dimes y diretes, fobias o filias tienen una cabida más o menos regulada o se adentran en el Averno de lo inclasificable.

A través de los siglos por los siglos y llevando la cuestión a lo meramente antro-cultural, el fenómeno de las comunidades afines ha sido todo un descubrimiento, fundamentalmente para darnos cuenta de que –fíjate tú–, ahora resulta que coincido con tus planteamientos, tus principios bastante inalterables y hasta con idéntica formación etílica por aquello de la cerveza para todos y todas, en un amén coral bajo sesudas diatribas políticas a altas horas del mediodía.

A estas procacidades de la historia siempre le acompaña el regusto entre amargo y dulzón de lo que es y lo que tenía que ser para que la misma historia nos deje un hueco en la categoría de lo posible y lo que no puede ser no puede ser porque (dicen) además es imposible.

Y volvemos a la izquierda. Doblamos, nos encontramos alguna curva, la sexta rotonda, el semáforo en rojo y al final, contra el muro. Como una premonición, nos vamos hasta Marx para decir aquello de que hay que interpretar el mundo para cambiarlo y no para discutirlo, o a Freud cuando preconiza que usamos un porcentaje pequeño para lo consciente, o sea, que en el inconsciente está la razón para un desencuentro. Sea como fuese, cada vez que torcemos hacia la izquierda el camino se hace angosto, de difícil congeniar con las dificultades inherentes a la propia ruta zurda, hasta que decidimos que lo mejor es separar contenidos, multiplicar rutas y, en definitiva, que lo de compartir, aprender y transmitir, pues tururú.

Los caminos recónditos por donde transita la izquierda tienen en su génesis el sello inconfundible de la ingenuidad pragmática, al albur de planteamientos entre genéricos y caseros, cimentados bajo bases consistentes y rubricados con el aliciente transgresor de que cualquier cosa puede pasar, en una especie de resumen final donde todo sigue siendo común, aunque seamos un millón de veces divididos en un millón. Y de paso, no podemos olvidar que a pesar de tanta unidad en la pluralidad enemistada, tanto trasvase de nombres, siglas, afectos y desafectos, a pesar de tanta izquierda útil desactivada y sumisa como decía nuestro Marcuse cuando hablaba de que la dominación tiene su estética y la dominación democrática tiene su estética democrática, en esos recorridos por cualquier izquierda del mundo, siempre nos quedará enero de 1994 y nuestra Chiapas zapatista, nuestra Argentina del 2001 y sus cinco gobiernos derrotados, el titulado» fin de semana loco del Grafiti» en Egipto del 2011, o los arcos dorados del McDonald's representado en un monitor cardíaco y sin olvidarnos del Occupy Wall Street (OWS) creando el «Somos el 99%» de pobres con su ya mítico cartel –La mierda está jodida y es una porquería–. Todo, a precio de recordar para no olvidar.

Comentaba sobre los difíciles y complicados ejercicios de malabarismo que la izquierda planetaria de nuestros amores ha exhibido a lo largo de la historia y la repercusión esterilizante que muchas veces ha tenido en conciencias, ejercicios políticos de salón y sobre todo en la exhibición pública a micrófono abierto que enoja a muchos y muchas y que tanto anima el cotarro avícola y cacareador de una derecha con pelliza y gomina.

Es curioso como todas las publicaciones satíricas y con tintes sarcásticos del mundo caminan por la izquierda, lo que significa que todavía se sigue manteniendo viva la llama impenitente del sentido del humor y cuando menos de la consigna amable del disenso ideológico–fraternal, en aras a seguir construyendo nuevas rutas de debate bajo una confrontación política sesuda y ante una climatología que nunca vas a saber si traerá días de vino y rosas o truenos y centellas que nos harán sonreír hasta la próxima vez.

La historia nos cuenta con cierto desparpajo crítico que mientras la derecha es capaz de definir en una frase cualquier debate impregnado en la sociedad, la izquierda necesita dos horas para defender y argumentar el mismo debate. Bendecidos por los dioses de la retórica, bendita ruta de color y frescura. Lo demás se lo dejamos al frente judaico popular, al frente popular de judea, o lo que sea.

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