Cecilio Rodrigo

Las cataratas de Bilbao

Hay muchas y muy hermosas cataratas en el mundo: las cataratas de Victoria entre Zambia y Zimbabue, las del río Iguazú entre Argentina y Brasil, las del Salto del Ángel en Venezuela, solo por citar algunas. Describirlas con palabras no es sencillo. Cuando no llevábamos la cámara en el bolsillo o se dibujaban o se describían con palabras. Por ejemplo, en el libro de O. Matthews, Rupert (1988). Marshall Editions Limited, ed. Cataratas del Iguazú. "Atlas de lo extraordinario". Debate. p.188-191, podemos leer:

«Una exuberante y casi tropical vegetación, la frondosidad de los grandes helechos, las cañas de los bambúes, los graciosos troncos de las palmeras y miles de especies de árboles, con sus copas inclinándose sobre el abismo adornado con musgos, begonias rojas, orquídeas de oro, bromelias brillantes y bejucos con flores trompetas...».

Yo no sabría decirlo así.

Ayer, cuando iba sentado en el limpio y elegante tranvía de Bilbao, me acordé de las cataratas que he visto en mis viajes. El tranvía te deja ver el paisaje, el ritmo de la vida, el caminar, los colores y el vestir de las gentes de Bilbao. Ayer, mientras iba sentado en el tranvía, noté que me estaba quedando más absorto y más emocionado que cuando vi las cataratas que he mencionado.

Mi vista, en lugar de mirar el animado ir y venir de las gentes de Bilbao, se me quedaba un par de segundos mirando la expresión del rostro de cada uno de los viajeros y viajeras del tranvía. Empecé sin darme cuenta a estudiar la orografía de cada rostro: las cejas siempre distintas, los ojos, la frente, la barbilla, las mejillas, las bocas, los labios, las narices, todas las caras, de una en una y en todas y en cada una encontraba misterios indescriptibles, en cada cara una expresión distinta, un enigma: la mujer sentada al fondo, serena, concentrada no sé yo pensando en qué, en el pasillo de pie, un joven le enseña su móvil a su compañera de viaje y lee en voz alta esta frase: «EEUU enviará a Ucrania misiles que costearán los aliados europeos», el enjuto viejillo que ha escuchado la frase esboza una sonrisa, una emigrante subsahariana guarda silencio llena de timidez...

En el tranvía treinta viajeros y viajeras, treinta enigmas que yo no sé ni describir ni dibujar.

Sé que me vino a la memoria Francisco de Goya y Lucientes con su habilidad para dibujar y retratar la expresión de la cara de todos los personajes que plasmó en sus cuadros a lo largo de su vida. Empecé a recordar el retrato de la condesa de Haro que se puede ver hoy en el museo de Bellas Artes de Bilbao. Una mujer joven que te mira de frente, una joven que te mira con tenaz ternura, tímida, y a la vez, desafiante.

Un día tengo que invitar a Goya a viajar conmigo en el tranvía de Bilbao.

Ez adiorik! 


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