Jon Fernández Iriondo

Las claves de la moción de censura

Marian Beitialarrangoitia aseguró que no hablaría en nombre de su formación, sino en nombre de toda la Euskal Herria indignada y organizada: en nombre de la lucha por unas pensiones dignas, de la lucha feminista, de la lucha sindical, de la lucha por una justicia proporcional etc. Con este discurso, EH Bildu está adoptando una perspectiva de país en el sentido de que está dispuesta a echar a Rajoy, aunque ello suponga investir a Sánchez, porque es una de las pocas cosas que generan un consenso casi unánime en la sociedad vasca.

El pasado 1 de junio, en un drástico giro de acontecimientos, el independentismo en general y la izquierda independentista vasca en particular tomaron la histórica decisión de apoyar la moción de censura presentada por el PSOE y echar así del Gobierno al partido más corrupto de Europa. La reflexión era la siguiente: por un lado, el Partido Popular representa, entre otros, la corrupción, la persecución judicial, la violencia policial y el sabotaje al proceso de paz; pero, por otro lado, el de Pedro Sánchez dista mucho de ser un proyecto de democratización del Estado. Así pues, se trataba de una decisión meramente estratégica pero con grandes implicaciones históricas.

Es una decisión realmente compleja y no será posible hacer un análisis en profundidad de las implicaciones de la misma hasta que no tengamos cierta perspectiva histórica y hayamos visto las consecuencias a corto y a largo plazo de tal decisión. Sin embargo, procede adelantar cuáles van a ser las claves.

En primer lugar, en lo que al futuro de EH Bildu se refiere, en su intervención, Marian Beitialarrangoitia aseguró que no hablaría en nombre de su formación, sino en nombre de toda la Euskal Herria indignada y organizada: en nombre de la lucha por unas pensiones dignas, de la lucha feminista, de la lucha sindical, de la lucha por una justicia proporcional etc. Con este discurso, EH Bildu está adoptando una perspectiva de país en el sentido de que está dispuesta a echar a Rajoy, aunque ello suponga investir a Sánchez, porque es una de las pocas cosas que generan un consenso casi unánime en la sociedad vasca. Así pues, busca presentarse como una fuerza política responsable y con altura de miras, capaz de tener en cuenta los intereses de toda la ciudadanía y no solo de sus votantes, capaz de dejar las diferencias a un lado en aras de un objetivo común, en definitiva, capaz de formar una alternativa de gobierno en las instituciones vascas. Esta estrategia busca romper con la imagen de intransigencia que a día de hoy le atribuyen algunos sectores sociales en Euskal Herria.

En este sentido, la evolución de la izquierda independentista vasca es impresionante. Recordemos que históricamente la izquierda abertzale ha apostado por una estrategia más rupturista, llegando a boicotear las instituciones. De hecho, tras las elecciones generales de 2011, Amaiur no votó en contra de la investidura de Rajoy, sino que se abstuvo, porque la elección del presidente del Gobierno español era una cuestión que no les concernía. No obstante, en 2018, en un ejercicio de puro pragmatismo, EH Bildu se ha metido de lleno en la política española para echar a un presidente y poner a otro. Podría decirse que, en lo que a estrategia se refiere, la izquierda independentista vasca antes se parecía a la CUP y ahora más bien a ERC.

Otra de las claves de la moción de censura fue la anunciada por Arnaldo Otegi en una entrevista en Radio Euskadi: «Sería un acto de justicia poética que nacionalistas vascos y catalanes echáramos a Rajoy». Pues bien, no es solo justicia poética, sino que se trata de toda una demostración de fuerza. Los medios de comunicación, los mercados y los actores políticos tanto estatales como internacionales han captado el mensaje: el independentismo está fuerte y tiene la capacidad de echar al presidente del Gobierno. Vista su capacidad política, la comunidad internacional no tiene otra que tomar cada vez más en serio a los movimientos independentistas.

En tercer lugar, no hay que perder de vista el abanico de posibilidades que se abre con respecto las aspiraciones nacionales de Catalunya y Euskal Herria. En cuanto a Catalunya, el procés estaba atascado y la única forma de seguir adelante era mediante un cambio de interlocutor, o al menos así lo han entendido los dirigentes de ERC y PDeCAT. Además, de cara a la comunidad internacional, es todo un gesto de voluntad de diálogo por parte del independentismo catalán. Respecto a Euskal Herria, en vista del nuevo Estatuto para la CAV, el éxito de la moción de censura es algo crucial. Está claro que la inclusión del derecho de autodeterminación no va a ser aprobada en ningún caso, pero si existe alguna posibilidad de ir más allá del Estatuto de Gernika, esta pasa por tener en Moncloa a un presidente socialista que, además, está donde está gracias al voto vasco.

En cuarto lugar, cabe hablar de los cálculos electorales. Hay quien señala que si formaciones tan distintas entre sí han apoyado a un mismo candidato es porque tienen un adversario común, con tendencia al alza en todos los sondeos, a quien quieren frenar sea como sea: Ciudadanos. Según este razonamiento, al dar protagonismo a Pedro Sánchez, se frenaría el ascenso de C's en beneficio del propio PSOE. Pues bien, este cálculo puede resultar contraproducente, pues Cs mantiene su tendencia ascendente tras el cambio de presidente, y no sería muy descabellado pensar que la razón de ello es la imagen de debilidad del PP, que se debe precisamente a la derrota en la moción de censura y a la crisis de liderazgo tras la marcha de Rajoy. Además, con una perspectiva más a largo plazo, la investidura de Pedro Sánchez implica una ruptura con la tendencia europea de estancamiento y declive de los tradicionales partidos socialdemócratas, lo cual va de la mano con la polarización de las sociedades. Así pues, el gran perjudicado del éxito de la moción de censura no es C's, sino Podemos, que representa la única alternativa democratizadora a nivel estatal y se ha quedado sin adversario tras apoyar con tanta efusividad a Pedro Sánchez.

Esto último está relacionado con lo que la CUP advirtió. Y es que, aunque por un momento se describió el apoyo del independentismo a la moción en términos de «divide et impera» (divide y vencerás), cada vez es más palpable la sensación de que el cambio de presidente no es sino una operación de maquillaje del régimen del 78. Que ahora gobierne la cara más amable y dialogante del régimen no significa necesariamente que estemos más cerca del advenimiento de la democratización del Estado, al contrario, es posible que esto sirva para blanquear el régimen y que este resista más tiempo. En este sentido, el mandato de Rajoy ha sido tan terrible que existe un olvido colectivo en torno a lo que es el PSOE. Sirva de ejemplo la alegría desmedida del entorno de Podemos, heredero del 15M, que tuvo lugar justamente bajo el gobierno de Zapatero. Por si ello fuera poco, el nombramiento de ministras y ministros deja claro y cristalino a quien se quiere acercar el Partido Socialista.

En pocas palabras, estamos ante una apuesta arriesgada cuyas consecuencias son todavía inciertas. Habrá que ver cómo evoluciona el panorama político para poder afirmar si ha sido o no una decisión acertada. Desde luego, no hay que menospreciar la importancia de la humanización de la política migratoria que suponen el recibimiento del Aquarius, la retirada de las cuchillas de las vallas de Ceuta y Melilla, y la recuperación del derecho a la asistencia sanitaria para absolutamente todas las personas. En mi opinión personal, a la hora de valorar esta decisión histórica, el acercamiento de presos y presas vascas deberá ser la cuestión determinante. Habrá que ver hasta qué punto se compromete el nuevo gobierno con la paz en Euskal Herria.

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