Txema García
Escritor, periodista y miembro de la Plataforma Guggenheim Urdaibai STOP

Las espátulas de los pradales

La vida se estaba poniendo muy difícil para la familia de espátulas migrantes, llamémosla los Zalduondo-Gorrotxategi, que recién habían recalado en Urdaibai. Los tiempos felices se habían diluido en el aire. El país en el que antaño descansaban entre viaje y viaje se había convertido en un paisaje inundado de pinos y eucaliptus, atravesado por carreteras, autopistas, viaductos y túneles. Con tendidos eléctricos y parques eólicos por todas partes, como trampas ocultas que cercenaban sus alas en los días de niebla cerrada o en la oscuridad de la noche.

Volar libre era suicida, casi misión imposible. Y mucho peor encontrar algún lugar para aterrizar sin el temor a ser abatido por los disparos del hombre o, incluso, acabar envenenado por ingerir alimentos mezclados con pesticidas o productos contaminantes. Y había un problema añadido, sumamente grave: ellas, las espátulas, eran la especie de ave más sensible a la presencia de los seres humanos. Para vivir y desarrollarse necesitaban espacios muy amplios, tranquilos, sin molestias de ninguna clase. En cuanto percibían algún peligro abandonaban la zona y, por lo general, para siempre.

Los Zalduondo-Gorrotxategi, naturales de Holanda, pero muy conocidos en Urdaibai por las habituales estadías anuales de descanso que su estirpe había mantenido aquí desde tiempos ancestrales, no sabían qué hacer más allá del instinto primario de proteger a su descendencia, constituida por cuatro jóvenes sin un porvenir seguro que darles. Como otras familias de la marisma contemplaban como su espacio se achicaba cada vez más hasta convertirse en asfixiante. No, no había opciones.

El padre y la madre todavía recordaban aquellos tiempos que sus antecesores les contaron y en los que las potenciales amenazas para su especie todavía eran salvables. La vida transcurría sin apenas sobresaltos. Todo fluía en la marisma. Había un lugar para todas las aves. Cada una sabía qué espacio ocupar y todas respetaban la Ley Natural, una especie de carta magna que acataban de forma unánime, aunque sus normas no figuraran en ninguna parte.

Ahora ya no. El mundo se había vuelto un lugar terrible, una auténtica cárcel no solo para ellas, las aves, sino para todos los animales. No había espacios donde refugiarse y menos para ellas, las espátulas, que siempre habían atravesado las invisibles fronteras del aire como nómadas, fugaces emigrantes.

Todo eran rumores extendiéndose como una marea infecta por aquel espacio natural, tiempo atrás declarado nada menos que Reserva de la Biosfera. El murmullo más oído era, en principio, una buena noticia: se acababa el permiso de ocupación de un astillero en la zona que, durante más de ocho décadas, había contaminado el lugar, realizado mil y un dragados afectando gravemente los flujos marinos de la ría y perjudicado a los congéneres de los Zalduondo-Gorrotxategi a causa de su actividad industrial degradante del medio ambiente.

Pero, detrás de ese rumor ya muy extendido, había un fantasma aún más peligroso, inquietante. Todos los animales del humedal hablaban de lo mismo. No había charca en que no se comentase lo que presentían como una inminente catástrofe. Al parecer, las instituciones de los humanos, con un tal Pradales al frente, estaban obcecadas en construir, y al precio que fuese, un museo justo en el mismo solar donde aquel maldito astillero había hecho la vida imposible a otras aves amigas y a muchos de sus congéneres.

Todas ellas habían soñado con que, una vez acabada aquella actividad y realizados los trabajos de rehabilitación de la zona por parte de la empresa concesionaria, podrían recuperar aquellos terrenos, antes humedales, para volver a una vida digna y no estar sometidas a una presión y una zozobra constante. Pero no, aquellos hombres con el tal Pradales a la cabeza parecían no tener la más mínima consideración hacia aquellos «otros pequeños habitantes» de los espacios más tranquilos para la vida salvaje.

Sí, hasta los estudios de los más reputados investigadores incidían en señalar a las espátulas como un indicador extraordinario de la biodiversidad de un lugar, dada su especial vulnerabilidad a la presencia humana y a cualquier actividad no natural que invadiese sus zonas de descanso entre viaje y viaje. De hecho, según esos estudios, más de la mitad de la población de espátulas que llegaba a Urdaibai a principios de este siglo dejó de hacerlo dadas las molestias que ya entonces les ocasionaba la presencia cada vez más acusada de mariscadores, pescadores, piragüistas, excursionistas y visitantes ocasionales. Incluso, algunas parejas de espátulas amigas suyas, como los Ardanza-Janssen y los Gorroño-De Vries, ya habían emigrado de forma permanente a otros lugares. Estas dos últimas familias lo habían hecho a la ría de Santoña, donde los humanos tenían más difícil poder acercarse a sus colonias residenciales.

Y claro, los Zalduondo-Gorrotxategi, cansados de tanta incertidumbre y el complicado futuro que le esperaba a su linaje, estaban sopesando dejar de hospedarse en Urdaibai y trasladarse a otros humedales. Quedarse en aquella marisma que iba a recibir otros 140.000 turistas solo en época estival, más los visitantes habituales, tal y como aseguraban de fuentes bien informadas algunas otras aves, iba a suponer en la Reserva de Urdaibai el final de su especie en aquellos lares.

Hablaron con otras familias y recogieron muchas opiniones, desde algunas moderadas a otras más radicales y estridentes. Incluso había quien optaba por realizar una acción que no olvidaran aquellos quienes decidían en lujosos despachos acerca de condiciones de vida dignas que se les negaban a ellas y a sus propios semejantes, a todas las aves. Volarían en formación cerrada hasta sus casas y montarían guardia sobre sus tejados para impedir que descansaran en paz, como hacían con ellas aquellos seres tan despreciables.

No, ellas solo querían volar libres porque ese era el hábitat natural de las aves, su propia condición de existencia, sus señas de identidad, su pasaporte. Ellas no tenían propiedades privadas, sino que hacían un uso colectivo de la tierra, del mar y del aire, y no estaban sujetas a un catastro ni al pago de un IBI. Su única plusvalía era cruzar los cielos y dibujar en ellos hipotecas de libertad sin cláusulas de impago ni intereses.

Después de muchos dimes y diretes, una opción se fue abriendo paso entre las habitantes de aquellos humedales, marjales, carrizales y pradales. Formarían todas ellas un escuadrón de protesta que surcaría los cielos de Busturialdea de forma permanente y los cubriría de un luto de muerte, una especie de marcha fúnebre desde Ogoño hasta el monte Oiz atravesando toda la marisma y sobrevolando el Bird Center. De esa forma denunciarían tanto ante los habitantes locales como frente a posibles turistas y visitantes el ecocidio que se quería perpetrar contra ellas, al menos hasta que aquellos representantes institucionales, con el tal Pradales al frente, abandonaran su obcecación de hacerles la vida imposible.

El manto negro de la noche cubrió la marisma. Todo era oscuridad. Los Zalduondo-Gorrotxategi fueron acostando a sus todavía jóvenes descendientes después de contarles un cuento en el que unos hombres muy malos querían destruirles. Y que ellos, con sus mágicos vuelos, al final, en un día no muy lejano, lograrían vencerles.

Se hizo un silencio profundo en el improvisado hogar de los Zalduondo-Gorrotxategi. Solo el más joven de la familia se quedó pensativo y miró al padre y a la madre. Y les preguntó que no entendía cómo aquel escuadrón de protesta que iba a cubrir los cielos de todo Busturialdea de negro, de un luto de muerte, iba a ser posible si sus plumas, las de él, las de sus hermanas y hermanos y las de sus progenitores, eran de un blanco resplandeciente. No supieron qué contestarle.

Posdata. Este cuento está inspirado en el trabajo abnegado y poco conocido de biólogos y conservacionistas del medio ambiente como Joseba del Villar, Rafael Garaita y Amador Prieto, que durante muchos años de seguimiento constante estudiaron a estas aves y publicaron el libro "Mokozabala Urdaibai Biosfera Erreserban: hamar urteko jarraipena". ¡Gracias por vuestro trabajo y los de otros muchos que nos dan alas a la plataforma «Guggenheim Urdaibai STOP» para seguir luchando contra este proyecto infame!

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