Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Las estaciones de paso

Lo que me preocupa con respecto a ley trans es el enfoque que tendrán las políticas de igualdad basadas en la ruptura de estereotipos sexistas.

Hace unas semanas fui a un colegio privado de Bizkaia y allí me di cuenta de que mientras los ricos son «estirpe» nosotras somos tribu. El poder de definir es un acto que nos dice más de quien define que de quien es definida, por eso luchamos por ser quien lo haga. Ahora bien, me preocupa el actual devenir identitario desarraigado del escenario en el que se producen nuestras realidades. Como si bastara el definir o definirnos para diluir la realidad.

Llevamos varias décadas con un relato sobre el movimiento feminista europeo como blanco y burgués, que se repite como un mantra en formaciones, charlas, redes... y que, más allá de que pueda ser una descripción de una parte del feminismo, nos roba el relato político a todas las que nacimos en Europa y que no encajamos en esa imagen. Esa foto fija pareciera, en ocasiones, responder más a un intento de desacreditar e invalidar ciertas voces que a la necesidad de generar un espíritu crítico con el que sacar la cabeza de nuestro ombligo. Una lideresa de América Latina me dijo que «todo el feminismo europeo era racista» y al intentar indagar por qué habían decidido trabajar conmigo me respondió que «porque yo era una flor en el desierto». Pues una flor no soy.

Dice C. Amorós que para el patriarcado «las mujeres somos las idénticas», pero nunca pensé que desde el necesario reconocimiento a la diversidad nos metieran a todas las feministas europeas como las idénticas. Resulta curioso o no, en estos tiempos de disputa política por el relato, cómo el relato de parte de la historia del feminismo yanki ha colonizado todo.

Por otro lado, hace tiempo que me llaman cisgénero porque ahora resulta que soy una mujer acorde con mi género y me parto. Y resulta más curioso que se cree esta categoría para denominar a otras desde movimientos que reclaman el derecho a la autodeterminación. Se ve que todo está más en lo relacional que en la individualidad.

Llevamos años visibilizando «los malestares de género» que fundamentalmente hacen referencia a cómo nos enferma a las mujeres el patriarcado neoliberal. Esos malestares no tienen que ver con la aceptación de los mandatos de género, sino más bien con su cuestionamiento. Es reflejo de la tensión en lo personal y la presión social que recibimos para que nos mantengamos en la normatividad de género, aquellas que nos creímos la igualdad. También me preocupa la banalización que observo en algunos sectores sobre el efecto de hormonarnos para encajar en los caracteres secundarios sexuales. Me recuerda a cómo nos vendieron la hormonación sustitutiva en la menopausia y que luego, el informe WHI demostró que aquella solución perfecta generaba más riesgos para la salud que los que intentaba evitar. Hemos creído que, igual que el cerebro presenta neuroplasticidad, el cuerpo también, pero parece ser que lo material no es tan plástico como creemos. La categoría género ya no sé si sabemos qué significa, y eso es un problema. En una formación, un enfermero de intensivos me decía que a la hora de dar la medicación iba a tener en cuenta el género de la persona porque sabemos que la medicación nos afecta de manera diferente a hombres y a mujeres. Por ejemplo, igual dosis de opioides genera en las mujeres mayores efectos secundarios. Dicho de otra manera, la variable biológica sexo es importante según para qué. Otra cosa es el sesgo androcentrista y de género que nos induce a profesionales a atender de manera desigual el dolor en hombres o mujeres.

Hace unos años le pregunté a D. Juliano si hablar de «igualdad de género» no era un error porque suponía creer que el mismo instrumento que sirve para naturalizar la desigualdad y la violencia puede ir unido en la misma frase a la palabra igualdad, a lo que me contestó que era una ,«estación de paso». Siempre creí en el convencimiento de Juliano, pero nunca en la igualdad de género. Ahora bien, no tengo ningún problema en olvidarme de esa categoría o que se convierta en otra cosa, por categorías va a ser. El asunto es cómo desmontamos la misoginia y el sexismo, y qué estaciones de paso nos pueden servir. Es importante para saber no solo hacía dónde queremos ir, sino sobre qué realidad, en el ahorita, queremos operar.

Recientemente en una charla M. Missé señalaba lo que en este clima de polaridad solo a una persona trans se le aceptaría, «que el sexo no se cambia». Nuestras células están sexuadas, aunque también es cierto que lo que es sexo es una categoría socialmente consensuada, como cualquier realidad humana. Ahí entendí porque se han aferrado a la categoría género para su autodeterminación, porque entre el sexo y el género, es esta última la única que es construida socialmente. El asunto, o lo que me preocupa con respecto a ley trans, es el enfoque que tendrán las políticas de igualdad basadas en la ruptura de estereotipos sexistas. Estamos observando que cada vez hay más casos, y a edades más tempranas, de cambio de «género», y ese cambio se está haciendo desde parámetros que aluden a gustos, inclinaciones, roles y estereotipos sexistas. Por eso, algunas feministas estamos preocupadas sobre el hacia dónde vamos. En este momento, somos personas adultas construidas en el sexismo, del que no estamos exentas pese a todo nuestro trabajo de desconstrucción, las que estamos interpretando esos gustos y estereotipos de manera binaria. Así que imagínense quien ni siquiera se haya revisado una célula de su sexismo cómo acompañará la falta de congruencia entre sexo y género. En mi opinión, el aumento de chicas adolescentes con disforia de género nos habla más de la desigualdad y del modelo de feminidad actual que del hecho trans. El asunto es cómo abordar dicho malestar. El problema es que no hemos podido hacer un debate porque todo se ha llenado de eslóganes y de ridiculizaciones, con pieles muy sensibles tras cada pantalla de ordenador porque hablar de género no solo afecta ni les duele a las personas trans.

Lo bueno es que con todo lo que está pasando, quizás dejaremos de utilizar la perspectiva de género y empezaremos a practicar la perspectiva feminista. Seguro que ganamos todas.

Bilatu