Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Las trece rosas y las espinas del fascismo

Son incendiarios por naturaleza, así proclaman su ideario a los cuatro vientos. Carecen de escrúpulos y son veteranos en oxidar la esperanza

Aparecen en medios de comunicación con camisas recién planchadas, corbatas anudadas a la impostura y chaquetas olor de naftalina. Se muestran erguidos, con la acritud generada durante décadas de falsa transición, arrojando dardos de oratoria envenenada, estrategias que convierten el anhelo mayoritario de recorrer los andariveles de la convivencia hacia el objetivo de pluralidad cultural en la que los derechos humanos y la justicia social sean el eje articulador de cualquier decisión política, en foco de controversia.

Hábiles tejedores de la discordia y la manipulación, conocen bien el entramado de la falacia y sus consecuencias. Realizan entrevistas a sabiendas de que su provocación no tendrá efecto judicial. Ramifican la intolerancia, escarbando en el dolor de las cunetas, mientras el constitucionalismo y su representación circense les protege. Restos de conflicto mal resuelto son parte de su fuente natural de canibalismo social contra natura. Privilegiados seres, por arte de la desidia y aquiescencia política, que se alimentan de resquicios áridos para el diálogo: puntos de contraste difíciles de conciliar que refuerzan su baluarte.

No necesitan anonimato, sino que se nutren del poder conseguido en elecciones generales al Congreso de los Diputados. Temeridad consentida, que en ningún momento contempló los riesgos de mirar hacia otro lado durante la formación de un partido con postulados pre democráticos. Se desenvuelven bien en el panorama nacional del descrédito, la humillación y el desprecio. La negligencia de algunos líderes políticos (que osan catalogarles de lo que son sin enrojecer por su permisividad) tiene secuelas de involución colectiva e individual, y parece no importarle a nadie con capacidad legislativa-ejecutiva.

La corresponsabilidad, imprescindible para fomentar y propiciar el entendimiento comunitario, no forma parte del decálogo de indispensables en las agendas de la política actual, por lo que la impunidad amenaza el desarrollo y la propiedad de resolución ante hechos como el que hoy traigo a estas líneas. Derechos conseguidos parecen olvidarse entre telarañas de incompetencia, y es entonces, cuando al albor del mal uso de la libertad de expresión, en el paradigma de la desvergüenza, fuerzas fascistas arremeten contra derechos humanos universales, libertad de educación, lenguas territoriales, derecho de autodeterminación de los pueblos, diversidad familiar, elección sexual, feministas, víctimas de la dictadura afín a su ideología y un largo etcétera.

Este es el caso de un secretario de partido envalentonado que, en su continuo circular por los discursos de la ignominia, se atreve a difamar abiertamente a fusiladas por el franquismo: Las trece rosas, 13 mujeres asesinadas por Franco en uno de los juicios sumarísimos a los que era proclive el dictador. Mujeres muy jóvenes, de entre 18 y 29 años, activistas contra la dictadura del militar, sometidas a Consejo de Guerra y condenadas a muerte un 3 de agosto; contra paredón de fusilamiento el 5 de agosto de 1939, tras ver asesinar a más de 40 compañeros de lucha.

Una de ellas, Julia Conesa Conesa era asturiana, tenía 19 años cuando fue asesinada por los fusiles de la supremacía nacional del Caudillo. En la carta de despedida dirigida a su madre expresó: «Me matan inocente… Que mi nombre no se borre de la Historia».  Fueron sus últimas palabras escritas conocidas.

Denigrar el recuerdo y la sangre derramada de estas mujeres, manifestando que «torturaban, violaban y asesinaban vilmente» resulta inconcebible en un Estado autodenominado de derecho. Es significativo que el portavoz ultraderechista haya ido mucho más allá en sus vómitos que la propia sentencia del delito: «Adhesión a la rebelión».

La infamia no debería ser un mal menor, aun teniendo en cuenta la debilidad actual del Gobierno y la falta de consenso para legislar. Escuchar barbaridades desde la voz del fascismo está resultando un asalto diario al sufrimiento. ¿Actuarán en consecuencia las instituciones pertinentes?

Ahora, me dirigiré en primera persona, directamente, a quienes practican e idolatran la combustión de la vida en sociedad. Ustedes y congéneres de otras siglas políticas concomitantes han nacido para emitir juicios de dioses sobre la mortal humanidad, vulnerar derechos, transgredir libertades y violentar todo aquello que no sea su imagen y semejanza. Son incendiarios por naturaleza, así proclaman su ideario a los cuatro vientos. Carecen de escrúpulos y son veteranos en oxidar la esperanza. Instrumentalizan la muerte y el padecimiento humano en demérito de la verdad. Provocadores innatos –nativos de pensamiento infame–, mercaderes del mal en un río revuelto de nefasta praxis política, envuelven en combustible de alta calidad su verborrea barata e indecente.

Quizás un día sean sus ideas las que ardan hasta convertirse en cenizas. Quizás, antes de que desfallezcamos, abatidas por las flechas de su Generalísimo resucitado…

Quizás un día consigamos ver la luz a través del bosque –oculto por virulencia neofascista–, que la apología del odio reciba tratamiento penal sin atenuantes acorde y, en el ejercicio de buen hacer institucional, la reflexión y el reconocimiento de dolo lleguen a tiempo de no dañar más la herida. Quizás, la restitución por decreto legal de la Memoria Histórica, frente al victimario, abandere el camino de la justicia, sin que ángeles del infierno aniquilen el derecho de las más de cien mil represaliadas por la dictadura franquista a formar parte del colectivo de víctimas de Estado de primer orden, con ley operativa y garantía de permanencia blindada. Quizás, la dignidad que también intentan arrebatar a las víctimas de su doctrina permanezca indeleble, sin pábulo posible a su peligroso ultra nacionalismo.

Quizás, un día, seamos capaces de considerar que otro mundo, sin ustedes, es posible. Quizás, un día…

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