Pablo A. Martin Bosch “Aritz”

Las tres olas

En el momento actual el principio popular que afirma que donde manda capitán no manda marinero parece haber saltado por los aires.

Cuenta la tradición de un grumete (txo) que se quedó dormido en la playa, bajo una chalupa, a la espera del amanecer para así despertar a los tripulantes de la embarcación que iba a partir la madrugada siguiente mar adentro.

El grumete se despierta a lo largo de la noche y escucha cómo unas gatas, transformadas en brujas, comienzan una conversación en la que, resumiendo, se dice que al próximo día los marineros de la embarcación habían de morir sin posibilidad de salvación.

Sin embargo, las mujeres ofrecen ciertas indicaciones: 1. en primer lugar, aparecerá una ola de leche; ésta no será peligrosa, pero alertará a la tripulación; 2. en segundo lugar, y a continuación de la anterior, una ola de lágrimas embestirá a la embarcación; y 3. por último, una ola de sangre teñirá el propio mar. Sin embargo, la predicción también ofrece la solución, tal y como si de un sueño jungiano se tratara: las interpretaciones (hermenéuticas), de hecho, son variadas, pero siempre nos llevan a un término: los seres del más allá que se encuentran en el más acá aconsejan enfilar la embarcación proa al oleaje, y, sobre todo, en el último caso, lanzar el arpón contra la ola sangrante.

Podemos, en primer lugar, extraer la lección más natural que confirma que las olas se repiten en numerosas ocasiones en grupos de a tres, de manera que si la primera (la de leche, es decir, la ola que viene ya rota) se supera, aunque la embarcación se encuentre escorada, ha de venir una segunda (la de las lágrimas, una ola que aún no está rota y que puede zozobrar la embarcación), que puede terminar en las lágrimas de las desapariciones de los marinos. Por último, y en el caso de que la segunda ola sea, a duras penas, superada, aún ha de esperarse la aparición de la tercera, la que dará la puntilla a la tripulación. Quien sepa algo de esto sabrá que es algo real, que no se trata de una ficción o un simple mito o fabulación. Los marineros son conscientes de los peligros del mar y cómo afrontarlos. La única manera es poner proa al peligro (enfilar el arponero) y superar así las dificultades.

En el caso del coronavirus no nos alejamos de estas enseñanzas y consejos. De hecho, es lógico comparar su desarrollo con la mareomotriz. Así, se habla de diferentes olas de infección, cada una más agresiva que la anterior.

Lo mismo que en la narración popular, la primera respuesta (la ola de leche) ha sido la de obviar el problema, lo que ha agravado el problema y ha dado paso al segundo paso (ola), que ahora se concibe como catastrófica. La tripulación tiene la posibilidad de encarar, aún, la pandemia, enderezar la nave y enfrentar el problema. Es el momento en el que nos encontramos. Si no lo hacemos, vendrá la tercera ola (sangre) y lloraremos a nuestros muertos, si se nos permite y no lo estamos todos.

Pero tal y como nos indica el saber popular, hemos de tener en cuenta dos cuestiones: 1. tener la información precisa (del txo, en nuestro caso los controladores); y 2. una dirección única que dirija la embarcación contra el problema (pueden ser los gobiernos central y autonómicos), que no duden en su ejecución, puesto que si existen dudas, el barco zozobra y se arriesga a su hundimiento (la embarcación debe dirigirse directamente contra el problema a encarar).

En el momento actual el principio popular que afirma que donde manda capitán no manda marinero parece haber saltado por los aires. Es curioso que quienes defienden que el capitán debiera ser el Gobierno central, son quienes más soliciten las autonomías (Madrid). Partidos políticos, como Vox, Ciudadanos e incluso el PP exijan medidas drásticas al Gobierno Central (acorde a sus ideologías), pero que, en cuanto lo hacen, recurran a su propia autonomía. Si las decisiones han de ser centralistas, después y a continuación no se puede exigir que respeten las autonomías. Es un contrasentido.

Los casos vaso, navarro, catalán y alguno más tienen sus peculiaridades: al tratarse de un Estado de las Autonomías, sus propios Gobiernos y Parlamentos deberían ser suficientes para gestionar la pandemia, algo que nos vuelve a acercar a la necesidad de independizarse del Estado Español. Sin embargo, el centralismo español rehúye tal posibilidad. Podemos concebir que las soluciones planteadas ante el coronavirus puedan no ser tan positivas como otras, pero siempre quedará la duda.

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