Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Las víctimas victoriosas

Nada hay más miserable que descargar la impotencia y la rabia contra las personas más vulnerables; saber que no se consigue nada generando más sufrimiento pero, aun así, enconarlo y extenderlo aprovechándose de una situación de superioridad.

Cuando el gobierno de un Estado tiene en su mano la capacidad de solucionar un problema político endémico y, lejos de ello, no solo se aferra a la represión sino que incluso la focaliza sobre quienes cree más frágiles, está cometiendo una de las infamias más imperdonables.

Así, la incapacidad de Felipe González como presidente del Ejecutivo español para resolver el contencioso vasco le hizo ir escalando peldaños de crueldad que, desgraciadamente, se prolongaron en el tiempo. GAL, plan ZEN, ejecuciones extrajudiciales... y una nueva política penitenciaria de excepción contra las prisioneras y prisioneros políticos vascos que buscaba su derrumbe personal, la derrota como militantes y el aniquilamiento del Colectivo.

Y lo que es todavía más ruin: castigar a las familias, convertidas en auténticas víctimas propiciatorias de la enajenación del Estado y sus gestores.

Pero el eslabón más vulnerable no es necesariamente el eslabón más débil.

Más de tres decenios de sufrimiento para mantener el estrepitoso fracaso de una política de Estado que ha sido derrotada, y hay que reivindicarlo bien alto, ¡derrotada! desde todos y cada uno de los frentes contra los que se enfocó: las prisioneras y prisioneros políticos y su colectivo, los familiares y amigos y la propia sociedad vasca.

Lo único que han logrado es sostener en el tiempo el sufrimiento general, varias muertes en las celdas y dieciséis allegados fallecidos en los viajes. Sin olvidarnos de otras vulneraciones de derechos ocurridas durante ese tiempo, como las palizas en los traslados, la desatención sanitaria, la política de grados, los aislamientos...

Cuando tanto se habla de reconocimientos y víctimas, no estaría de más que los responsables de semejante estrategia, y sus colaboradores locales, reconocieran el daño causado –lo del perdón es un asunto religioso– y purgaran sus responsabilidades. Pero no es así, y a cada paso nos encontramos con nuevos atropellos a la dignidad de nuestras víctimas y premios y ascensos para los victimarios de Estado.
 
Así las cosas, y ahora ya con todas las y los prisioneros vascos del Estado español en cárceles ubicadas en Euskal Herria, no podemos menos que rendir homenaje a todos aquellos cuya lucha sostenida durante décadas ha hecho posible romper la dispersión.

Y en ese agradecimiento, el abrazo más formidable a las familias de quienes son y han sido prisioneras y prisioneros políticos vascos, porque han sido la clave del fin de la dispersión. Hemos recibido un ejemplo de coraje que queda impreso en la historia de este pueblo; su ilusión ha sido impulso y ha llevado a las prisiones, allá donde estuvieran sus seres queridos, un cariño y una luz que toda la ignominia de un Estado, sus gestores y medios de difusión no han sido capaces de eclipsar.

Esperaban que prisioneros y prisioneras se rompieran por las pútridas inercias talegueras y la separación de las familias, y resultó que familiares, allegados y amigas se convirtieron en el pilar más firme y más asentado en la sociedad. Víctimas que el Estado español esconde por vergüenza, porque carece de la altura suficiente para mirarlos a la cara.

Quienes hemos conocido las prisiones sabemos lo vital que son las comunicaciones, lo que suponen las visitas, el abrazo de un ser querido en las entrañas carcelarias. Pues jamás fallaron. Siempre los tuvimos a nuestro lado, incluso en cárceles alejadísimas de Euskal Herria o en páramos indescriptibles; fuera para un vis a vis o para el mísero encuentro de minutos en un sórdido aislamiento.
Han pasado por encima de los años, de los kilómetros, de los gastos criminales para afrontar los desplazamientos. Han resistido ambientes hostiles, incluso ataques; han superado el agotamiento físico y el zarpazo de la edad. Nunca nos ha faltado su sonrisa y su cariño; su infinito amor.
Podrá resultar extraño, pero no en pocas ocasiones ha habido funcionarios de prisiones que nos han reconocido, precisamente, la ejemplaridad de nuestras familias. Algo tan evidente para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad fue denostado no solo por los voceros del sistema sino también, lo que es más ignominioso aún, por la canallesca periodística.

Se han necesitado 34 años para acabar con la dispersión, uno de los pilares fundamentales de la estrategia contra la disidencia vasca. Pero no olvidemos que aún quedan más elementos de esa política de excepción que hay que echar abajo; como la legislación especial o el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria.

Y seguiremos en pie hasta acabar con el último resquicio de excepcionalidad y que todos y todas estén en casa, con sus familias. No será fácil, como no lo fue vencer sobre la dispersión. Pero destacaría que hoy tenemos más recursos políticos para optimizar esa lucha y seguimos contando con la energía de un pueblo comprometido con el regreso a casa de los represaliados. Es nuestra responsabilidad articular ambos frentes para alcanzar el objetivo de la lucha.

Una fase de ese recorrido ya lo hemos hecho; así que es momento de extender un abrazo a las auténticas protagonistas de ese triunfo, a las víctimas vencedoras de la dispersión penitenciaria española.

Nuestra txapela de honor para las familias de las prisioneras y prisioneros políticos de ayer y hoy. Agradecimiento infinito, porque vuestro amor blindó los eslabones de la cadena que une a los represaliados con su pueblo haciendo añicos la estrategia de todo un Estado.

Eskerrik asko, víctimas victoriosas.

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