Bittor Martínez
Ex dirigente de la extinguida EE

Le llaman democracia y no lo es

Han pasado más de cuarenta años desde que murió el dictador Franco, recordando aquella efemérides, como la del inicio de una transición del régimen autoritario implantado por la fuerza durante un periodo de otros cuarenta años que desembocó en lo que teóricamente es la democracia actual.

En el inicio de tal democracia, sus prescriptores la presentaron como lo mejor de lo posible en aquellos convulsos momentos, siendo ratificada mediante el referéndum popular sobre la constitución que la definía, después de más cuarenta años de aquella dictadura en la que estaba terminantemente prohibido, no solo hablar, sino pensar en democracia, concepto que iba difuminándose socialmente, pasando a ser algo etéreo en gran parte ciudadana. ¿La sociedad o la suma de individuos que la componían, sabían que votaban? ¿Qué era democracia o qué nos han contando que es? Lo cierto es, que aquella democracia posible en aquel momento, posteriormente, desde la política oficial de sus mandatarios –obsérvese la contradicción entre democracia y mandatarios- nos han estado exaltando su esencia modélica.

Con un cierto paralelismo, en Rusia allá en el año 1994, poco después del cambio de sistema político tras la Perestroika, ante el crecimiento incontrolado del desequilibrio social, la corrupción campeaba a sus anchas por la élite política. Pero el pueblo creía que existía democracia porque se votaba y a mucha gente, la democracia no les satisfacía y añoraban la mano dura por la parte dirigente. El problema era la inexistencia de cultura democrática en el seno de una sociedad, tras 70 años de partido único y economía planificada. Obviamente, aquello no era una democracia, porque no había una conciencia democrática entre el pueblo asumiendo su soberanía. Volviendo a estos lares, desde aquel entonces hasta hoy en día, el concepto de democracia, nos lo han venido contando como les ha interesado a los artífices del nuevo régimen democrático, el régimen bipartidista. Sin duda alguna, el principal artífice, ratificado por los hechos acontecidos hoy en día, al ser capaz de dinamitar su propio partido a la desesperada para conservar su obra, fue el que lo proclamó con aquel “Por el cambio” de 1982: Felipe González.

Durante la transición él hizo que PSOE abandonara el marxismo y su primer objetivo fue tratar de hacerse con el espacio de la izquierda mediante una política moderada, que daría confianza y no daría miedo a una sociedad atemorizada, eliminando a la izquierda acreditada, el PCE, lo cual consiguió al «obligarle» a revisionar su política beligerante, perder su norte y entrar en el juego de una izquierda moderada que ya había ocupado el espacio.

Siguiendo esa estrategia, ya estaban sentadas las bases para, con la inestimable contraprestación del poder financiero y un fuerte poder mediático a su servicio, en vez de dinamizar una política pedagógica de impulso a una verdadera cultura social democrática, se ocupó de construir el nuevo régimen bipartidista, o sea, un régimen dirigido, cuyo mapa político otorga la inevitable opción de gobierno, bien para el
partido representativo de la derecha o bien, para el otro partido, que acapara el espacio de su concepto de izquierda: el PSOE.

A partir de ahí, la socialdemocracia en general ha supeditando la política al capital, convirtiéndose al liberalismo económico y con ello, asumiendo su indefinido espacio ideológico actual, mientras la derecha cumple con su función de velar por el interés de la oligarquía, como motor fundamental y dueña de «los mercados» como campo único de actuación a su servicio.

Democracia es otra cosa muy diferente. Es la forma de organización social en la que sus miembros son libres e iguales y la titularidad del poder político es del conjunto del pueblo. Las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo y se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales entre el pueblo y sus representantes elegidos, bien sea mediante mecanismos de participación directa –democracia directa–, o bien a través de sus representantes elegidos por sufragio universal –democracia representativa o indirecta–, o de representación participativa, en la que los ciudadanos tienen una mayor presencia activa en la toma de decisiones políticas, que la que les otorga tradicionalmente la democracia representativa.

Democracia no es solo votar, ni siquiera en el caso de la democracia representativa, entregando la confianza hasta la próxima consulta electoral. Legalmente un contrato puede ser verbal o documentado y un programa electoral, es el contrato con el que asume compromiso un partido con la sociedad, la cual le otorga su confianza representativa y cuando tal programa se incumple con alevosía, el contrato se convierte en una estafa. Y si queda inmune, es porque falla el concepto de democracia.

La democracia, generalmente se basa en la representación social por parte de los partidos políticos, exigiendo un exquisito funcionamiento democrático interno y externo, es decir, transparencia en su funcionamiento, en sus actos y con una comunicación clara y directa, no falseando el mensaje utilizando eufemismos dirigidos a confundir a la sociedad, al más puro estilo del trilero.

En democracia, la representación política no es una profesión, sino una vocación de servicio a la sociedad de carácter temporal, en defensa de la causa en que sinceramente se cree y se defiende.

En democracia, los ciudadanos no deben permitir que sus representantes se beneficien de lo que es de todos. La libertad, la solidaridad y el respeto a todas las ideas, razas y cultos, debe imperar en una sociedad democrática. Un sistema democrático, no puede consentir que exista un pobre, mientras exista un rico. En democracia, no cabe el miedo a las imposiciones del poder y de los poderosos, porque el poder lo ostenta el pueblo y si no… le llaman democracia y no lo es.

Bilatu