Jesús Valencia
Educador social

Llamados a complementarnos

En estos momentos, son varias las marcas que han asumido la defensa de los presos políticos vascos. Las escucho con profundo respeto, ya que encuentro en todas ellas a personas que merecen mi admiración: por los compromisos desinteresados que han asumido en su vida, por los riesgos que han corrido y por los costos de sufrimiento que les ha generado su coherencia.

Como suele ocurrir cuando las discrepancias se agudizan, los que ayer eran compañeros se observan hoy con cierta rivalidad y desconfianza. Cada grupo reprocha al otro que tras determinados lemas, movilizaciones o comparecencias se esconden razones ocultas que más tienen que ver con estrategias globales que con la defensa de los encarcelados. No estoy de acuerdo. Creo que nadie minimiza ni instrumentaliza la situación de las cárceles. Por el contrario, le conceden tal centralidad  que cada parte defiende con ardor la correspondiente hoja de ruta que ha diseñado para resolver esta barbaridad  insoportable.

Quienes han aparcado la reivindicación de la amnistía dicen basar su decisión en un principio de realidad: bloqueo del Estado a cualquier cambio en política penitenciaria, conveniencia de utilizar los entresijos que ofrece la legalidad vigente, necesidad de gradación en las demandas, importancia de acumular fuerzas sociales adecuando para ello el perfil de las personas presas. Quienes han recuperado la reivindicación de la amnistía también dicen basar su decisión en el realismo: necesidad de confrontar con el Estado haciéndole pagar  cara su cerrazón, forzar una legalidad vengativa diseñada para convertirnos a todos en derrotados y a los presos en rehenes, acumular fuerzas sociales enarbolando una bandera que se ha demostrado capaz en otros momentos de provocar ilusiones, despertar compromisos y movilizar multitudes.

Desde ese punto de vista, no parece desacertado  el marcar la amnistía como meta siempre y cuando se  definan los pasos intermedios que habría que seguir para  conseguirla. ¿No lo estamos haciendo con otros objetivos que consideramos estratégicos? Seguimos reivindicando la independencia y el socialismo conscientes de que ambas aspiraciones quedan lejos de nuestras actuales posibilidades. Así y todo, buscamos  los vericuetos que nos acerquen  hacia ellas; ¿por qué no hacer otro tanto con  la amnistía, garante definitiva de los derechos ahora negados?

Quienes han apostado por la gradualidad acostumbran a diseñar movilizaciones moderadas utilizando una simbología nada confrontativa. Pese a ello, son conscientes de que en este pueblo hay una larga tradición de lucha por la amnistía, de que buena parte de la población los considera a los presos como gudaris, que en la cárceles están soportando  condiciones de vida inhumanas, que hay una rabia difícilmente contenida contra los políticos que endurecen la dispersión y contra quienes la consienten. Marcar tiempos indefinidos y dejar que mansamente corran las aguas a la espera de una resolución lejanísima, es jugar con fuego. La rabia que estalló en Bilbao la tarde del 28 de Noviembre resulta  clarificadora.

Quienes reivindican  la amnistía  van dejando aquí o allá sus marcas de identidad; apuestan por una estrategia confrontativa que sacuda adormecimientos, incentive compromisos y acorte tiempos. Pese a ello, son  conscientes de que su propuesta  encuentra bastante  eco en sectores de la izquierda independentista y mucho menos en otros sectores sociales a los que se trata de incorporar. Seguro que los primeros  se sienten incómodos  en esas marchas  mudas ahora tan frecuentes; pero no sería  menor la incomodidad  de quienes se incorporan a las manifestaciones  silenciosas  si a su lado se gritara “borroka da bide bakarra”. A los primeros, les pide el cuerpo  que el 9 de enero  se revalide la condición de los presos: “gudariak  dira, ez terroristak”.  A otras personas  que están preparando su viaje a Bilbo quizá ese grito les llevase a declinar su asistencia;   consideran a los presos como sujetos de derechos pero  no como gudaris ejemplares.

Ante esta evidencia   ¿no es posible organizar  iniciativas con diferentes diseños  para las diferentes sensibilidades?   Cada cual podría participar en el modelo de convocatoria con el que más se identifica. Rivalizar en la defensa de los presos nos conduce a  perder fuelle y  regalar a la intratable España un excelente aguinaldo.  Una página digital relataba los rifirrafes que, según ella,  se habían producido  entre las diferentes marcas a las que aludo. Más que los hechos descritos, me impresionaron los comentarios: pedían que se nos diera el tiempo suficiente para terminar de despellejarnos. ¿No es esta una de las finalidades del inmovilismo carcelario?

Estoy  escuchando  entre mis conocidos muchas  voces que, por el bien de los presos,  reclaman  la acumulación de fuerzas.  Algo así  me pareció intuir en la carta de Carlos Ezkurra y otros dieciocho expresos; reivindicaban la amnistía y decían casi al final del texto: “A la Izquierda independentista vasca… no le sobra nadie que desee comprometerse de corazón”. Igual de alentadora es la aportación que hacen desde  Atxondo los militantes de la izquierda abertzale  Igor Olaetxea y Egoitz Lizundia; reclaman la amnistía como referente y apelan a la unidad: “Elkarrekin aritutako kideak gara eta helburu berdina dugu….konfrontazio politika nahi duenak, badaki non dagoen etsaia” (Somos compañeros que hemos trabajado conjuntamente y seguimos manteniendo el mismo propósito… quien busca la confrontación política ya sabe donde están nuestros enemigos).

Un ejercicio de complementariedad  en la defensa de los presos reforzaría la apuesta  por  la defensa  de nuestro pueblo  y activaría  mortecinas  ilusiones ¡Que buena falta nos hacen!

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