Aster Navas
Director de Burdinibarra BHI

Lo de Will

Con lo que Will se había trabajado el mejor de sus Smiths aparece, en el peor de los momentos ese pringao, un Smith colérico, un perfecto gilipollas

Lo he hecho. Hoy, después de más de diez años con barba, me he afeitado. Ya, ya sé que, tal como está el patio, no es un notición como para abrir los telediarios y que mi nuevo aspecto no va a cambiar el mundo.

El caso es que -ya me lo decía mi pareja- rasurado me he quitado cinco años; de hecho el desconocido que me mira, descolocado, desde el espejo, parece no saber nada de pandemias, de volcanes… y no, no le acabo de ver con mascarilla.

Esto es, entre otras cosas, lo que me ha venido a la cabeza, aún con el aftershave en la mano, todavía buscando con la maquinilla algún pelo rebelde o escondido; perplejo ante esa identidad inesperada, delante de ese niñato que, al parecer, llevaba una década ahí debajo, agazapado, procurando no hacer mucho ruido.

Tiene uno más o menos claro quién es y viene una gillette de doble hoja con cabezal basculante a llevarte la contraria, a ponerlo todo patas arriba.

Y es que en el fondo (lo explica mucho mejor que un servidor Margarita Tarragona en “Tu mejor tú”) tenemos muchas identidades. Estas se van construyendo y conformando por nuestra relación con los demás (yo, básicamente soy el hijo del carpintero), por los espacios que habitamos (para más de 12 vecinos, soy el del cuarto izquierda); por la forma en que nos ganamos la vida (el profe de Lengua). Sí, llevamos dentro mucha gente, en ocasiones una multitud: la mayoría nos resulta más o menos conocida pero de cuando en cuando aflora, en determinados contextos, en circunstancias poco habituales, cuando la vida nos saca de la carretera, alguien con el que no contábamos: entonces nos cuesta reconocernos el el energúmeno de aquel atestado de tráfico o en el cincuentón recién divorciado que regresa al cuarto de adolescente que conservan, tal cual, sus octogenarios padres. No somos -no fuimos- para nada el que sale en esa foto con pantalón de campana y un cigarrillo en la mano, tampoco el paciente de la 318, ni, por mucho que diga la cámara, ese adolescente que robaba libros en el Corte Inglés.

Para algo llevamos años currándonos una imagen, una personalidad equilibrada que se salga del tiesto lo justo: lo imprescindible para demostrar ingenio, carácter. Un personaje sólido; tal vez con una calculada fisura o debilidad que lo haga todavía más verosímil.

Díganselo, si no, a Will Smith que, seguramente, aún se estará intentando reconocer en las imágenes de la ceremonia de los Oscars. Porque está claro que el protagonista de “Yo, robot” que confundía a los androides, tampoco sabe quién de los Smith es el que le cruza la cara a Chris Rock. A simple vista el de la bofetada es el marido -dicho sea en el peor de los sentidos del término- de Jada Pinkett pero también hay algo (sobre todo en la forma de hablar con que increpa al humorista -”tu puta boca”– desde la butaca) del muchacho negro de Wynnefield, Filadelfia, del cabeceo, de los movimientos del rapero de “Switch”.

Con lo que Will se había trabajado el mejor de sus Smiths; justamente ese, el del actor querido, entrañable, que iba a recoger la merecida estatuilla y aparece, en el peor de los momentos ese pringao, un Smith colérico, un perfecto gilipollas que seguramente él nunca sospechó llevar dentro.

Y no es porque no hubiera reflexionado sobre ello: en diciembre de 2021 y, con la ayuda de Mark Manson (autor de ”El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda”) publicó “Will”. Ese volumen, que pretendía recoger sus memorias, es en el fondo una casa llena de fantasmas. En resumen muestra a alguien que intenta, tras el éxito desconcertante, abrumador de “El príncipe de Bel Air”, recuperarse a sí mismo. Es la misma historia que nos contó, esta vez por entregas en el documental “The best shape of my life”, una serie de You Tube centrada en sus desequilibrios emocionales, en sus aristas, en sus fallas.

No, no me veo así, barbilampiño, en cierta manera desnudo, con los rasgos tan afilados y evidentes; tan rotundos.

Debería dejarme al menos bigote pero a casi nadie le queda bien ese complemento, esa prueba del nueve. Sí, lo del bigote me da un poco de miedo. A saber qué Navas aparece.

Mejor volver a la barba, sin duda. Despacio, discretamente; como si nada hubiera pasado.

En fin.

Bilatu