Aitor Garagarza Cambra
Licenciado en Ciencias Políticas

Lo estético frente al contenido: protestofobia

Decía el difunto Iñaki Azkuna «a la gente le importa más las aceras que las banderas». Aquel que, entre 2010 y 2014, en diferente adjudicaciones de obras menores sin concurso publico pagó un montante de 1.475.000 euros a la fundación Metrópoli dirigida por Alfonso Vergara (cónsul del Estado español en Singapur).

En 2013 se le otorgó en Singapur a Iñaki Azkuna el premio a mejor Alcalde del mundo. En cierta manera, la frase lanzada por Azkuna es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos, de ello se aprovechan los poderes fácticos y la intentan retroalimentar. Es decir, lo que importa es lo bonito que dejo Bilbao Iñaki Azkuna, sin profundizar en el coste social que tuvo la transformación de la ciudad. Lo mismo sucede con la coronación de Iñaki Azkuna como Mister Alcalde Universo. Claro está que debajo de las baldosas de Bilbao no había arena de playa.

Este verano, tanto en los Paisos Catalans como Euskal Herria se han impulsado diferentes campañas para denunciar el modelo turístico que se esta implementando. Acto seguido, desde las élites políticas y los oligopolios mediáticos han catalogado las protestas como «turismofobia», intentando desviar la atención de los contenidos del debate y sus consecuencias en la población local. Las protestas ensucian la imagen de la ciudad, molestan a sus gentes, repercuten negativamente en la economía, nos alejan de Europa, rompen la normalidad de la ciudad idílica, causa indigestión al turista con los pinchos… Como dijo Oskar Matute «aquí no hay turismofobia, lo que he visto es ‘protestofobia’».

¿En que consiste la protestofobia? Es anteponer lo estético frente al contenido ante aquellos grupos que pretenden poner en disputa su modelo de país o desarrollo. Es la banalización de aquellas voces discordantes que utilizan la protesta como legitima herramienta para denunciar las diferentes prácticas o consecuencias de sus políticas. Es desviar o ocultar el debate cuando se ponen en entredicho sus diferentes privilegios. Intentando reducir los input de la política a meter un sobrecito cada cuatro años en una urna, para que acto seguido salga el puerco Porky delante de nuestros televisores y nos diga: «Eso es todo, amigos».

Eso sí, el puerco Porky antes de decir la frase con una sonrisa de oreja a oreja tartamudeaba. Los poderes fácticos no tartamudean aparentemente, pero saben perfectamente que lo estético y el contenido están fuertemente unidos. Separar lo estético del contenido es una falsa dicotomía. Todo esto para perpetuar o no poner en disputa su hegemonía. Cuando hablamos de hegemonía lo hacemos desde postulados Gramscianos. Hegemonía entendida como el sentido común imperante en una sociedad  respecto a conocimiento, ideas, valores, creencias, modelos, practicas, reglas o conductas.

Por su parte, el movimiento popular, aquellos grupos de personas que abogamos por la trasformación político y social, muchas veces hemos caído en el error de la falsa dicotomía, anteponiendo el contenido frente a lo estético. Todo contenido, toda elaboración dialéctica, todo acto de protesta, de transgresión tiene una carga estética y simbólica importante. Muchas veces tenemos interiorizadas ciertas formas de hacer y nos olvidamos que tienen una carga estética brutal. Es por ello que la reconstrucción de estos dos elementos debe ser constante en cada momento histórico. La construcción de lo estético ha sido de gran importancia en todo movimiento político, en la construcción de las identidades colectivas. Revisemos la historia reciente de las familias políticas de Euskal Herria o del movimiento obrero a nivel global y nos percataremos de ello.

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