Sonia Iturain Jimenez de Bentrosa
Doctora en Psicología

Lo que nadie cuenta cuando se habla de «denuncias falsas»

Ha vuelto a estallar la polémica. Se ha publicado “Esto no existe”, un libro que vuelve a poner el foco en las denuncias falsas en violencia machista. Un tema que, cada cierto tiempo, regresa como un eco incómodo y sensacionalista.

Pero me llama la atención algo: se habla mucho de cifras, porcentajes, estadísticas…, y muy poco de lo que de verdad ocurre en la vida de una mujer que decide denunciar.

Porque, aunque algunos quieran convertirlo en una discusión fría, lo que hay detrás es devastadoramente humano.

Cuando una mujer denuncia, no lo hace desde la comodidad. No lo hace desde la seguridad. Lo hace desde un lugar mucho más duro: la amenaza de muerte ante la salida del domicilio, la certeza de que seguir como está puede costarle la vida, su integridad o la de sus hijos.

Denunciar al padre de tus hijos no es un gesto ligero. Es un quiebre, un lanzarte al vacío en las peores condiciones físicas y emocionales imaginables; 47 kilos de peso y una dificultad absoluta para tomar decisiones. Es enfrentarte a un sistema lento, áspero y desbordante…, pero también a algo incluso más difícil: la mirada del pueblo.

Porque cuando una mujer denuncia, empieza un doble juicio. El judicial. Y el social. Gente que deja de hablarte. Otras personas que, para no incomodarse, pronuncian ese «yo me mantengo imparcial» que te perfora el pecho. Hombres desconocidos que te piden explicaciones para decidir si le expulsarán a él del grupo en el que milita…, y después nunca más te mirarán a la cara. Vecinos que murmuran. Familiares que dudan. Amistades que desaparecen.

Y todo esto sucede mientras tú atraviesas un infierno silencioso: el ataque de ansiedad el primer día que vuelves a verlo tras años de orden de alejamiento; la culpa que no te pertenece; la vergüenza instalada en la piel; el agotamiento físico; el intento de suicidio porque llegas a sentir que eres un ser despreciable y que tus hijos estarán mejor sin ti.

Esto es lo que sí existe. Esto es lo que rara vez ocupa titulares. Esto es lo que jamás se nombra cuando se habla de denuncias falsas.

Lo que no existe –o existe muy poco– son esas denuncias falsas que tanto repiten algunos. Los datos oficiales lo dicen: son residuales. Insignificantes en número. Lo que sí existe es la violencia. El trauma. El abandono institucional. Y los miles de mujeres que han tenido que atravesar un infierno que no eligieron.

Nombrar esto no divide: humaniza. Y recordar esto no polariza: pone la vida de las mujeres en el centro, donde siempre debió estar.

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