Josu Iraeta
Escritor

Lo que nunca debió ocurrir

La primera arista a esquivar debiera ser la que plantea si los «técnicos» autores del trabajo, debieran ser de perfil político-religioso-periodístico, o, por el contrario, es más propio de quienes son considerados «historiadores»

He tenido la oportunidad de leer con frecuencia la cabecera de este artículo, eso sí, siempre desde la óptica de unas víctimas que reclaman exclusivamente para sí, el dolor, el miedo y la soledad.

Son cinco, solo cinco palabras, pero que encierran mucho y diverso contenido. Es la razón por la que he decidido desarrollar el tema.

No es extraño, pues como otros muchos, también he observado que es la herramienta más utilizada por quienes pretenden dividir la sociedad vasca.

Al parecer el «prisma» que utilizan para analizar el pasado –cuidando mucho los tiempos y sus protagonistas– es sumamente rentable y requiere poco esfuerzo.

Sinceramente ignoro quien es el autor de tan brillante frase, pero la escuché por primera al Sr. Iñigo Urkullu.  

Quiero subrayar, que, siendo un tema tan serio y profundo, no resulta edificante el que altos cargos públicos, en ejercicio, juzguen la violencia del pasado, en aras de la rentabilidad política.

¿Por qué en ese juicio al pasado violento, no se incluye a tantos y tantos hombres y mujeres navarros, víctimas de los «matones»? Víctimas que, tras ser asesinadas, fueron abandonadas en las cunetas, y arrojadas a fosos y barrancas? ¿Por qué?

En Navarra hubo infinidad de asesinados. Este es el elemento más trágico de la represión, pero son incontables los demás aspectos de la feroz política llevada a cabo durante la postguerra y la dictadura.

¿Dónde se homenajea a las numerosas víctimas del requeté Benito Santesteban, llamado «Pasos largos»?

Quién recuerda a Maravillas, hija de Vicente Lamberto, socialista de Larraga. Padre e hija fueron conducidos al ayuntamiento por un grupo de falangistas donde «todos» violaron repetidamente a Maravillas. Terminada la orgía fueron llevados al monte donde repitieron la violación. Una vez asesinados, Maravillas fue abandonada en el lugar, donde los perros habían comenzado a devorarla. Unos pastores quemaron el cuerpo.   

Cuando se trata de condensar la historia de un espacio de tiempo –más o menos prolongado– con la pretensión de que el resultado concite la máxima aprobación, lamentablemente se consigue lo contrario de lo que se dice pretender.

La primera arista a esquivar debiera ser la que plantea si los «técnicos» autores del trabajo, debieran ser de perfil político-religioso-periodístico, o, por el contrario, es más propio de quienes son considerados «historiadores».
 
En mi opinión, esta denuncia respecto al perfil de los autores, considero es más un intento de «meterse en la cocina» y manipular, pues es evidente que el prisma desde el que un historiador cuenta, interpreta o relata la historia, ni es «virgen» ni puede serlo.

Para ello un ejemplo: Mientras un «dron» militar de alta precisión, cuyo diseño es un modelo del arte conceptual, lanza un misil contra un hotel, un colegio o un hospital, creando una carnicería, un «coche bomba» de aspecto polvoriento estalla en un mercado popular, obteniendo resultados similares.

Unos y otros han cumplido con su respectiva misión. Una vez terminado su cometido, los «malos» se esconden esperando transcurran las horas sin sobresaltos, mientras, los «buenos» reciben medallas, halagos y ascensos que suponen incremento salarial.

Así pues, los «terroristas» ponen bombas, la «milicia democrática» solo bombardea al enemigo.

Sin duda es un tema delicado y no sólo por la complejidad de «construir» un documento-relato, sino por su utilización posterior, por el fin para el que está siendo creado, «elaborado».

Lejos del discurso político, pretendo seguir aportando hechos, datos que expresen, por sí mismos, la verdad imposible de un relato único.

Más hechos: Rafael Vera, ex secretario de Estado para la Seguridad del gobierno de Felipe González y condenado –en firme- por sustraer más de quinientos millones de pesetas de las arcas del Estado, así, como también por secuestrar al ciudadano francés Segundo Marey, -reivindicado por el GAL- nadie lo calificó ni vinculó «nunca», en ninguna sentencia, con actividad terrorista alguna.

Sin embargo, no ocurrió lo mismo con varios jóvenes menores de edad, que en su día fueron acusados de destrozar ramos de flores en la tumba de un conocido personaje político donostiarra. Estos sí, estos sí fueron vinculados públicamente con actividades terroristas.

En esta misma dirección, el ex fiscal de la Audiencia Nacional española Sr. Molina, -con el que he tenido oportunidad de «conversar» repetidas veces- en un día de esplendorosa lucidez llegó a expresar: «para ser terrorista no es necesario pegar tiros».

Es evidente que el Tribunal Supremo comparte plenamente la opinión del Sr. Molina. De no ser así, ¿cómo podría asociarse la capacidad intelectual de pensar y tener «intenciones», con la práctica del terrorismo?

En 1.976, un grupo de amigos bailaban en cuadrilla y los empujones y pisotones -frecuentes en salas de baile- molestaron a algunos de los presentes, a quienes las disculpas no bastaron.

La tragedia ocurrió acto seguido, cuando José Roca -guardia civil- de paisano, disparaba a bocajarro contra Santiago Navas Agirre, de diecinueve años, que resultó muerto por herida de bala en el tórax. El guardia civil, volvió a disparar, esta vez sobre el joven Javier Nuin, quien recibió un segundo disparo cuando se encontraba tendido en el suelo. El guardia civil efectuó un cuarto disparo hiriendo a otro joven baztanés.

Meses más tarde, la prensa se hizo eco del significativo ascenso del guardia civil José Roca, autor de los disparos.
Más próximo en el tiempo, hubo quien caracterizó como acto terrorista el enfrentamiento de Altsasu, apelando a un criterio de interpretación de triste memoria en el derecho penal; la analogía; concretamente la analogía de intención. Y es aquí donde se percibe la «siembra» policial, ya que con más o menos cambios hacen suya los textos vigentes.

Es así como llegan al objetivo deseado: indicios nítidos de naturaleza terrorista.

Que yo sepa, la objetividad no es patrimonio de nadie y, por tanto, nadie está legitimado para hacerla suya.

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