Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Lo que se siente y lo que se les cuenta

La realidad, reflejada tanto en el sentir como en el contar, construye la verdadera identidad, la nuestra. Dan McAdams etiquetó los modelos de esa identidad dividiéndola en identidad experiencial, la que sentimos, e identidad narrativa, la que se cuenta, ambas vinculadas por el lenguaje, dice McAdams. Nos parece demasiado relamida la comparación entre identidades experiencial y narrativa y sociedades civil y política.

Durante estos días la identidad narrativa, la que se cuenta, exige esfuerzos de reflexión chispeante para corresponder con la identidad experiencial, la que se siente. Dos jefes de gobierno, de comunidad autónoma uno y del Estado otro, merecen nuestra estupefacción por sus esfuerzos en hacer coincidir esas dos identidades a toda costa. Para ellos el lenguaje lo arregla todo.

La identidad experiencial no admite variantes y en cuanto incluye matices se va acercando a la identidad narrativa controlada por el cuentista (en el sentido de cronista). No creo totalmente en la capacidad de disociar realidad y relato, pero sí en la determinación de conseguirlo.

Hay periodos malignos, los poselectorales, coincidentes con los de una nueva elección en los que nada de las afrentas de la pasada contienda han tenido tiempo de cicatrizar, más bien al contrario.

En esas fases, la mercancía más valorada es el lenguaje. Cierto es que la verdad como la trola son poliédricas, inutilizando el valor del control de la forma de contar lo que sucede o lo que se siente. Reconozco la banalidad de esta afirmación, ya que todo es poliédrico.

¿Somos los peatones responsables de conformismos que reactiven el interés por los discursos políticos destinados a reducir el reflejo de abstención?

En materia política, como leemos las noticias, surgirán nuestras opiniones. Los periodistas de "Político" (USA) crearon Axios, un espacio de noticias destinado a captar lectores con textos que no comprendieran más de 300 palabras y que se vieran acompañados de sus resúmenes. Sus creadores, Van de Hei, Allen, Schwartz, no contentos con su clonación primera, la perfeccionaron: «decir más con menos»; todo, según ellos, se puede decir en seis palabras. Se bautizó el método con el dicharachero título Smart Brevity.

El lector, según esos «creadores», deja de leer un tercio de los correos electrónicos. En eso tienen razón, siendo conocidos los numerosos tertulianos que se lanzan en extensos «disparativos» sobre temas publicados de los que no han leído más que los títulos. Generadores de dopamina la buscan con la ansiedad del escuálido mental.

Con adoctrinamientos del tipo Smart Brevity, brevedad es credibilidad, y longitud es miedo; así llegamos al lenguaje de las perversas redes sociales. «Trop c’est trop», en esta expresión la brevedad le da una sola palabra «demasiado». Axios, tres periodistas masculinos gesticulan con su tic innato de género, más; lástima que mujeres periodistas no se lancen en vivir su personalidad natural propiciando una convivencia mejor.

En la práctica del lenguaje se consideran dos aspectos, fondo y forma. Quizás influye más el fondo si se limita la forma a la de las palabras desde la identidad experiencial, las frases siendo patrimonio de la identidad narrativa… y el patrimonio solo es del poder.

Sobre las entretelas del lenguaje, la catedrática y miembro de la RAE Inés Fernández Ordóñez sostiene que «la Academia recomienda, pero la lengua es propiedad de la gente». El Smart Brevity recomienda a su vez usurpando el contenido real del poder popular.

La identidad experiencial analizada por Merleau Ponty a través del examen de la percepción nos dice, por fin, que la realidad objetiva no existe, la percepción estando anclada en la subjetividad, es decir, contaminada por lo indeterminado y por la confusión. Para Merleau Ponty no es posible disociar la palabra pensamiento. El lenguaje implica una actividad intencional. El pensamiento es ya lenguaje y el lenguaje es pensamiento.

Hegel afirmaba que pensamos en palabras que solo acceden a nuestra interioridad, a pesar de sus imperfecciones, cuando les damos una forma objetiva. En efecto, el lenguaje ordinario no siempre es claro y solo adquiere claridad si encuentra, muy raramente, la palabra ad hoc.

Los políticos conocen perfectamente ese mecanismo y saben que las imperfecciones forman parte de las reglas del juego oratorio, pero poco importa si consiguen que en momentos deseados el lenguaje, preciso o no, permite alcanzar el objetivo electoral deseado.

Al comienzo de la lectura del discurso-oración de esos dos jefes de Gobierno, el Peatón en el mejor de los casos curiosea y, según su convicción precedente a la lectura, aprueba para luego cambiar de línea si lo leído chirría. En ese caso, el lector está convencido antes de comprar su periódico habitual y, disponiendo de tiempo limitado para leer artículos completos, vuelve a sus ocupaciones convencido de haber acertado en su fidelidad a la identidad narrativa.

Para el lector, una vez jubilado, el tiempo disipa las nieblas entre intención escrita y percepción.

Después de conocer la visita de un dirigente político vasco a Puigdemont, quizás por temor al Waterloo de las próximas elecciones autonómicas, nos queda la de la consejera más fotografiada de la CAV a Jenni Hermoso. Todo apariencia mediática. ¡Dientes, dientes!

Tenemos necesidad urgente de sanear la política de la sociedad civil pasando por la de la sociedad política.

Jose Mari Esparza, nos hiciste respirar aire puro con tu artículo de fin de julio pasado sobre el natural socialismo de nuestros mayores. Hoy todavía tiene que ser posible.

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