Los árboles en la cuneta
Al colosal fresno que hay al lado del manzano viejo se la han caído todas las hojas. Ahora, entre sus ramas peladas podemos ver el roble que hay detrás y que planté ahí en la ladera, en el talud de ese monte que guarda los pasadizos olvidados que hicieron aquellos mineros «también olvidados» que a principios del siglo pasado buscaban en largas jornadas las mejores vetas del famoso mineral de hierro de Bilbao. Lo compraban a bajo precio los ingleses. Como prueba de todo esto tienes dos datos, uno: la primera huelga general en todo el Estado se organizó ahí mismo, en Bilbao, y dos: el ahora futbolero y foroforizado: ¡alirón! En su día: «all iron!».
Caídas las hojas del fresno, ahora podremos ver el roble hasta bien entrada la primavera, y entonces le nacerán las hojas nuevas y las veremos solo durante un par de semanas y solo hasta que al fresno le nazcan también sus hojas nuevas. En los próximos años sabremos quién de los dos subirá más alto, si el roble o el fresno. (Se admiten apuestas) Los libros dicen que el fresno puede alcanzar los 40 metros y el roble 35. Yo sé cómo era el árbol del que recogí la bellota y sembré ahí en un punto casi inaccesible del talud del monte. Del fresno sé que lo trajeron hace 15 años, cuando ya estaba tan crecido nuestro roble y podíamos verlo todos los días en las distintas estaciones del año desde las ventanas de casa y sin usar los prismáticos. El fresno lo trajeron en un camión enorme y, después de hacer un hoyo con una excavadora, lo izaron con una grúa y lo plantaron ahí en la cuneta del sendero y, ahora, con todo su colosal follaje nos impide la visión del joven roble durante gran parte de la primavera, todo el verano y parte del otoño.
Llevamos aquí unos días con Gamoneda y su: «Y sin embargo amas aún cuanto has perdido»
El libro es una breve antología y recoge poemas escritos solo hasta el 2013.
De algunos poemas te copio algo:
«Tu rostro sale del espejo como un ala que abandona el
Instante. Yo amo tu rostro en el espejo; yo amo cuanto me está abandonando».
«Lo invisible está dentro de la luz, pero, ¿arde algo
dentro de lo invisible? La imposibilidad es nuestra iglesia. (...)»
«Quizá el silencio dura más allá de sí mismo y la existencia es solo un grito negro, un alarido ante la eternidad.
«El error pesa en nuestros párpados»
«bajo la intimidad de las hormigas»
Te hago un comentario sobre esto de: «bajo la intimidad de las hormigas»
Creo que Gamoneda habla de las cunetas donde los rebeldes franquistas enterraron a los presos porque querían, (y siguen queriendo) ocultar sus crímenes. Ahí, en España, aún hay hoy cada 50 km, y vayas en la dirección que vayas, hay fosas con presos republicanos enterrados en las cunetas de los caminos.
«Quizá soy transparente. La única sabiduría es el olvido»
Me entrometo otra vez entre las citas que hago de Gamoneda, porque aparecen unas citas en uno de mis cuadernos, la primera es da Karl Marx, la segunda no sé de quién es:
«La vergüenza es un sentimiento revolucionario», «Toda mi ciencia no es más que este gemido inútil, todos mis actos sombras de pájaros en el agua»
«(...) no mueras en mí, sal de mi lengua.
Dame la mano para entrar en la nieve»
Me cuelo otra vez: El abedul me dice que no sirve de nada enfadarse, el arce lo ratifica y el abedul, quieto, insiste. Bailan las últimas hojas del chopo antes de caer. Eres más suave que el existir, naces con la lluvia.
«(...) una mujer, agotada y hermosa, se acercaba con un serillo de naranjas, [al patio de la cárcel de San Marcos] y cada vez, la última naranja le quemaba las manos: siempre había más presos que naranjas»
Creo que Gamoneda de chaval supo de la vida, de la entrada y salida de los presos en sus últimos días en la cárcel de San Marcos. Algunos familiares o amigos procuraban llevarles alguna comida, tabaco, cartas. Alguna de estas no llegó a su destinatario, como la de aquella madre que le escribe a su hijo preso y condenado y en la que le dice que solo puede enviarle un librillo de papel de fumar. Un día, en una charla nos contó Gamoneda que a los presos condenados a muerte un capellán les dio un librito, «un librito, que no un librillo de los de papel de fumar para liar cigarrillos», les dio, te decía, un librito el capellán de los rebeldes. Aquellos «rebeldes» los mismos que aceptaron sin chistar la sugerencia /orden de Goebbels de que se autoproclamaran: «los nacionales». En el librito que el capellán de la cárcel les dio a leer a cada uno de los presos les decían que «debían morir muy contentos porque su muerte servía para glorificar al Caudillo».
Seguimos con los poemas de Gamoneda:
«Al hombre cuyo oficio y vigilancia
Es la vida, feroz como el mercurio
Una bolsa de pena lo acompaña.
Está cansado sobre el propio rastro
Como un ave de plomo. Dormiría
Sobre las cosas: las miserias
Y las humillaciones y el olvido.
(...)
Conocerás el destino
Y crecerá tu paz al acercarse la noche
Y al ir sabiendo que la vida es
Una inmensa, profunda compañía.
(...)
La belleza no es
Un lugar donde van
A parar los cobardes.
(...)
Oigo al ciego ruiseñor
del invierno. Silba. Está
creando luz entre el ramaje oscuro.
Me cuelo hoy por última vez:
− ¿Trotaremos, alegres, un día por la pradera sin mugas, sin peajes, sin penas?
− Sí. Dentro de unos mil seiscientos millones de años.
− ¿Dentro de unos mil seiscientos millones de años?
− Sí, sí.
Un libro para leer despacio y sin parar: "La biblioteca de los nuevos comienzos".
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