Oskar Fernández García
Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación

Los banales y pueriles carteles electorales de la derecha

Semejante majadería y exabrupto es digno de que no sea olvidado jamás y que forme parte de la gruesa enciclopedia de las necedades y estupideces que en campaña y fuera de ella exponen sin inmutarse lo más mínimo muchas de las personas designadas para ocupar altos puestos de máxima responsabilidad. Y una de ellas es el actual lehendakari.

Los carteles sobre las campañas electorales que representan a los partidos políticos, al igual que cualquier otro texto –bien sea de tipo escrito, oral, audiovisual, pictórico...– permiten una lectura mucho más interesante y profunda que la explícita e inmediata, diseñada por una determinada empresa o agencia publicitaria.

Los carteles que siempre representan un mayor y evidente desequilibrio entre el ambiente que recrean en ellos y el que realmente sufren y padecen la mayoría de la ciudadanía, sin lugar a dudas, pertenecen a las formaciones de derechas. Se consideren éstas de centro, neoliberales, democristianas...

Todos ellos intentarán –mediante los múltiples recursos de la psicología social y las técnicas de atracción, persuasión y embelesamiento de la publicidad– captar la mirada y la atención del mayor número de personas para que éstas –sin el más mínimo proceso de reflexión, análisis y crítica– se sientan atraídas a dar su voto por esas diferentes opciones que desde sus soportes invaden el inconsciente de quienes las contemplan.

En esta campaña política actual, destinada a la elección de un «nuevo parlamento», para tres de los siete territorios históricos de Euskal Herria, que se llevará a cabo el próximo 12 de julio, llama la atención que dos de las opciones políticas –que con mayor o menor entusiasmo, empatía o atracción mutua han gobernado desde la primera legislatura, desde aquel no tan lejano año de 1980, en una curiosa y singular simbiosis sociopolítica– el PNV y el PSE hayan optado, sus respectivos responsables de campaña, por unos carteles propagandísticos tan sumamente similares en la composición de los elementos más relevantes y fundamentales.

El PSE presenta en primer término a su candidata –con chaqueta roja– el mismo color que se utiliza en los textos escritos del anuncio político o el cartel electoral. Tras ella –con la suficiente distancia para que su figura quede claramente resaltada y formando una figura geométrica simple, pero sumamente efectiva para engrandecer su liderazgo y su capacidad de atracción– aparecen nueve personas muy jóvenes. Cuatro de ellas le siguen por su flanco derecho y cinco por su lado izquierdo.

La imagen, la fotografía de ese grupo, es un plano contrapicado cuyo objetivo y finalidad es ensalzar y enfatizar. Se utiliza para sobredimensionar, engrandecer y magnificar; en este caso las cualidades que se supone tiene la candidata. Y, por supuesto, para transmitir una sensación, una atmósfera y un ambiente de control, poder, decisión, seguridad y grandeza.

Es una clara exaltación de la persona de Idoia Mendia no exenta de un halo de mistificación y de elevación, no en vano por detrás sólo tiene un enorme espacio de cielo blanquecino.

Esa distribución geométrica de proyección cónica, de punta de flecha o de triángulo resalta y engrandece la figura de la candidata, que ya estaba notablemente subrayada y enfatizada en la composición; tanto por ocupar el vértice de la proyección, como por el notable tamaño acrecentado, de su figura y por el color rojo de la chaqueta, único vestigio de izquierdas, el pigmento rojo, que le queda a ese partido absolutamente inmerso en un brutal neoliberalismo, desde hace más de cuatro décadas.

El cartel publicitario de esa formación con ese corazón rojo –más propio de una marca de cosmética que de un partido político, que dice ser de izquierdas– básicamente viene a decir, transmitir y comunicar el siguiente mensaje: «El PSE-EE y el PSOE os quiere e Idoia Mendia es vuestra solución y vuestra Lehendakari».

Una frase de un profundo y hondo calado humano, sociológico, laboral, económico... El paradigma de una izquierda coherente, inteligente y luchadora (seguro que la ironía se hace evidente).

Ese mismo esquema simplista, infantiloide y vulgar, pero muy efectivo a la hora de captar y atrapar votos es el que han seguido en el PNV, eso sí con algunas variaciones, en absoluto baladíes, y que es necesario resaltarlas y comentarlas.

En el cartel propagandístico de esta formación autonomista por antonomasia –foralista, regionalista e independentista, de álbum de cromos, una vez al año– la proyección icónica –formalmente tan ordenada, tan geométrica, equilibrada y simétrica– se transforma en una imagen icónica social, completamente asentada y afianzada en el imaginario popular: el líder decidido y sonriente avanzando –como siempre en el PNV– camino del poder, que otorga tener las riendas del parlamento y del gobierno, y seguido de varias personas, concretamente seis. De ellas las primeras muy jóvenes y en último término del plano una mujer y un hombre de mediana edad.

El conjunto de las siete personas avanzan por un suelo horizontal, formado por un conjunto de franjas paralelas con los colores de la bandera de esa Comunidad, que coinciden también con los colores del anagrama de ese partido –profundamente de derechas– y con la U mayúscula de Urkullu. Que por mucho que intente de forma banal y pueril, en la primera entrevista radiofónica que le han hecho, manifestar y negar la existencia actual de derechas e izquierdas, exhibiendo un argumentario insostenible y absolutamente disparatado desde el punto de vista académico, no hace otra cosa que el más absoluto de los ridículos vergonzantes, escandalosos, increíbles e inadmisibles.

Semejante majadería y exabrupto es digno de que no sea olvidado jamás y que forme parte de la gruesa enciclopedia de las necedades y estupideces que en campaña y fuera de ella exponen sin inmutarse lo más mínimo muchas de las personas designadas para ocupar altos puestos de máxima responsabilidad. Y una de ellas es el actual lehendakari.

Literalmente expuso lo siguiente en los micrófonos de Radio Euskadi «Hoy no hay un esquema de derechas e izquierdas, eso está obsoleto, no hay partidos que se escapen de la justicia social...».

Ese conjunto de siete personas están andando por un camino reconocible para la inmensa o absoluta mayoría de las personas a las que se dirigen. Un camino exento de obstáculos para su avance.
En este caso se ha optado por una imagen o un plano entero de las figuras humanas, para enfatizar y resaltar su imparable y decidido avance hacia la consecución del poder.

Se ha optado por ese tipo de plano, entero, para hacer énfasis en el dinamismo que supone ver completamente –de pies a cabeza– a esas personas y su andar resuelto a través del movimiento de sus piernas y de sus pies.

El cartel electoral intenta, y a buen seguro que lo conseguirá, transmitir un mensaje tan simple como efectivo; «Urkullu nos va a liderar, votémosle».

En el cartel electoral del PSE llama la atención que nadie, de las diez personas que lo integran, sonría. Solamente Idoia Mendia parece esbozar una ligerísima y evanescente mueca de posible sonrisa. Por lo tanto se puede deducir e inferir directamente que en la sesión fotográfica, a la que se sometieron, quedó de manera tajante y meridiana, la total y absoluta recomendación o imposibilidad de sonreír ante la cámara, algo tan natural y consustancial con los seres humanos.

Por lo tanto se podría deducir que mediante esa ausencia de sonrisas se intentaba transmitir, de manera subliminal, que esa formación política es seria y se toma y afronta los problemas de esa comunidad con absoluta seriedad. Vamos, como si la expresión de los rostros tuviese una relación directa con los valores, los ideales, los modelos sociales, la mentalidad y las pautas de actuación de las formaciones políticas. ¡Qué absoluta banalidad y puerilidad en los mensajes!

Sin embargo en el cartel del PNV, increíblemente, el Sr. Urkullu –el hombre de rostro metódicamente duro; de facciones y rasgos que tan habitual y sistemáticamente transmiten un rostro de enfado, desagrado, contrariedad, indiferencia, menosprecio, distanciamiento...– sonríe, él y todas las personas jóvenes que le siguen.

Sí, es evidente, no tienen que hacer lo mismo que el PSE-EE, ellos ya tienen, desde hace lustros y largas décadas, la imagen de personas serias, efectivas, eficientes y magníficas gestoras, aunque la tozuda e irrefutable realidad desmienta esa imagen icónica labrada con tesón y talonario, mediante el beneplácito, complicidad, entusiasmo, seguidismo e intereses espurios e inconfesables, y por supuesto también económicos, de la inmensa mayoría de los medios de comunicación.

Desde que el PNV, en 1980, se alzó con el poder, en aquella no tan lejana «I Legislatura» del Parlamento vascongado, los casos de corrupción le han perseguido a ese partido, jeltzale y de derechas, como si éstos formasen parte de su propia idiosincrasia, convirtiéndose en su sombra, obscura, siniestra, perpetua e insoslayable.

Desde hace, al menos, cuarenta años, al PNV le acechan, le persiguen y le señalan con firmeza y contundencia, constantes e ineludibles acusaciones de: corrupción, clientelismo, mala gestión, malversación de fondos públicos, sospechosas contrataciones públicas a empresas de ex altos cargos jeltzales, graves irregularidades cometidas durante la gestión –en cargos públicos– por parte de los acusados y/o imputados en sede judicial, cohecho, asociación ilícita, blanqueo, tráfico de influencias, falsedad documental, prevaricación...

Todo ese interminable rosario –tan inherente y consustancial a sus creencias espirituales– de execrables, abyectos y repudiables delitos, derivan de una interminable cadena de casos de absoluta y aborrecible corrupción, cuya génesis aparece –al menos, desde 1980– en el que se conoció como «El caso de las tragaperras».

Posteriormente irían surgiendo una serie interminable, vergonzosa, inadmisible y extenuante cadena de casos, como: «Museo Balenciaga», «La Planta de Purines de Karrantza», «El caso Margüello», «Los comedores escolares», «Osakidetza», «Alonsotegi», «Bakio», «El caso Ibarra», «El caso Bravo», «Erandio», «Mallabia», «Errigoiti», «El caso Kutxabank», «El caso Guggenheim», «El caso Bidegi», «Hiriko», «Epsilon», «El caso de Miguel» –el mayor caso de corrupción que ha padecido esa Comunidad Autónoma– en el que ex altos cargos públicos del PNV fueron condenados, hasta trece años de cárcel, en diciembre del pasado año 2019.

Ni con un millón de carteles electorales y publicitarios lograrían tapar la inconmensurable, viscosa y repulsiva mancha de corrupción que se extiende sobre su gestión, durante casi cuatro dilatadas, aborrecibles y lamentablemente perdidas décadas de gobierno tricolor.

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