Pablo A. Nabarro Lekanda

Los demás

Asistimos a un estadio de las luchas de clases de fuego cruzado y en algunos casos con víctimas de fuego amigo.

Lo decía la protagonista de una intrascendental película en sesión vespertina de la tele: «en el mundo hay tres tipos de personas: los ricos, los pobres y los demás». Me quedé con la copla. No hablaba de clases, de categorías sociales pero se le veía la mención, se intuía. Pasé un rato entretenido, que es de lo que se trataba. Su reflexión me pareció acertada. Me sirvió para analizar la compleja situación que vivimos.

Vemos con cierta indolencia cómo los ricos, aun no siendo legiones, son cada vez más y cada vez más ricos y poderosos. Los pobres, y me refiero a los pobres de solemnidad, a las víctimas dela hambruna, de las migraciones, sean por las guerras, por motivaciones políticas o derivadas de catástrofes climatológicas, también son cada vez más y más pobres y además son legiones.

La confrontación entre unos y otros en clave de lucha de clases es sencillamente imposible por razones obvias: estos pobres tienen todas las de perder. De hecho lo han perdido todo. Sólo cabría una posibilidad que no es otra que la de contar con la ayuda de las demás que somos nosotras, el resto.

El problema es que los demás no lo tenemos nada claro a la hora de apoyar a los pobres en su desesperada lucha contra los ricos. Entre los demás los hay que no sólo no confrontan con los ricos es que confraternizan con ellos, quieren ser como ellos y no a costa de los pobres sino de los suyos, es decir, del resto de los demás, o sea, de mí mismo. Son muchos y también tienen mucho poder, tanto como el que les dejan los ricos. El resto de los demás que confraternizamos con los pobres de solemnidad, los miserables, los olvidados los intocables, los asquerosos... seamos comunistas, poscomunistas, libertarios, socialistas, revolucionarios, utópicos, distópicos o retrotópicos estamos como pollo sin cabeza, desnortados, enzarzados en estériles luchas cainitas, sumidos en una grave crisis de identidad que nos arrastra a la irrelevancia y a perder el tren de la historia.

Conclusión: los demás confrontamos contra nosotros mismos y además los hay que confrontan directamente con los pobres. La aporofobia, junto a la xenofobia, la homofobia... impregna nuestras sociedades más allá de la dialéctica entre pobres y ricos. Asistimos, en definitiva, a una guerra híbrida, a un estadio de las luchas de clases de fuego cruzado y en algunos casos con víctimas de fuego amigo donde todos –ricos, pobres y los demás– confrontamos con todos poniendo en cuestión los principios básicos de la dialéctica.

Una dialéctica superada por los acontecimientos al confundir ésta –al igual que el materialismo dialéctico– con una concepción binaria de la historia y por considerar que su evolución sólo es posible desde la superación de la contradicción –confrontación– entre dos polos opuestos: capital-trabajo, burguesía-proletariado, ricos-pobres, buenos-malos, hombres-mujeres...

No estaría de más que profundizáramos en el concepto de la dialéctica teniendo en cuenta que, por ejemplo, desde el movimiento feminista y los movimientos LGTBQ+ y otros están poniendo patas arriba no sólo la hegemonía del patriarcado sino el mismo carácter binario de la sexualidad. Estamos en los albores de una revolución sexual, en lo se podría definir como una «ruptura generocional».
Imaginación dialéctica.

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