Ana Esther Ceceña
Coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica

Los golpes de espectro completo

«Con la idea orientadora de «no dejar resquicio al enemigo», ningún espacio de resguardo, ni un momento para tomar aliento, se han puesto en práctica un conjunto de elementos de los que yo distingo tres que combinados tienen un efecto explosivo: avasallamiento, simultaneidad, impunidad.»

Nuevos aires cargados de viejos hábitos soplan sobre los territorios de Latinoamérica y el Caribe. La vocación hegemónica y su permanente necesidad de renovarse y reafirmarse trae consigo una cartera de elementos de seducción, disuasión o represión que pueden ser usados aislada o simultáneamente y que ofrecen la posibilidad de combinaciones muy diversas, versátiles y siempre, eso sí, con el mismo propósito: en ocasiones explícito y las más de las veces encubierto detrás de velos insostenibles como el de la restauración de la democracia.


El nuevo campo de batalla: Quizá el elemento más relevante ha sido el cambio en la idea de la guerra y sus propósitos. Si hasta ahora hemos estado acostumbrados a medir las guerras por sus ganadores y perdedores, hoy tendremos que adecuarnos a las guerras infinitas. Esas guerras indefinidas que buscan mantener los territorios en situación de guerra porque ya no son el medio sino el fin. Es la situación de guerra la que proporciona los beneficios: da paso al saqueo, estimula una variedad de negocios (armas, drogas, alimentos, trata de personas, mercenarismo y muchos otros) y permite un control sobre las poblaciones no legitimado porque se ejerce en condiciones de excepción.


Un segundo elemento se refiere a la concepción del enemigo. El enemigo en verdad es, en este siglo XXI, la otredad bajo cualquiera de sus formas. Y el otro, por virtud de la competencia y el correspondiente imaginario de campo de batalla que la acompaña, debe ser dominado o negado; convertido en –o tratado como– objeto. Pasible de ser manipulado, usado, pero también deshechado.


La idea central que conduce a entender de una manera muy distinta el campo de batalla, que a la vez es un equivalente del mercado, se refiere al problema de la incompletud, que acompaña todos los procesos vitales, pero que debe ser superada, desde la perspectiva del poder, para evitar porosidades que lo pongan en peligro.  Tarea imposible pero a la que se le dedican esfuerzos ingentes: tecnología abrumadora y avasalladora; investigaciones de psicología y de comportamiento de sistemas complejos; técnicas de convencimiento, envilecimiento, disuasión o parálisis; cálculos de equilibrios asimétricos; investigaciones (y prácticas) culturales, lingüísticas, antropológicas y similares que propicien el sometimiento; fabricación unilateral y universalización de sentidos «comunes» a través de los medios masivos de comunicación, de los contenidos de la educación, de las orientaciones de la ciencia y otros vehículos del mismo carácter.


El concepto de dominación de espectro completo ha sido la clave de transformación en el arte de la guerra y orienta sus modalidades prácticas. Uno de sus aprendizajes, muy evidente en las disputas por la territorialidad en la actualidad, es el de la aplicación simultánea y sin tregua de mecanismos variados que tiendan a confundir y a la vez a producir resultados combinados mientras agotan, en principio, las fuerzas físicas y morales del enemigo.


Con la idea orientadora de «no dejar resquicio al enemigo», ningún espacio de resguardo, ni un momento para tomar aliento, se han puesto en práctica un conjunto de elementos de los que yo distingo tres que combinados tienen un efecto explosivo: avasallamiento, simultaneidad, impunidad.


A vasallamiento. Cuando el enemigo es concebido como una fuerza invisible o difícil de reconocer porque se pierde en esa masa de seres a los que nunca se les había puesto casi atención porque se les consideraba demasiado pequeños e irrelevantes, el procedimiento se inclina por lo que podría considerarse una purga general, relacionada con las tareas de prevención y disuación pero con propósitos de más larga duración. Este mecanismo consiste en evitar que la asimetría se convierta en vulnerabilidad aplicando una fuerza sobredimensionada, desproporcionada, con carácter arrasador.


Simultaneidad. El mejor medio para desgastar al enemigo es atacarlo sin tregua por todos lados al mismo tiempo; como un ataque de un enjambre de avispas. Con esta idea, se aplican simultáneamente mecanismos desestabilizadores o directamente de ataque en todos los ámbitos de la vida social. 


Impunidad. El dislocamiento de sentidos y la confusión que de esta manera se crea es potenciada al máximo posible. La pérdida de referentes sociales garantizadores, de lo que se entiende por estado de derecho, equivale a la construcción de un contexto en el que aparecen como dupla indisoluble el estado de excepción y una tierra de nadie.  


La primera década del siglo XXI estuvo marcada por un nuevo despliegue de instalaciones militares estadounidenses en algunos puntos estratégicos del territorio latinoamericano y caribeño. El efecto fue doble.  Por un lado, siguiendo con la pauta del avasallamiento, la excesiva presencia militar con altas tecnologías y capacidades de respuesta tuvo un impacto intimidante y disuasivo; por otro lado realmente mostraba la dimensión del potencial enfrentamiento y el margen de irradiación casi instantánea de la fuerza estadounidense y sus aliados.


El estilo de instalaciones que se han promovido a partir de 2013 ya es distinto; tiene un perfil más discreto. El propósito no es tanto intimidatorio sino totalmente funcional; se busca el entrenamiento y homogeneización de códigos en la lucha contra «contingencias» de estilos variados como las de posibles sublevaciones urbanas, trastornos ambientales, y situa-ciones de «ingobernabilidad» entre las que está el rechazo de la minería a cielo abierto, a la cons-trucción de una carretera en medio de la selva, de una hidroeléctrica o simplemente la disputa por el sentido y posesión de un territorio. Es decir, prepara el terreno para acciones «espe-ciales» y puntuales forjando los cuerpos de élite.


La presencia militar directa, o incluso la policiaco-militar, generan suspicacias y rechazo entre las poblaciones. Por ello son acompañadas por múltiples mecanismos de entrelazamiento con la población que aparecen como ajenos a la esfera militar, entre los que destacan los programas de la USAID.


El avance discreto a través de estos mecanismos puede ser considerado de alto riesgo, pues permite una penetración más sutil, más profunda, más inadvertida y más consistente, creando complicidades a la vez que condi-ciones de disciplinamiento o de intervención.


Socavar para intervenir desde el fondo: Lo que resulta significativo es que la intervención con vestido de economía no cesa de ocurrir y extenderse mientras las otras tienen comportamientos más erráticos. Las relaciones entre los estados pueden deteriorarse mientras calladamente las inversiones mineras, petroleras o similares siguen encontrando recovecos por donde extraer hasta el último gramo de los ricos yacimientos latinoamericanos. La economía de rapiña, en connivencia con las oligarquías locales, recuerda permanentemente la época de la (primera) Conquista. La voracidad del capital es hoy avasalladora, simultánea e impune. Al menor descuido ocupa espacios y vacía y transforma territorios.


Chevron, Anglo Gold, Repsol, Halliburton, Barrick Gold, Monsanto, Cargill y algunas otras, son tan dañinas como las bases militares y los dispositivos de disciplinamiento. Son tan depredadoras como las acciones militares. Son también fuerzas de ocupación, saqueo y desolación. Es por eso que las luchas crecen y revientan por todos los rincones. Es por eso que los operativos de desestabilización se multiplican. Es por eso que el proceso de militarización no puede detenerse, como no logren detenerlo los pueblos.


Las geografías del poder: La geografía del área de seguridad de EEUU en el continente también se ha transformado. De la primera década del siglo XXI con un centro asegurado en Colombia, hoy se ha extendido, a manera de derrame, hacia Perú y Paraguay en el sur y hacia Centroamérica y México en el norte, formando auténticamente un corredor geográfico de aseguramiento y garantía hegemónica. Corredor que marca una línea divisoria entre los países agrupados en el ALBA o las organizaciones regionales en resistencia frente a las políticas hegemónicas, y marca la ruta de la Alianza del Pacífico o del Tratado Transpacífico que hace recordar al legendario ALCA pero reforzado con una coraza militarizada. Como dijera Colin Powell, no tiene caso hacer acuerdos de libre comercio si no se garantiza y se acoraza antes la ruta con acuerdos de seguridad.


Hoy, sin embargo, aun en estas circunstancias, los pueblos se aferran a la vida y encuentran formas de restablecer los resquicios, los enjambres y las urdimbres comunitarias. A pesar del miedo; a pesar del dolor; o justamente por eso.

© Alai-Amlatina

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