Francisco Letamendia
Profesor emérito de la UPV/EHU

Los inicios de la literatura moderna periférica en el oeste europeo

En muchas de estas nacionalidades, los autores en lengua autóctona debieron competir con los literatos nativos que se expresaban en la lengua del Estado, competencia en la que sufrieron una inferiorización.

La literatura de los nacionalismos europeos periféricos de Europa occidental se distinguió de la de los precoces nacionalismos periféricos de los imperios centro-orientales en que éstos se alimentaron de la Ilustración ya en el siglo XVIII, acabando por alcanzar su independencia en el siglo XX. En Europa central en cambio, véase Alemania e Italia, el poderoso nacionalismo de Estado desplegado para conseguir su independencia ahogó (en Alemania), o debilitó (en Italia) la emergencia de estos nacionalismos y de su producción cultural.

En los viejos Estados del Oeste europeo, con movimientos nacionalistas diferenciados del «volkstaat» (pueblo de Estado) por la lengua y, en unos pocos casos, por la religión, su acceso a una producción cultural y literaria propia se aplazó en muchos casos a fines del siglo XIX, e incluso al siglo XX. Las literaturas de estos nacionalismos, dentro de su diversidad, compartieron un cierto número de características:

–La importancia en ellas de la memoria histórica conservada a nivel popular, tanto de las escasas victorias como de los hechos luctuosos, sobre todo cuando la derrota no había acabado con la voluntad de resistencia. Ello aproximó sus obras al romanticismo histórico.

–La abundancia de relatos de la vida, cultura y creencias de los campesinos, marineros, arrantzales (pescadores), grupos que conservaron en el siglo XIX, más que los urbanos, la lengua propia y las costumbres. La literatura oral alcanzó en algunos de estos casos niveles de excelencia, como en el «eisteddfod» de Gales o en el bertsolarismo vasco.

–En los países de religión católica, sobre todo, la influencia sobre las nacionalidades de la Iglesia, rival del Estado en el siglo XIX respecto al monopolio de la educación, la cual consideró por esta razón provechosa su complicidad con ellas, tiñó una parte copiosa de su literatura autóctona de un cierto integrismo, con una intensidad variable según los países.

–La conciencia de que esta producción contribuía al despertar de su pueblo ha fomentado la proliferación del término «Renacimiento» traducido a las distintas lenguas periféricas.

–En los países de mayor urbanización y desarrollo industrial emergió una literatura afín al simbolismo europeo y a otras vanguardias literarias, siendo el caso más relevante el del «noucentisme» catalán, paralelo al auge de las artes plásticas y de la arquitectura de Gaudí.

–En muchas de estas nacionalidades, los autores en lengua autóctona debieron competir con los literatos nativos que se expresaban en la lengua del Estado, competencia en la que sufrieron una inferiorización no sólo por su muy distinta capacidad de difusión y por hacerse sospechosos en muchos casos de «deslealtad hacia el Estado», sino por la excelencia y/o difusión literaria de muchos de éstos: en Escocia, Walter Scott, Arthur Conan Doyle...; en Irlanda, antes de la independencia, Oscar Wilde, James Joyce... Pero si bien muchos de estos autores fueron indiferentes a la idiosincrasia y situación peculiar de su país, otros reflejaron su historia y sus costumbres con el mismo apego que los literatos en lengua nativa, con ejemplos como Walter Scott, Pío Baroja o Valle Inclán; otros fueron en fin excelentes literatos bilingües, como el escocés Robert Burns o la mejor poetisa en el siglo XIX del reino de España, la gallega Rosalía de Castro.

Bilatu