Mikel Arizaleta

Los obispos españoles y la DUI

Como miembro destacado de la Iglesia protestante alemana no denunció públicamente la colaboración de su Iglesia con el régimen nazi en la matanza de judíos, entre otros. De nuevo el antiguo pastor de la iglesia protestante en Mecklenburg guardó silencio.

Los obispos españoles, fuera de alguna rara excepción catalana, vienen denunciando la Declaración Unilateral de Independencia aprobada el 27 de octubre por el Parlament catalán, que supuso «la ruptura del orden constitucional que los españoles nos hemos dado hace cuarenta años». La cuestión catalana fue la gran protagonista del discurso inaugural del presidente del Episcopado español, reclamó «el esfuerzo de todos para que las relaciones sociales, eclesiales y familiares afectadas negativamente por estos hechos sean renovadas por el respeto a la libertad de todos, la mutua confianza y la concordia serena», calificando a la DUI como «un hecho grave y perturbador de nuestra convivencia, que va más allá de las discrepancias entre las formaciones políticas».

Cuando el antiguo presidente de Alemania, Joachim Gauck, visitó Israel en el 2012 honró a las víctimas judías del terror nacionalsocialista, pero también entonces se quedó corto, como miembro destacado de la Iglesia protestante alemana no denunció públicamente la colaboración de su Iglesia con el régimen nazi en la matanza de judíos, entre otros. De nuevo el antiguo pastor de la iglesia protestante en Mecklenburg guardó silencio.

Los obispos evangélicos de los lander y presidentes de las iglesias regionales de Sajonia, Hessen-Nassau, Mecklenburg, Schleswig-Holstein, Anhalt, Turingia y Lübeck el 17.12.1941 con su declaración se posicionaron claramente tras el programa nacionalsocialista de persecución judía: «Una Iglesia evangélica alemana debe cuidar y fomentar la vida religiosa del pueblo alemán. Los cristianos de raza judía no poseen en ella ni espacio ni derecho alguno. Las iglesias evangélicas alemanas abajo firmantes y los dirigentes eclesiales suspenden cualquier relación con los judíos cristianos. Están decididos a no soportar ningún influjo de su espíritu judío sobre la vida eclesial y religiosa alemana».

Puede ser en vano recordar a los obispos españoles que el mismo principio, que ellos ahora predican, lo expresado ya por el primer teólogo de la cristiandad, Pablo, en la carta a los Romanos, cap. 13, ver. 1 y 2: «Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que quien se opone a la autoridad, se resiste al orden divino, y los que se resisten se atraerán sobre sí mismos la condenación», lo mismo adujeron tanto los obispos católicos como los protestantes y sus respectivas iglesias en su apoyo al régimen nazi y la matanza judía.

Principio, en cambio, que no siguieron los obispos españoles en el 36, repudiando al Gobierno legítimo de entonces pero no adicto a su causa, y adhiriéndose al afín putsch militar de Franco y sus matones. Algo que la Iglesia lo viene repitiendo con regusto con los gobiernos de su cuerda y defensores de sus intereses eclesiales. Y lo repite hoy la Conferencia de obispos en apoyo del Gobierno adicto, con el PP en el poder, partido tolerante y amparador de sus privilegios como Iglesia católica, pero que no lo sigue y se vuelven ásperos e impertinentes con gobiernos que les critican, como por ejemplo el de Venezuela que, me imagino, siguiendo su vieja teoría también emanan de Dios. El presidente de la Conferencia Episcopal del país caribeño, monseñor Diego Padrón, dice que el nuevo diálogo anunciado por su Presidente Maduro no es nada más que un intento de «lavarse la cara internacionalmente». Seamos serios, señores obispos españoles, ¿acaso el Govern de Catalunya, no es también autoridad legítimamente constituida, no es querer de su Dios?

Sobre la voluntad y los manejos divinos sabe mucho el Sr. Blázquez, mano inquisidora otrora en esta tierra. En los albores del siglo XXI el cardenal Ratzinger, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), a través de su sucursal en España (obispo Blázquez) condenó «los errores y ambigüedades» de la obra del famoso teólogo moralista Marciano Vidal y le obligó, rodilla en tierra y sobrepelliz, a retractarse bajo la supervisión de la comisión episcopal española». «¿Cómo van a supervisar su obra monseñor Blázquez [obispo entonces de Bilbao y presidente de la sucursal española de la Inquisición] y el jesuita Martínez Camino, si Marciano Vidal es una autoridad de primerísima magnitud y sabe, por lo tanto, mucho más que ellos de esta materia?», comentaba indignado un teólogo por entonces.

Prosigue el prelado con su perorata: «Estamos convencidos de que también hoy es posible la convivencia en la diversidad». Y yo recordaba aquella entrevista, años atrás en Begoña, con vecinos de Karrantza llegados para defender a su querido párroco frente a una carta de cuatro monjas quejosas porque no les celebraba misa en su capilla particular y tenían que ir a la misa de todos en la parroquia. Y el obispo Blazquez, luego de consultar al espíritu santo hizo lo de siempre, su santa voluntad: mandar a otro lugar al párroco, hacer caso a las monjitas y desechar el parecer de todo aquel pueblo bizkaino.

En distingos y en dependes la Iglesia es muy sabia. En Samuel 2, capítulo 12, versículo 31 se dice en su forma originaria traducida fina y literalmente por Lutero: «Pero al pueblo lo sacó él de dentro y lo colocó bajo sierras, puntas y cuñas de hierro y los quemó en hornos de ladrillos. Y eso hizo con todas las ciudades de los hijos de Ammon».

Pero en cambio en la traducción unitaria de 1980, editada conjuntamente por todas las iglesias de lengua alemana, y también en la Biblia de Jerusalén, se dice: «También a sus habitantes los sacó él fuera y los puso al frente de sierras de piedra, de puntas y cuñas de hierro y les puso a trabar en la fabricación de ladrillos». Tras la experiencia de los hornos crematorios nazis la traducción originaria les sonaba dura, muy dura.

La falsificación de la Biblia no tiene fin y la de los obispos tampoco, pero siempre al sol que más calienta.

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