Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Los organismos internacionales

Las nuevas elecciones en España y los graves acontecimientos político-sociales que conmueven a varias naciones en Europa obligan a reflexionar profundamente sobre lo que es la izquierda y su función en este agitado panorama.

En una primera observación cabe concluir que la izquierda en general ha dejado de existir como ideología que reclama un distinto modelo de sociedad para convertirse en un puro radio muy móvil dentro de la gran circunferencia del Sistema. Su menguada función presente se resume casi siempre en crear ciertas variables geométricas del poder más que en sustituir en su totalidad el universo social y político del Sistema. Esta constatación, si es correcta, conduce a aclarar qué hemos de hacer si pretendemos encarnar un izquierdismo real.

Si la izquierda pretende verdaderamente construir un mundo nuevo y, por tanto, diferente, ha de perder el miedo a perder la calle, sumida hoy en un servilismo ideológico que lastra sus deslavazados intentos de conseguir unos bienes circunstanciales que, poco después, si llega a adquirirlos, le son de nuevo arrebatados. Un auténtico izquierdista no puede creer que su vida cambie sin cambiar el Sistema

¿Cómo creer que avance la democracia, que es la raíz de la genuina izquierda, si no suprime el «cinturón de castidad» que el Sistema ha ajustado en torno al aparato genital del mundo mediante su red de organismos internacionales? Hablo ahora solamente de un objetivo a conseguir fundamentalmente –la democracia como mecánica de gobierno–  para realizar ese cambio general de vida, entre las múltiples aspiraciones que han de tenerse en cuenta.

El otro día, siguiendo el debate a cuatro que nos quería convencer de la existencia democrática actual, al menos por parte de tres los participantes, di con una petición que hizo el Sr. Iglesias –al que ha reverdecido su compromiso con el Sr. Garzón– que situó a la izquierda en lo que esencialmente ha de ser: una exigencia clara y sencilla y una propuesta adecuada a la petición.

El Sr. Iglesias solicitó la desaparición o al menos el control visible por una agencia idónea, de los fondos de inversión que operan en los paraísos fiscales. El golpe me pareció revolucionario y propio de un izquierdista que persigue «otra» cosa absolutamente distinta a la «cosa» que ahora nos intoxica. Significaba esa petición dos cosas fundamentales: ante todo, evitar la evasión fraudulenta del dinero creado por diferentes países, con sudor y lágrimas, dinero que ahora se vuelca obscenamente en el juego especulativo en los mercados con las divisas más fuertes  y, en segundo término, restaurar la vida productiva de los pueblos extorsionados, víctimas de la gran estafa que entraña esa especulación.

Al fin y al cabo la propuesta del Sr. Iglesias restablecía la vida de un slogan sencillo y honesto: «La tierra para el que la trabaja». Es absolutamente indecente que quienes dominan el Sistema hablen ante esta demanda y otras por el estilo de populismo, extremismo, radicalismo o, yendo más allá, de leninismo, sin saber nada de lo que pretendía Lenin para una Rusia que permaneció en una economía servil hasta el año del levantamiento de sus masas. ¿Es mínimamente razonable hablar de populismo, extremismo o incluso leninismo –a no ser que se sea un mendaz o un estúpido– en una situación en que más de dos tercios de la humanidad se desangran en la pobreza o la muerte? ¿Pero qué ignorancia criminal ha sido fomentada en los pueblos, muchas veces ciegos y sordos, por quienes lucran el Sistema con agio absolutamente punible?

Pues en el mencionado debate solamente el Sr. Iglesias hizo recuento de los abusos en que vivimos, especificando su alcance y consecuencias, para dejar en manos de los oyentes las correspondientes y adecuadas conclusiones.

La izquierda tiene que «andar y andar el camino sin nadie que lo entretenga». La hora de la izquierda es hoy una hora concluyente. Todos aquellos que buscan atajos por los arcenes del poder acaban cambiando sus dos únicas cabras negras por una risueñamente blanca. Esto debieran ponerlo de relieve los líderes de la autodenominada izquierda, sobre todo esos socialistas como el Sr. Sánchez o la presidenta de Andalucía, que han sido criados a los pechos de dirigentes como Felipe González o Alfonso Guerra, que pasaron la noche con su chaqueta de pana y han amanecido en un colchón de plumas.

Cuando contemplo desde la altura de mi afecto la averiada historia de Andalucía pienso más y más en aquella frase del inolvidable fundador del andalucismo, el inolvidable mártir Blas Infante: «Cada hombre debe, cultivando su propio jardín, nacer cada día». Ese es el camino de una izquierda que tenga el corazón de oro. No puede un pobre cultivar el jardín del Sistema sin morir poco o mucho cada día. Nadie debe depositar su esperanza en quienes sujetan sañudamente la cadena de la cáfila.

Me sorprende cada día más esa pretensión de las grandes alianzas de los socialistas con una derecha que incluso ha perdido su vieja elegancia para ensanchar algo la vida de los desheredados. Cuando oigo a supuestos izquierdistas hablar de la reforma de los mercados me pregunto quiénes son o poseen esos mercados que avisan sin pudor del futuro mejorable junto a unas urnas hechas para alojar magias pequeñas. Que importa un punto más en las pensiones, un súbito y huidizo empleo y una encastillada animación financiera para convencernos de que ya se ve el final del túnel.

En el trayecto del Sistema al final del túnel siempre hay otro túnel, mas qué importa esa oscuridad a los que viajan en coche-cama. Es el túnel lo que hay que eliminar. Es de la posesión de la riqueza global de lo que hay que hablar. Y no se trata siquiera de un nuevo y complicado reparto de esa riqueza, como piden «los progresistas», sino de una nueva y simple propiedad. No se puede admitir desde la izquierda que el encantador del pobre flautista cotidiano sea la serpiente.

Cuando predicen un nuevo esfuerzo para pagar la deuda a Europa me pregunto quienes serán esos afortunados europeos que dieron ese dinero a no sé quién para que yo, ahora, haya de devolverlo a no sé dónde. Sr. Rajoy, como yo soy de la izquierda simple y real me permito preguntarle, cara a cara, cosa que no han hecho los socialistas de la nueva observancia ni sus periodistas, qué gloria suya quiso destacar cuando en una entrevista televisada subrayó que usted, entre otros beneficios conseguidos para España, había conseguido librarla del rescate por el Banco Europeo y había culminado tamaña empresa con dinero propio. Pues bien, los bancos españoles no han devuelto apenas nada hasta ahora del préstamo hecho con dinero presupuestario español, es decir, mío, mientras los solicitantes poderosos del rescate al BCE van negociando con el dinero de todos nosotros –¡incluido yo!– la deuda de su rescate.  E incluso han hecho nuevas peticiones. O sea, que usted, Sr. Rajoy, regaló millones a «sus» bancos para que fueran libres internacionalmente, que ahí es donde aprietan, mientras ahora tenemos que mandar más euros a Bruselas para satisfacer no sé qué otra deuda. Sr. Sánchez, de eso hay que hablar con la claridad izquierdista del Sr. Iglesias o la llaneza honrada del Sr. Garzón.

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