Txus Pérez Artuch

Más allá del triste lunes «blue»

Quien fuera líder del grupo Los Piratas confesaba recientemente que cuando padeció depresión «tenía la sensación de que no había nadie dentro de mí».

Desde hace varios años, vienen a llamar al tercer lunes de enero el «blue monday» para hacernos saber que, según el psicólogo británico Cliff Arnall, ése es el día más triste del año. El primer día de la semana unido a tristeza, pesadumbre, pereza, resoplidos o algún improperio es habitual en occidente. Pero, generalmente, dura lo que tarda en llegar el martes.

Pero, ¿y si no se pasa al cabo de las horas y ya no se trata de esa tristura? En estos dos últimos años tan inéditos en los que estamos atravesando trances de miedo apocalíptico, imprevisión, indecisión, rechazo, señalamiento, sinsabores y hartazgo, es una realidad que algo ha cambiado de manera perceptible y no sabemos si volverá ni de qué manera lo hará. El distanciamiento social y la soledad están instaladísimas en nuestro hoy. Y eso conlleva y conllevará una gran consecuencia en cuanto a nuestra salud mental social, ya de por sí, antes de la pandemia, muy sobrecargada, estigmatizada y, en muchos casos, muy poco atendida. Para eso el diputado del PP, Carmelo Romero, ya nos dio su déspota consejo: «¡Vete al médico!».

En los últimos meses han sido varios los ejemplos de personas conocidas que han decidido dar a conocer sus problemas de salud mental, y quizá, al hacerlo público acompañan a muchas personas, ayudan a entender que no están solas, ni son las únicas. Y, muy importante, que con ayuda, hay altas posibilidades de encontrar la solución.

Yo también tengo lunes perros, y domingos por la tarde que se me vuelven grises ante su inminente llegada, y no sé muy bien por qué. Pero llegan, y pasan, afortunadamente. Mi trabajo personal me lleva encontrar respuesta y salida a esa sensación casi semanal.

Ivan Ferreiro, quien fuera líder del grupo Los Piratas, confesaba recientemente que cuando padeció depresión «tenía la sensación de que no había nadie dentro de mí». Leiva admitió su trastorno mental obsesivo con la hipocondria. Edurne Pasaban, el emblema del montañismo, compartió que «no encontraba respuestas a lo que estaba haciendo con mi vida» y que «cuando intenté quitarme la vida no quería morirme, solo acabar con ese dolor». Recientemente, Verónica Forqué acabó con aquel dolor. Con su dolor. El futbolista Andrés Iniesta descendió también a un agujero denso y negro que para sus padres tocó fondo el día que con veinticinco años les pidió si podía meterse en la cama para dormir con ellos. El periódico "El Mundo" tituló en julio pasado: "La ansiedad derrota a la gimnasta perfecta", en alusión a la retirada voluntaria de la gimnasta Simone Biles. Ansiedad-derrota-perfecta. Y todos los casos que queramos y podamos añadir. La depresión y la fragilidad de la salud mental son parte de nuestra vida. Como muchas otras cosas, sí, pero esto no lo aceptamos con naturalidad o lo banalizamos cuando todavía pasan por la radio letras como «pero si le ponen la canción, le da una depresión tonta».

Hablar de ello puede ser un bálsamo. Y, por supuesto, señor Romero, ir al médico también.

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