Kepa Ibarra

Mayo de gestos

Se abre el libreto y surge la conjetura. El día de marras vuelve a compaginar deseo y confirmación. Este libro-libreto sigue teniendo una segunda versión, quizá más trastabillada que la primera, y además te puede dejar hasta el gesto mustio. Todos y todas las tienen consigo y el juego se abre, pero a partida cerrada y sin resquicios. Efectivamente, al entramado floral, primera condición para que la marca siga igual, le anima el límite de un espacio que parece obturado. La pregunta admite: ¿Dónde está el límite de la arrogancia humana, en un atril desde donde surgen improperios cargados de palabrería palaciega, bajo el paraguas de una política a pecho henchido?

Mayo nos trae las flores (a María, que madre nuestra es), pero también nos trae el silencio glorioso (quien pierde) y el batiburrillo clamoroso de no entender muy bien lo que ha sucedido. Imposible explicar si no es con los dedos primero y con la calculadora después. Y es que a algunos las cuentas les empiezan a fallar. Y más preguntas. Y no hay respuestas. ¿Esto no era de otra manera? ¿No habíamos quedado que en el juego estábamos todas y en el resultado los mismos, las mismas o yo qué sé? (Tú juegas cuando mi humor me lo indique que para eso el balón es mío...– decían algunos niños del franquismo).

En ese momento sonó un disparo seco y el espejo deformado y el entarimado de los despachos se hizo añicos, después de años de acotar espacios, envalentonarse con piruetas de salón y cerrar a cal y canto institución, archivo y hasta voluntad popular vetada. Era como recurrir a Darío Fo cuando en su obra "No hay ladrón que por bien no venga" ponía en boca de la burguesía italiana aquello de –ustedes cásense, que el amor vendrá después–, para testificar que primero es el orden establecido y luego las emociones a ese orden. Genial.

Todavía se recuerda lo de cuatro y un tambor, en la marcha, los mismos de siempre, unos cuantos iluminados (no iluminadas), ese mundo, ese mundo... y hasta los cien mil de San Luis. Nunca entenderán, los que saben, que para tener objetivos hay que entrenar más de la cuenta, día y noche, sin descanso, y además con toneladas de humor. Y es que la fisonomía y la segunda lectura del cuento ha cambiado por completo, sobre todo porque más de uno y una se pregunta a estas alturas, ¿y ahora qué?

Percibimos en el ambiente un gesto resabiado, desconcertado, cuasi crispado, atónito y hasta huidizo en oración. Eso a primer vistazo, porque después, en otro alarde circunstancial más favorable, notamos sonrisas futuribles, emoción contenida, algún sudor-escalofrío más propio de algo que parece que te supera o que, en definitiva, todo forma parte de una especie de estado risueño, adolescente y hasta catártico. Como púberes en pleno festejo. Caminar con humildad por el Sistema no representa ninguna contradicción si esa humildad es capaz de transformar el sistema con minúsculas a base de principios básicos, juegos de participación y dosis de tsunami intelectual y emocional. Pero esa es otra historia.

A este recital pagano le falta el punto y seguido o un aparte, según desde donde se ubique el objetivo. Samuel Beckett, dramaturgo irlandés, después de la Segunda Guerra Mundial y advirtiendo de la encomiable voluntad del poder abusón, admitió la irreversibilidad lenguaraz del ser humano (Godot se hizo evidente cuando se descubrió que su figura y presencia eran inalcanzables), siendo Einstein el que elevó a las alturas de la nada la estupidez humana. Con este nuevo panorama a lo mejor la historia nos depara un lugar preeminente en el libro de las maldades. Hoy, una maldad con media sonrisa ocurrente y recurrente apunta a un tal vez, quizá, nunca se sabe, las risas que nos hicimos, pero estos qué se piensan, etc. Y parece ser que hemos acertado. El tiempo y algún gesto adusto nos lo confirmarán.

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