Josu Iraeta
Escritor

Mercaderes de votos

Hemos puesto fin a un ciclo y –como estaba previsto–, son otros los que están saqueando el barco. Cierto, no estamos donde queríamos, no hemos podido, pero no vamos a entrar donde algunos quieren que entremos.

Sin duda fruto inequívoco de su incalificable «profesionalidad», el deterioro y desprestigio de la clase política, ha llegado a unos límites en los que difícilmente puede evitarse una pregunta concluyente: ¿a quién representan, para quién trabajan?

Es por eso que no entiendo, que, cuando en términos políticos se califica al sistema actual como «democracia formal», los hay que tuercen el gesto, molestos por considerarlo peyorativo. Sin embargo, yo no creo que la sociedad en la que vivimos sea en absoluto democrática. Si entendemos por democracia el ejercicio efectivo del poder por parte de una población no dividida ni ordenada jerárquicamente en clases, está perfectamente claro que estamos lejos, muy lejos de la democracia.

También es obvio que vivimos bajo un régimen de dictadura de clase, de poder de clase que se impone mediante la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales. Esto se da, se está dando en un grado tal, que impide exista una verdadera democracia.

Es por eso que cuando a la hora de denunciar la arbitrariedad, la injusticia, la represión, la burocracia o la corrupción, se cita el «poder del Estado» se entiende que es de la administración, la policía, el ejército, los grupos financieros, y eso tan difuso y maloliente que habitualmente se denomina «aparato» de Estado, de lo que estamos hablando.

Sin embargo, el poder político se ejerce también por mediación de un determinado número de instituciones que aparentemente no tienen nada en común con él, que aparecen como independientes, cuando en realidad no lo son. Y es que el poder político se infiltra mucho más profundamente de lo que muchos piensan.

El poder cuenta con centros y puntos de apoyo «invisibles» y poco conocidos, de forma que su verdadera solidez y resistencia se puede encontrar donde uno menos piensa. No basta decir que, tras el Gobierno, el aparato de estado, se encuentra la clase dominante, es necesario ubicar los puntos de actividad, es decir, los lugares y las formas bajo las cuales se ejerce esta dominación.

Como esta dominación no es simplemente la expresión en términos políticos de la explotación económica, sino que es su instrumento, –lo que la hace posible–, si queremos eliminar la primera, sólo podemos hacerlo mediante el debilitamiento exhaustivo de la otra. No hay otro camino.

Es a partir de aquí donde intervienen los «agentes» en el sistema, quienes son actores necesarios, sin los cuales, la dominación política expuesta con anterioridad no tendría efecto y la consecuencia económica se vería seriamente debilitada.

Aunque es cierto que no generan riqueza, no puede negarse que son maestros en la especulación y que, acostumbrados a la dificultad de la supervivencia, cuando acceden a gestionar poder, no resulta sencillo conseguir apartarles del mismo, ya que muestran la polivalencia suficiente para, manteniendo intactos sus proyectos e «ideologías», conseguir no ser, sin dejar de serlo, lo que les permite prosperar.

Y es que la honradez compite con muchas dificultades en la política vasca.

Me estoy refiriendo a las formaciones políticas que con su actividad influyen en el espectro económico, social, cultural y político en el sur de Euskal Herria. Los que, sumados al sistema educativo en general y universitario en particular, y a pesar de las décadas transcurridas, conforman el «nacedero» intelectual al servicio del sistema.

De todas ellas, una de las más veteranas y prestigiosas la preside el señor Ortuzar. Y afirmo al servicio del sistema, porque hoy como en los últimos cuarenta años, la formación que él preside, ha mantenido una línea de actuación política que soslaya y evita que en las instituciones que desde hace tanto tiempo gestionan, se tomen decisiones que puedan cuestionar la estrategia de Estado del nacionalismo español.

Esto no es nuevo, viene de lejos, pues a lo largo de la historia, la naturaleza del conflicto en el que estamos inmersos, los diferentes protagonistas y su época, han dependido y dependen de muchas circunstancias, pero hasta el día de hoy el resultado siempre ha sido el mismo; el surgimiento de una estructura estable del reparto del poder liderada por el PNV, que concilia los intereses de una elite vasca, con la política diseñada por el poder central español.

Así es como el PNV, tras cuarenta años de gestión institucional, hoy se asemeja mucho a los grandes y lentos «galeones» utilizados para el comercio, en el siglo XVI. Cierto que su velero, últimamente anda «mal de trapo» pero siguen manteniendo una estructura compacta, con la que controlan y distribuyen recursos, influencia y privilegios. No debiera extrañar pues que mantengan duras y sordas luchas internas (algunas no tanto) por formar parte de su «dotación» y sus adyacentes espacios de poder.

Y es que, en las formaciones políticas actuales, su adecuación al sistema –no en pro de profundizar en democracia– sino de enquistarse en el mismo, ha perdido gran parte de su primigenia formulación ideológica. De hecho, los ideólogos han sido sustituidos por abogados, sociólogos y economistas, que son quienes marcan el tempo y los cauces a seguir.

Es así, como muchos de sus cuadros y dirigentes se convierten en funcionarios a sueldo, mientras otros muchos aspiran a serlo.

El PNV que hoy preside el señor Ortuzar (cuánto me recuerda al consejero de cultura Joseba Arregi), en pleno ejercicio de sus labores de agente activo del sistema, recientemente, ha sido –junto a su portavoz en el Congreso– el artífice que ha demostrado en Madrid, allá donde se hace la «política con mayúsculas» que para la formación que preside, todo es prescindible menos el poder.

Mantener a viento y marea, tanto en Gasteiz como en Madrid, tan alto grado de cínica «profesionalidad» es más propio de quien está acostumbrado a remar a favor de ola, que de quienes lo hacen proa a mar abierto. Los vascos vivimos mirando al Cantábrico, y eso supone conocer que, no es fácil mantener el rumbo y «cabalgar» mucho tiempo sobre la ola.

Han transcurrido más de cinco décadas y quienes durante estos largos años hemos llenado las cárceles francesas y españolas, hoy nos asemejamos mucho a los arrantzales pobres, a los que salen a la mar con muy poco «cebo» y vuelven a tierra con las bodegas vacías.

Con esto quiero decir que reconocer el trabajo es importante, pero no basta con sacrificarse, sufrir y seguir. Es mucho, pero no suficiente. Hoy en la tarea hay que incluir «desnudar» al PNV ante la sociedad vasca. Enseñar con claridad su estrategia, para qué, por qué y para quién trabaja.

Por pura economía de esfuerzos y con la experiencia acumulada –incluso por los que hasta hace poco carecían de ella– opino que, hoy, trabajar en la línea de atraer al PNV, a una confluencia de intereses no es rentable. Más claro, lo considero una estrategia caduca y errónea, además de poco inteligente.

Hemos puesto fin a un ciclo y –como estaba previsto–, son otros los que están saqueando el barco. Cierto, no estamos donde queríamos, no hemos podido, pero no vamos a entrar donde algunos quieren que entremos.

Seguramente es cierto que debemos renovar la dotación, pero el barco sigue siendo tan válido como ayer. Tampoco voy a negar que «dentro» hay quienes –legítimamente– piensan que, para llenar las bodegas, quizá debiéramos virar la «caña» a estribor, pero, no lo haremos.

No vamos a cambiar de rumbo. Buscaremos colaboración, y desarrollaremos la política necesaria que nos permita sumar y llegar, pero no cambiaremos de rumbo, no somos mercaderes.

Bilatu