Julio Urdin Elizaga
Escritor

Metaestable contención

Cuando hablamos de «cosmos» convendría seguir matizando que, aun siendo referido tanto a la antigüedad como al momento presente, a tiempos protohistóricos como futuribles escenarios de lo por-venir, estamos refiriéndonos a una visión ordenada según criterios surgidos desde la conciencia y pensamiento humanos propios de su afectación. Es lo que intuyo confirma el filósofo Yuk Hui a través del concepto de cosmotécnica, teniendo su cosmogénesis en hipótesis compartidas tanto por él mismo como por Achille Mbembe, en el suyo de ecología general, derivadas, en parte, de la teorización realizada en su día por el antropólogo (etnólogo, arqueólogo e historiador) André Leroi-Gourhan respecto de la técnica y de la palabra como las dos características más destacables en la singularización de la especie homínida considerando la necesaria conexión entre mano y cerebro. Técnica que conforme avanza, en paradójica condición, beneficiando sistémica a los intereses de parte de la humanidad, perjudica en igual medida el mundo de lo viviente del que forma parte, y palabra que muestra una clara regresión ante todo tipo de imaginería cibernética.

Siendo mínimamente estrictos, lo que busca la visión cosmogónica de algo, ser físico y materia viviente, es, ni más ni menos, la ordenada puesta al servicio de unos intereses, cualesquiera que sean, de los fenómenos dados a una interpretación alrededor de los orígenes. Algo que se ha realizado desde el asombro, la religión, la filosofía, la ideología, la ciencia y la técnica en su faceta creadora de un imaginario que pudiera servirnos para la recreación de lo convenientemente asimilado. Hoy, efectivamente, de manera prioritaria, a través del complejo ensamblaje de cuestiones científico-técnicas condicionado por el abstraccionismo matematicista que busca reducir la pluridad viviente a una «antropocénica ecuación» supeditada al «imaginario de la omnipotencia», en palabras de Mbembe. La de una «segunda creación», llena de incertidumbres, analizada por este autor, la verdad, asusta un poco, y que tiene por característica principal el proyecto consistente en: «repatriar el conjunto de las competencias de lo viviente compuestos órganoartificiales dotados, esencialmente de las características de la persona humana». Cuestión que considera ser la de un animismo contemporáneo.

La cosmotécnica retoma de esta manera todas las sempiternas cuestiones presentes sobre el origen y condición humanas, pero estando ahora permanentemente tecnoadjetivadas. Si primero fue el árbol, el manantial y hasta la piedra, para luego derivar en una teúrgica imagen (icónica y anicónica), y más tarde en el simbolismo de la hoz, el martillo y la Coca Cola, objetos todos ellos de veneración al representar los valores de otra cosa de lo que propiamente consisten ser, ahora toca la transformación del mismo objeto dotado de una sistémica y domesticadora globo-domótica. La Tierra, en este sentido la casa de los seres orgánicos e inorgánicos «autorregulada» por la mano del hombre en función y beneficio de sus siempre cuantiosos y contables intereses. Una amañada creación en la que juega un papel importante el desplazamiento de lo inorgánico organizado por lo inorgánico organizante, en las tesis descritas por Yuk Hui, «en el sentido de que las máquinas ya no son meras herramientas o instrumentos, sino organismos gigantescos dentro de los cuales vivimos», teniendo presente que lo propio para ello es contar con un Sistema: en Schelling considerado como un «todo autocontenido».

Jonás dentro de esa ballena que parece pensar que ya ha llegado el momento de expulsarlo en beneficio de todos o, tal vez, de nadie.

A través de esa alianza, ahora sí, ese principio de hibridación denominado como el inorgánico organizante ha declarado definitivamente la guerra a la naturaleza. Para ello, Yuk Hui engloba dentro del organicismo tanto a la ecología como a la cibernética, no dudando en tomar prestado del pensamiento de Marshall McLuhan la, en apariencia, contradictoria afirmación de que el fin de la naturaleza sea el principio de la ecología, tras afirmar de la cibernética ser «una metodología para entender la operación del ser y de la sociedad», si bien matizada por el hecho de que «esta comprensión de la sociedad se realiza en términos maquinales y materiales», conducente, asimismo, como en la «segunda creación» de Mbembe, al advenimiento de la «Tierra artificial».

Yuk Hui reflexiona, a partir del Kant garantista de un proyecto de «paz perpetua», sobre la imposibilidad de la ilusión de un romántico retorno a la naturaleza, desaparecida a una con el triunfo de la revolución industrial, justificando de esa manera «la razón por la que Bruno Latour propone pensar el concepto de Gaia como un concepto político». Y propone tomar en consideración la organología definida desde la evitación de una confusión de la máquina y el organismo «un error –nos dirá – habitual del reduccionismo, midiendo el progreso de la tecnología en función de la proximidad a la inteligencia humana, pues esta forma de pensar sigue estando demasiado atada a una separación entre forma y materia» en la creencia de ser la tecnología un producto del espíritu que el materialismo ingenuo niega defendiendo el orden inverso.

Si tal y como comenzáramos el presente escrito, cosmogonía es, ni más ni menos, que la ordenación del mundo y universo en nuestra mente, una especie de imperativo imaginario, si nadie lo remedia aquello que vaya a devenir no habrá de ser otro cosa que una modalidad técnica del mismo: la del tecnoimperio, siendo de esperar también que la misma conlleve la de una alternativa mismo que la metaestable contención espera a toda costa poder evitar supeditada como se encuentra no tanto a la comunitaria necesidad, ni tan siquiera a ideológica sociedad, cuanto a una megacorporación de intereses.


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