José María Pérez Bustero

Mini consejos a la vasca

¿Tenemos los abertzales un programa de objetivos para ese cúmulo de personas? Desde luego, son substanciales nuestras propuestas de independencia y socialismo, de soberanía ciudadana, de servicios públicos, de fiscalidad justa, impulso a la industria, ejercicio del derecho a decidir, fomento del uso del euskera… Muy bien todo. Sin embargo, sería sugestivo esbozar asimismo propuestas dirigidas a las diferentes fases en la evolución vital de las personas.

En estos días en que las fiestas de Santo Tomas, Navidad, año nuevo, cabalgata de Reyes, tamborradas… han llenado calles y plazas de gente que participaba o miraba, ha vuelto a evidenciarse la amplia gama de personas que somos los vascos-as. Es decir, esos tres millones y pico de mujeres y hombres, de los cuales 640.000 vivimos en Nafarroa;  718.000 en Gipuzkoa; 1.148 000 en Bizkaia; 327.000 en Araba, 241.870 en Lapurdi; 31.000 en Behenafarroa; 16.000 en Zuberoa. Además de las 1.340 del llamado Condado de Treviño.

Viene a la mente una pregunta simple. ¿Tenemos los abertzales un programa de objetivos para ese cúmulo de personas? Desde luego, son substanciales nuestras propuestas de independencia y socialismo, de soberanía ciudadana, de servicios públicos, de fiscalidad justa, impulso a la industria, ejercicio del derecho a decidir, fomento del uso del euskera… Muy bien todo. Sin embargo, sería sugestivo esbozar asimismo propuestas dirigidas a las diferentes fases en la evolución vital de las personas. Eso daría un toque de mayor humanismo a nuestro lenguaje. ¿Mayor humanismo? Ya es conocida nuestra ideología en campos como la diversidad sexual, la igualdad de derechos y formas de vida entre hombres y mujeres, la equivalencia de razas. Exactamente. Vamos, sin embargo, a añadir otro punto. Un conocimiento y valoración de las personas por edades. ¿Por todo tipo de edades? Eso mismo.

Comenzamos por la más temprana. La infancia. Ponemos delante que el 10% de los vascos, o sea, unos trescientos mil, están en la infancia, es decir tienen entre 0 y 10 años. Y mirando de cerca el proceso de esas personas, nos toca señalar que a lo largo de esos años alcanzan un importante desarrollo físico, emocional y social, logran el control de sus esfínteres, van adquiriendo confianza en el entorno inmediato, aumentan el vocabulario y la expresión. ¿Qué podemos decir nosotros sobre ellos? Nos toca simplemente resaltar y valorar que las madres y padres –ambos–, vivan involucrados en el desarrollo de esas criaturas, estén y charlen con ellas, las observen, noten cómo desarrollan habilidades. Y asimismo entendemos la importancia de que los centros de enseñanza, no sólo los públicos sino también los privados, sean abiertos, progresivos, incluyan el juego. Reconociendo explícitamente que ese personal docente lleva a cabo una enorme tarea y esfuerzo. Y conlleva una gran aportación a este país. 

Seguimos al siguiente sector, que también son muchos miles: los adolescentes. En esos años dichos vascos siguen fabricando su identidad, tienden a librarse del adulto y acogerse en grupos que no son la familia, necesitan la aprobación de ese entorno; se encuentran con la inclinación a consumir, con el irrumpir sexual y emocional, mientras el cuerpo les va dando grandes cambios: asoma el vello, dan un salto en altura y vigor físicos. ¿Qué proponemos los abertzales? Nos toca también aquí, además de apoyar la involucración de los padres/madres, escuchar al personal docente y apoyar que los centros sean abiertos y se adapten a los alumnos. E informar a la sociedad vasca sobre la difícil tarea que dichos centros y profesionales realizan. Un asunto más: exigir que el urbanismo –plazas, espacios cubiertos, zonas deportivas…– esté adaptado a ellos. Y que las diferentes instituciones no les miren como sector a vigilar sino como personas a las que abrir paso y cuidar. 

Vamos a otra gran parcela vasca: la juventud. Ésta emprende una mayor liberación del ámbito familiar, se hace más crítica con el sistema de normas y valores, se topa con la búsqueda de trabajo y con el riesgo del paro. Además de buscar relaciones más íntimas con otra persona.

En ello transcurren un año tras otro y –sin que puedan señalarse lindes claros– esos vascos entran en la llamada edad adulta, con una nueva necesidad y dificultad de organizar la propia vida, tener una pareja estable, disponer de una casa, procrear o no, seleccionar gastos, encontrar momentos de diversión y ocio.

Dentro de esa compleja dinámica en la vida de dichos adultos vascos se suceden cambios de muchos tipos. Diversos en cada persona. En unos cesa el idealismo, y en otros se vigoriza. Se buscan nuevas formas de placer, o se adapta la vida a lo que se tiene. A veces se apaga el brío, y otras crece la pasión. Se sigue una forma de vida o se la da por finiquitada. Un porcentaje viven envueltos en la penuria; otros afianzados en lo necesario; no faltan quienes tienen de sobra. Además, unos conservan niveles altos de salud, y otros viven en medio de averías físicas y mentales de diversa índole. Aparecen bastones, muletas y sillas de ruedas por la calle. Y asimismo hay gente envuelta en dolor o en injusticias institucionales. Cientos dentro de cárceles. Desde luego, todos metidos a vivir. Todos componiendo el pueblo vasco. 

¿Qué propuesta tenemos los que nos autodenominamos abertzales? De nuevo nos tropezamos con la verdad de que hay que cambiar el sistema político, económico y social y adaptarlo a las personas. Pero asimismo percibimos las enormes dificultades de realizar ese ajuste. Es decir, de pasar de nuestros deseos y teorías a la práctica. Y por ello mismo nos salta a la mente la necesidad de analizar, debatir, y llegar a conclusiones no sólo en casa sino también con otros. O mejor dicho, con todos los demás, porque solos podemos tener la conciencia muy tranquila pero las manos semi-vacías. También nos viene a la mente que, mientras asentamos nuestros objetivos finales y globales y luchamos por ellos, nos toca encontrar propuestas de transición. Mini propuestas, que diríamos.

¿Citamos una de ellas? Le demos uno u otro nombre,  podríamos definirla como «fomentar el sentido de vecindad». ¿Dónde arranca la necesidad de ese sentido de vecindad? En el hecho de que la mayoría de los vascos vivimos cercanos a otros, sea en el mismo edificio, mismo pueblo, barrio, o ciudad. Eso implica no solamente compartir caminos y aceras, sino también servicios, necesidades y derechos, lo que posibilita una relación con diferentes tipos de personas.

Teniendo en las manos esa relación vecinal recalcaremos otro punto, que no solemos citar: el derecho a exigir trato vecinal en todas las estructuras, oficinas y agentes de ámbito estatal, autonómico, municipal, laboral, de enseñanza… Un paso más y alimentaremos la conciencia de que la vecindad es la dueña de toda hacienda comunal que haya en el pueblo, ciudad o en el barrio. Y en cuanto a los diferentes agentes de seguridad ciudadana, debemos afirmar y repetir que todo cuerpo policial está al servicio de los ciudadanos, y no para que los traten como posibles infractores o sospechosos.

Activada esa ideología, pondremos asimismo delante que los vecinos de los pueblos y ciudades tienen el derecho esencial de tomar parte en todo tipo de decisiones que se refieran a su barrio, pueblo o ciudad. Además, de impulsar al ciudadano a tener iniciativas. No dejar vía libre a los partidos políticos, ni a las instituciones.

Un punto más: el sentido de vecindad debe aplicarse asimismo a los llegados de fuera. Hemos de recordar que los vascos hemos sido emigrantes en numerosas épocas de nuestra historia. Incluso hemos sido colonizadores de muchos pueblos, cuyos descendientes han llegado ahora hasta nuestra casa.

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