Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Miserabilidad

La nueva etapa del «desarrollo español» está a punto de malograrse porque una nación que pretende ser ella misma, en virtud de una historia que siempre miró hacia la ilustrada mediterraneidad, ha decidido liberarse del cepo madrileño e incorporarse al orden internacional como pueblo libre.

Ahora resulta, según los «populares» y los socialistas, que la cuestión catalana impide la dedicación del Gobierno español y sus dos principales partidos de apoyo a resolver las agudas cuestiones sociales y políticas, tarea que según el Sr. Rajoy iba en brillante progresión. La miserabilidad de esta postura hace rechinar los dientes. Más de cuatrocientos años han tenido a su disposición las capas dirigentes españolas para sacar adelante, por ejemplo, a una Andalucía que permanece en tristes índices de pobreza desde que los Reyes Católicos aplastaron en nombre de un Dios cautivo el magnífico y rico espectáculo de El Andalus. Es decir, la España perpetuamente antimodernista y reaccionaria estaba a punto de redimir sus miserias cuando los catalanes malograron la decisiva y salvífica operación de última hora. La excomunión judicial caiga sobre ellos ¿Pero podemos declarar culpable de esa persistente pobreza –pobreza que es significativa en la actualidad– a una Catalunya que el siempre confuso Sr. Rajoy ha declarado nada menos que motor y sostén de España? Ahí sigue la España inmóvil, explotadora de si misma, buscadora siempre de responsables ajenos para la incuria de sus capas dirigentes. La España, sempiternamente de «orden público», que se desnuda con impudicia en el ¡Oé, oé!, con que hoy muchos ciudadanos acompañan la impresentable agresión del art. 155 de la Constitución a la colonia espléndida de Catalunya, que debe seguir siendo patrióticamente su colonia, porque los catalanes, sin adicción alguna en contra, nacieron españoles y son dignos de castigo por no recocerlo.

Pero demos una vuelta por la España que se ve violada por un pueblo que le pertenece. Ahora resulta que el nacionalismo catalán es responsable del atraso social extremeño que sólo trató de remontarse, tras siglos de pizarrismo, con un proyecto como el republicano de los Riesgos del Cíjara, que el Genocida rebautizó en su campaña de apropiaciones como “Plan Badajoz”, eslabón sin posterior cadena modernizadora tras la Cruzada ¿Es Catalunya responsable de esa vieja incapacidad pregonada justamente ahora como irredenta por mor de una exigencia política? ¿Dónde residen desde hace tantos años esos extremeños y esos andaluces que encontraron permanentemente formación en todos los sentidos, pan y trabajo en la pujante Catalunya? Catalunya no es responsable con su movimiento independentista de que esos españoles pierdan comba en la modernización que ahora estaba a punto de suceder en su país de origen de la mano del Sr. Rajoy. Extremeños y andaluces que cada día son azuzados a la guerra de respuesta a los ingratos catalanes ¡Cinismo inmenso! No; el movimiento independentista catalán no impide ningún progreso ideado en la Corte, ya que en la Corte no se abordó jamás desarrollo periférico alguno. Más aún, si Catalunya creciera con su libertad, España sería la primera beneficiada por muchas razones ¿Qué dice de esto que aquí afirmo esa mariposa jerezana que, incapaz a lo que se ve de superar su herencia ideológica, ahora pretende con escándalo de la más elemental razón intelectual e histórica hacerse con el gobierno de la nación catalana?

Y de los campos secularmente desiertos de Aragón, un reino que sostuvieron los condes catalanes por incapacidad política de la Corona aragonesa, ¿qué dicen los gobernantes que gobiernan España en nombre de su unitaria, férrea y «gloriosa» genealogía política que supervivió a los movimientos separatistas del XVIII, el siglo del intentado troceamiento de lo español, sólo porque las grandes potencias europeas necesitaban esa España única como permanente pieza de regulación del equilibrio entre ellas? «No olvides que eres francés», dijo el abuelo del sobrevenido Felipe V, llevado a Madrid para evitar a Francia una espalda amenazada por el imperialismo alemán.

En resumen, que la nueva etapa del «desarrollo español» está a punto de malograrse porque una nación que pretende ser ella misma, en virtud de una historia que siempre miró hacia la ilustrada mediterraneidad, ha decidido liberarse del cepo madrileño e incorporarse al orden internacional como pueblo libre para estimular su futuro y vivir con dignidad. Una nación que, insistamos, ofrece amistad y apoyo a esa España que mantiene la cárcel y las leyes vaciadas de toda posibilidad de convivencia –¡que pervivencia de un pasado tan áspero!– como único argumento para sentarse a la mesa del entendimiento posible. Madrid no se resigna a perder ese papel suyo de Rastro nacional y único, mercado donde toda manipulación y toda corrupción, económica o política, es factible. No trato de abusar del lenguaje sino de ventilarlo con toda la urgencia posible.

El momento por el que transitamos los españoles es particularmente árido, estéril en todas sus dimensiones, incluso con flecos de una comicidad triste, como los que ha puesto a la situación ese anciano y otrora magnífico payaso Albert Boadella, que tras una etapa brillante de su protesta antifranquista ha huido a Tabarnia, con la que tampoco parece vincularse ¿Por qué huir tantas veces, Albert, incluso de los Joglars que abandonaste en un rapto que no llegué a entender nunca? Has tirado tu herencia por la ventana.

Lo peor del Gobierno del Sr. Rajoy es que está descoyuntando aún más a una sociedad como la española, que fue siempre un totum revolutum de señoritismos lamentables, riquezas inconfesables y dolores profundos. Una sociedad en que se derramó talento del modo más insensato, hasta producir un reflejo increíble: que haya una España y unos españoles que son dos realidades desencajadas.

Sr. Rajoy, usted está al servicio de unos poderes que todos los días raen un poco más a los agotados españoles. En su mano somos cada día más pequeños y confusos. La gobernación de España remeda un taller donde se opera el embalaje de la nada para hacer viajes a ningún sitio. Sólo tenemos pasado; un pasado hecho casi siempre con futuros falsos. El empleo del que usted habla todos los días no acorre jamás a las necesidades básicas de los trabajadores, la seguridad social es un puro discurso, el desarrollo solemnizado carece de algo tan simple como el crecimiento del bienestar cotidiano de las masas… Aquí vivimos en la seguridad de los ricos y el mentido futuro de los pobres ¿Quousque tándem abutere, Catilina, patientia nostra? De momento usted, Sr. Rajoy, va tirando millas, como dicen los castizos, a la espera de que sus días tengan más de veinticuatro horas. Lo peor es que usted procede sin el talento de aquellos pícaros que poblaron en tantas ocasiones los gobiernos de la Restauración. Ahora el Gobierno ha perdido incluso la gracia de “La verbena de la Paloma”.

Con el trato dado a la cuestión catalana Madrid ha frustrado una ocasión de oro para modernizar, al menos, la forma de hacer política. Seguimos viviendo una gobernación de Guardia Civil, funcionarios a su aire y jueces que manejan casi siempre el mazo que cierra el proceso de modo abrupto. Sólo de vez en cuando los pasajeros de bodega atisban una luz en el horizonte oscuro que permite esa frase fatigada tan corriente entre españoles: «Parece que al fin llegamos» ¿Pero a dónde?

Alguien ha dicho, ni sé cuándo ni dónde, pero con referencia a la torpe invasión de Catalunya, esta frase desesperanzadora: «Se ha empleado poco el 155».

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