Isabel Salud y Arantza González
Coordinadora de Ezker Anitza-IU y juntera en Gipuzkoa de Elkarrekin Podemos-IU

Monarquía en «Estado de Alarma»

Nada de ejemplar tiene que quien ha ostentado la Jefatura del Estado esté siendo investigado por la Fiscalía de Suiza y la de España, una España a la que él decía servir y representar.

La nota de la Casa Real de Felipe VI del domingo 15 de marzo, en la que renunciaba a la herencia que su padre pudiera dejarle a través de una fundación a la que habría ido a parar dinero de una supuesta donación de Arabia Saudí, dejaba en evidencia varias cosas. Una, daba por bueno lo que era «un secreto a voces»: los negocios opacos de su padre el rey emérito Juan Carlos I; y dos, que la monarquía está totalmente agotada.

En relación con la primera, los negocios opacos del rey emérito, han corrido ríos de tinta sobre cómo la Jefatura del Estado habría aumentado exponencialmente su patrimonio desde que fuera nombrado por el dictador Franco, a través de comisiones por lograr contratos de empresas españolas en el exterior, o por cada barril de petróleo que España compraba a países árabes.

Esa actitud digna del «3 por ciento», supone que quien se dirigía a la sociedad española a través de sus mensajes navideños, apelando al trabajo, al esfuerzo, al bien común, a la unidad de España, o a la ejemplaridad, en realidad, se reía a sus espaldas de todo ello en cuanto las cámaras dejaban de enfocarle.

Nada de ejemplar tiene que quien ha ostentado la Jefatura del Estado esté siendo investigado por la Fiscalía de Suiza y la de España, una España a la que él decía servir y representar. Habrá que ver hasta dónde llegan esas investigaciones; investigaciones que también debe llevar a cabo el Congreso, ya que es la institución elegida democráticamente por la ciudadanía, esa en la que reside la soberanía nacional, y de la que emanan los poderes del Estado según la Constitución del 78.

Sobre la segunda de las evidencias, el agotamiento de la monarquía, es lo que puso de manifiesto el propio rey Felipe VI con su nota del 15 de marzo, aprovechando el confinamiento de toda la población a consecuencia del coronavirus, a pesar de que hacía un año él ya había tenido conocimiento de las actuaciones de su padre investigadas por la justicia.

Al igual que su padre, la ejemplaridad de su actuación brillaba por su ausencia, ya que debería haber hecho pública esa información mucho tiempo antes; pero no lo hizo, y esperó a que fueran otras fuentes las que revelaran que su nombre aparecía entre los negocios oscuros de su padre para comunicar que él se desvinculaba y renunciaba a ellos.

El descrédito social de los Borbones y de la monarquía en general es cada vez mayor, porque es una institución antidemocrática y anacrónica a la que no ha elegido el pueblo soberano, sino un dictador, se hereda por no se sabe qué designio divino, y a la que según algunos, no se puede juzgar haga lo que haga.

La crisis del Covid-19 está removiendo muchas cosas en la sociedad estos días, y una en especial: el valor de la red pública, como la única capaz de protegernos de amenazas que no se matan a cañonazos sino con inversión en servicios públicos de calidad cuyo máximo exponente estas últimas semanas ha sido la sanidad, pero también los cuidados a las personas más vulnerables, es decir, todo que tiene que ver con poner la vida en el centro.

El coronavirus ha puesto de manifiesto que los valores republicanos de libertad, igualdad y justicia social, son los que tendrán que estar en el centro de la política para garantizar una vida digna a todas las personas. Habrá que priorizar qué queremos cuidar y proteger, y qué es accesorio y prescindible, y la monarquía lo es, por definición y por méritos propios.

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