Nakba. 70 años de limpieza étnica programada
Difícilmente podría haber perdurado durante siete largos decenios una irregularidad como Israel de no ser porque internacionalmente se ha reconocido a las instituciones del régimen de apartheid una legitimidad democrática que no merecen.
Hoy, 15 de mayo, se cumplen 70 años de que el movimiento sionista declarara de manera unilateral el Estado de Israel sobre el territorio histórico de Palestina. Un proyecto de Estado que siete décadas después sigue suponiendo una anormalidad sin precedentes según los estándares internacionales –carece de fronteras reconocidas o de una constitución, y sólo reconoce plenos derechos de ciudadanía a las personas de confesión judía–. La fundación de Israel supuso además el desplazamiento forzoso de gran parte de la población local, alrededor de 800.000 palestinas; en lo que Ilan Pappe, historiador israelí exiliado en Gran Bretaña, calificó como una limpieza étnica programada. Esta fatídica efeméride es conocida en árabe como Nakba, o día del desastre; y a día de hoy sigue siendo una fecha de reivindicación del derecho de la población refugiada palestina –actualmente alrededor de seis millones– al retorno a sus hogares, como les reconoce la resolución 194 de la ONU.
Hace unas semanas, en una entrevista concedida con motivo de la publicación de su último libro "Nakba. 48 relatos de vida y resistencia en Palestina", el escritor palestino refugiado en Barcelona Salah Jamal decía que, en realidad, las europeas damos más importancia a esta efeméride que las propias palestinas, inmersas en una Nakba permanente en la que cada tragedia arrastra a otra tragedia desde hace más de 70 años. Sería incluso más exacto decir que el desastre palestino ni finaliza ni comienza con la Nakba, si tenemos en cuenta que el proyecto que se implementa en 1948 se comienza a gestar en 1917, cuando en la declaración de Balfour el Ministro de Asuntos Exteriores británico rubricaba la cesión del territorio de Palestina al movimiento sionista para la construcción del «hogar nacional judío».
Pero, independientemente de la trascendencia de la fecha, la Nakba no nos es tan ajena como pudiera parecer. No se trata sólo de un episodio remoto en el tiempo y el espacio. Para que una anormalidad como Israel, y la situación «transitoria» y enquistada de seis millones de refugiadas esperando retornar a sus hogares, siga existiendo 70 años después es obligada y necesaria la connivencia e inacción de toda la comunidad internacional. Difícilmente podría haber perdurado durante siete largos decenios una irregularidad como Israel de no ser porque internacionalmente se ha reconocido a las instituciones del régimen de apartheid una legitimidad democrática que no merecen; porque se les ha permitido, como a ningún otro, vulnerar más de 88 resoluciones de la ONU sin ningún tipo de consecuencia; porque se les ha sustentado económicamente; porque se ha alimentado su maquinaria de guerra, su principal motor económico, en beneficio mutuo; porque se ha tolerado constantemente a sus representantes en los platós de Eurovisión, las canchas de la Euroliga, el Giro de Italia, o cualquier plataforma en la que puedan dar una falsa imagen de sociedad democrática o incluso moderna; y en definitiva, porque el mundo lleva setenta años mirando hacia otro lado. Así pues, la Nakba, esa limpieza étnica programada hace un siglo y que se ha perpetuado hasta nuestros días, nos queda mucho más cerca de lo que creemos.