Pedro A. Moreno Ramiro

Ni Hamás, Ni Yihad, ni sionismo ultra

Me resulta inconcebible que una persona que se dice de izquierda pueda apoyar la matanza de civiles o acciones cometidas bajo el grito de Al·lahu-àkbar –Dios es grande– y es que, las 260 personas asesinadas por Hamás y la Yihad islámica Palestina en un festival de música electrónica y las decenas de personas civiles abatidas por estos grupos armados son injustificables desde un punto de vista humanista. Esto para nada significa no criticar el bloqueo o la violación sistemática de los derechos humanos a la que se ve sometida la población gazatí. También es imprescindible, teniendo en cuenta los tiempos que estamos viviendo, condenar sin paliativos las operaciones militares israelíes contra la población civil palestina que están causando cientos de muertos.

El problema actual radica en que la izquierda sigue inmersa en un imaginario de bloques -al estilo Guerra Fría- donde no importa apoyar al Estado Iraní, pese a que este sea un Estado fascista islámico que atenta contra diferentes colectivos, siempre y cuando el Régimen ayatolá se proclame como antiimperialista y manifieste una clara enemistad contra los Estados Unidos de América. Hablo del Estado Iraní, ya que según varios analistas, esta República islámica habría estado a nivel logístico detrás del ataque de Hamás en Israel, hecho que puede afectar gravemente al escenario internacional en los próximos meses una vez se sofoque el conflicto armado que a octubre de 2023 se vive entre el Estado sionista de Israel y grupos armados palestinos como Hamás o la Yihad islámica. Otro asunto que no debemos pasar por alto en este conflicto armado es la presencia que puede tener en el mismo la organización islamista Hezbolá –con presencia en el Líbano–, la cual ya ha asegurado haber intervenido en el conflicto atacando varios objetivos militares israelíes próximos a la frontera. Tampoco podemos obviar el plano geopolítico, donde en los últimos meses se ha estado «cocinando» un acuerdo saudí-estadounidense-israelí que serviría en último término para «normalizar» las relaciones diplomáticas entre el gigante del mundo árabe y el Estado israelí. El acuerdo haría alusión, según varias fuentes, a dos puntos fundamentales:

-Permiso a Riad para tener un programa nuclear civil.

-Compromiso de Israel a pagar con la moneda palestina.

Tras esta breve contextualización sobre los últimos acontecimientos es imprescindible manifestar, pese a lo obvio que pueda parecer, la necesidad que existe en todo conflicto bélico de acogerse a unos mínimos códigos éticos que garanticen el no atentar contra la población civil bajo las represalias de los respectivos mandos militares. En otro orden de cosas y a la hora de analizar este conflicto que nace de unas claras causas políticas, es imprescindible entender que son muchas las personas israelíes que no comulgan con su gobierno, ni con las políticas de apartheid que este lleva a cabo contra Palestina. De esta oposición a las políticas del ejecutivo israelí, podemos destacar las últimas protestas que ha vivido el país contra la reforma judicial de Netanyahu o algo tan esclarecedor como que casi la mitad de los jóvenes israelíes consiguen evadirse del servicio militar o no lo completan. Otro dato grave para el sionismo ultra israelí es que el 32,9% de los jóvenes se acogen al llamado Perfil 21 para no enrolarse. Este perfil les permite alegar distintos problemas mentales para evadir el reclutamiento (García, 2020).

Con estos datos sobre la mesa, lo que intento manifestar es que son cientos de miles las personas jóvenes del país que no ven con buenos ojos la actual política de defensa israelí, ergo ser judío e israelita no está ligado con ser un ultra-sionista que esté a favor de la erradicación del pueblo palestino. Tampoco podemos olvidar, desde una perspectiva histórica y crítica, algunos elementos positivos que han acompañado a las comunidades judías en Tierra Santa, me estoy refiriendo al fenómeno de los Kibutz. Una propuesta comunalista de autonomía con mayúsculas que pretendía mediante la lucha de clases dotar a Israel de un sujeto político propio. Por otro lado, y en lo que se refiere a la otra facción enfrentada en este conflicto, es de justicia manifestar en estas líneas la pluralidad del pueblo palestino, dejando bien claro a continuación que ni por asomo todas las habitantes de Palestina son seguidoras del yihadismo o de los postulados que defiende Hamás. De hecho, existen grupos seculares por la liberación como, por ejemplo, el Frente Democrático por la Liberación de Palestina, el cual forma parte de la Organización para la Liberación de Palestina.

Dicho esto, debemos ser precavidas en los posicionamientos políticos y obrar como personas críticas a la hora de alienarnos ciegamente desde Europa de uno u otro lado del conflicto. Por ello y en lo que a mí respecta, he de manifestar con rotundidad que detesto las políticas que históricamente ha llevado a cabo el Estado de Israel contra el pueblo palestino. Ahora bien, decir esto no implica que apoye las acciones militares de Hamás, porque... hablemos claro, del mismo modo que los sucesivos gobiernos ultra-sionistas han aplicado políticas terroristas contra la población civil palestina, lo que han hecho en este mes de octubre de 2023 Hamás y la Yihad islámica en el Sur de Israel deben catalogarse, sin ningún tipo de excusa, como acciones terroristas. Que en todas las guerras se produzcan bajas civiles no justifica, en ningún caso, que la población civil sea elegida como un objetivo militar legítimo. Otra cosa muy diferente son las bajas militares de ambos bandos, las cuales no se pueden comparar bajo ningún concepto con las bajas civiles.

Tras haber dejado clara esta cruda realidad, como agnóstico y persona profundamente laica, me toca subrayar que ninguna religión debería marcar los designios de las naciones ni de la humanidad. Más que nada porque la nación es un sujeto soberano y real y la religión es un elemento mítico e imaginario. Con esto, lo que intento manifestar es que ninguna nación o colectivo de seres humanos debería regirse por dictámenes mitológicos, por el contrario, y en mi opinión, debería administrarse desde elementos materialistas que fueran científicamente contrastables. Tampoco ninguna nación debería, en pleno siglo XXI, posicionarse como seguidora de una u otra doctrina de fe y en este aspecto es donde considero inapelable como herramienta resolutiva de los conflictos religiosos la laicidad de cualquier Administración política.

En último término, y respecto al tema que nos ocupa, una posible resolución del conflicto palestino-israelí pasa por la conformación de un Estado palestino que conlleve una aceptación plena por parte del Estado de Israel y de la Comunidad internacional en su conjunto. En esta vía política no puede ni debe caber el extremismo judaico-sionista, que tampoco el fascismo islámico de Hamás. Ambos pueblos deben, desde un reconocimiento mutuo, aceptar su realidad y saber convivir en paz bajo la supervisión, en un primer momento, de unos organismos internacionales neutros. Sin esta aceptación y sin la asunción de un paradigma de mínimos para ambas facciones del conflicto, lo que nos espera es más sangre, guerra y sufrimiento. Por ello, y pese a mi manifiesta simpatía por la causa palestina, en esta ocasión no puedo posicionarme acríticamente frente a la violencia de Hamás y la Yihad Islámica Palestina. Al mismo tiempo, y como he hecho siempre, debo condenar como un claro acto de terrorismo los bombardeos indiscriminados que ha llevado a cabo el Estado de Israel sobre la franja de Gaza, una estrategia militar que no es nueva y que afecta manifiestamente a una población civil palestina que, debido al bloqueo que sufre, se ve obligada a consumir agua contaminada, a no disponer de una alimentación equilibrada o a ser privada de algo tan básico como la asistencia médica.

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