Josu Iraeta
Escritor

No hago el bien que quiero, haciendo el mal que no quiero...

Los abertzales vascos –somos muchos– no entenderían que la tradición e inercia del PNV y sus actuales dirigentes, llamémosles «monopolistas», frenasen las fases de este proceso que comienza a dar sus primeros pasos.

Un buen escritor francés que huyó de este mundo hace medio siglo, definió la política de manera casi dialéctica: «la política es la historia que se está haciendo, o que se está deshaciendo». Es decir, una historia en movimiento.

Si estimamos correcta la definición, la política sería una actitud frente a esa historia en movimiento, lo que sin duda lleva implícito un riesgo considerable. Máxime si como de un tiempo a esta parte, se da la circunstancia de que, la historia no sólo se mueve, sino que hace más guiñadas que una trainera con mala mar, y como estas, salta, se estremece y varía su posición, tanto, que resulta difícil seguir su trazado.

Opino que ha llegado el momento en que los vascos debemos preguntarnos con quién nos comprometemos, si con quien hace la historia o con quien la deshace. Porque de un modo u otro, antes o después, en política las siglas en moda pasan, pero los escombros quedan. Quizá por eso el compromiso debe ir acompañado de no poco atrevimiento.

Evidentemente, es más cómodo quedarse al margen y mirar, desde el apogeo o desde la inercia, cómo la historia se hace o se deshace. Pero teniendo presente también que siempre ha sido considerablemente más expuesto y difícil «reeducar la inteligencia», como decía Marx.

Sin compromiso no hay nada. El compromiso sirve para aproximarse, para entenderse con el mundo, con la sociedad, con el prójimo… Claro que el compromiso tiene -desde hace mucho tiempo- mala prensa, no está de moda. En ello colabora toda una elite intelectual: escritores, psicólogos y sociólogos, sin olvidar a los polivalentes comunicólogos. Todos han decidido marginar y desterrar el compromiso.

Pretenden que las nuevas generaciones sólo deben mirar hacia delante. Este es el mensaje que también hace suyo el presidente de los españoles. Por el contrario, opino que es preferible imitar al búho y antes de avanzar, mirar hacia atrás, es más seguro.

No es el único mensaje equívoco del presidente Pedro Sánchez, haciendo así buena la afirmación de que en política casi nada es lo que parece. Porque en política, –incluso cuando parece que se improvisa– nada es por casualidad.

Cuando Pedro Sánchez cita a catalanes y vascos, repite su mensaje una y otra vez: «Soy partidario del diálogo, el proceso va como estaba previsto, vamos cubriendo etapas, pronto estaremos en disposición de informar sobre concreciones», para terminar, exigiendo que, no acepta caminos que lleven a la autodeterminación.

Las razones que empujan al gobierno del PSOE de Pedro Sánchez a mantener la errónea y caduca inercia de sus predecesores, son siempre las mismas, razones de Estado. Un Estado que no es, sino el botín conseguido con un «Golpe de Estado» y cuarenta años de dictadura. Porque eso y no otra cosa es, lo que defiende el Gobierno de Pedro Sánchez.

Observando lo que dice y hace, me inclino por opinar que sería poco razonable, por su parte, pretender el control unilateral del proceso –si realmente lo hay– y sus tiempos. Eso supondría, de hecho, ser el único depositario de la capacidad para gestionar lo mucho que queda y eso, -permítaseme- es falso y peligroso, ya que nadie debiera olvidar que; ganar no significa gobernar, y gobernar no significa mandar.

El señor Pedro Sánchez, con su discurso equívoco, «parece» pretender ignorar que es la izquierda abertzale quien más interés y capital político está aportando en este duro y largo proceso. El es alguien que acaba de llegar, pero la izquierda abertzale lleva décadas de trabajo, lucha y sufrimiento. Y conoce en sus carnes la escasa entidad democrática de su «Estado de Derecho».

En el sexto párrafo del artículo, citaba que es importante mirar hacia atrás antes de avanzar y eso considero debiera practicar quien hoy es cabeza visible de un PSOE que como «otros» fue permisivo defensor de un GAL repleto de asesinos, con una relación jerárquica de funcionarios públicos y dirigentes políticos, en la que, «todavía» brilla por su ausencia el vértice de esa cadena de mando. Por cierto, todos ellos miembros de su partido, señor presidente, el PSOE que, a pesar de su directa participación en la trama terrorista del GAL, no ha sido ilegalizado, ni calificados de terroristas sus dirigentes, militantes y votantes.

Es por todo esto que –en mi opinión– la izquierda abertzale no se va a equivocar. No serán las prisas las que marquen y primen su hoja de ruta, pero sí ejercerá el derecho a defender sus posiciones. Porque, no es admisible esgrimir la exigencia de la práctica del derecho democrático, con la inadmisible y repugnante práctica del «palo y la zanahoria».

Es en esta deleznable práctica política donde intervienen –cada uno desde su dimensión– otras fuerzas políticas. Quizá, porque su objetivo prioritario en esta fase del proceso, no pasa por esforzarse en lograr un proyecto consensuado que nos lleve a cotas de soberanía camino de la independencia, fruto del actual panorama político vasco. Situación que, si para unos es –sin duda– brillante, para otros, supone una aproximación a la antes citada escombrera.

Así pues, opino que no es momento de «arcaicas exigencias» y egoísmos, sino de generosidad. Cierto que deben ser respetados los intereses partidistas, pues son legítimos, pero no es admisible que su defensa se haga en detrimento de los de la sociedad vasca.

Escuchando a los dirigentes «jeltzales» en sus forzadas alocuciones, indignados por los nuevos brotes de «violencia callejera», me llegan recuerdos de mis años de formación, aquellas cínicas y duras palabras de San Pablo, cuando decía; «No hago el bien que quiero, haciendo el mal que no quiero».

Los abertzales vascos –somos muchos– no entenderían que la tradición e inercia del PNV y sus actuales dirigentes, llamémosles «monopolistas», frenasen las fases de este proceso que comienza a dar sus primeros pasos. De momento, han conseguido «templar» el ambiente, lo que les permite moverse con más discreción en sus maniobras, para las que sin duda necesitan tiempo. ¿Cuánto?

Precipitarse es un verbo que ante esta situación no debe conjugarse, cierto. La serenidad es una virtud necesaria, vale, pero la indefinición no es admisible.

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