Jesús Cantero Gonzalbo y José Manuel Gutiérrez Bastida

No hay planeta B: apuesta por la educación ambiental

En este sentido, la educación ambiental debe convertirse en un sector estratégico para salir de esta crisis post-covid-19 por su experiencia contrastada, saber hacer, enfoque transformador y trabajo por la acción sostenible

En diciembre de 2017, más de 15.300 personas del mundo de la ciencia redactaron la advertencia de los científicos del mundo a la humanidad: segundo aviso, en el 25º aniversario del primero, concluyendo que: «Desde 1992, con la excepción de que se ha estabilizado la capa de ozono, la humanidad no solo ha fracasado en abordar los principales desafíos ambientales enunciados sino que, de forma alarmante, en la mayoría de ellos estamos mucho peor que entonces (…) la humanidad debe poner en práctica una forma de vida más sostenible ambientalmente que la actual (…) Pronto será demasiado tarde para cambiar el rumbo de la actual trayectoria que nos lleva al fracaso: nos estamos quedando sin tiempo».

Casi 50 años antes, en 1972, la primera cumbre internacional sobre medio ambiente, celebrada en Estocolmo, ya indicaba que «Es indispensable una labor de educación en cuestiones ambientales, dirigida tanto a las generaciones jóvenes como a los adultos, y que preste la debida atención al sector de población menos privilegiado, con el objeto de ensanchar las bases de una opinión pública bien informada y una conducta de los individuos, o de las empresas y de las colectividades inspirada en el sentido de la responsabilidad en cuanto a la protección y mejoramiento del medio en toda su dimensión humana».

Hace tiempo que ya era hora de actuar. La crisis global aumenta, el cambio climático es su máxima expresión y la vida en el planeta está en riesgo. La educación es un proceso indispensable en las necesarias transiciones sociales y ecológicas que debe implementar la humanidad en su metabolismo industrial, para que no sea demasiado tarde. El sistema educativo también tiene que transitar hacia un modelo que acoja la vida en el centro de su actividad y que se construya sobre los pilares de la ecodependencia y la interdependencia.

En este sentido, la educación ambiental debe convertirse en un sector estratégico para salir de esta crisis post-covid-19 por su experiencia contrastada, saber hacer, enfoque transformador y trabajo por la acción sostenible.

La educación ambiental debe ser un servicio público y euskaldun que atienda tanto la educación formal como la de fuera del sistema educativo (asociaciones, movimientos vecinales o de personas jubiladas, asociaciones y escuelas de padres y madres… y, por supuesto, la clase política (¿Sabéis cuantos partidos presentan acciones sobre educación ambiental? Pues eso).

Es imprescindible incorporar en las propuestas curriculares la reflexión y la acción que haga al alumnado ser consciente de su ecodependencia e interdependencia, de los flujos de materiales y energía en un planeta finito, de la influencia del sistema económico en el ecológico, de la necesidad de ser resilientes ante nuevas crisis, etc. De la misma forma, hay que incorporar una visión crítica de la tecnología, que analice sus pros y sus contras, tanto sociales como ecológicos, del consumo irracional y de las necesidades humanas y de las diferentes maneras de resolverlas, y sumar como criterio básico el principio de precaución.

No hay planeta «B», nos recuerdan los FridaysforFuture. Ni, «C», ni «Z». Y para transitar hacia sociedades justas, democráticas, participativas y ajustadas a las dinámicas de los ecosistemas, las personas tienen que estar formadas. Si alguna vez la educación ambiental fue necesaria, hoy es radicalmente imprescindible.

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