Iñaki Egaña
Historiador

«Non dira ene lagunak»

En el homenaje que le tributamos en Iurreta, pude apreciar muchos de aquellos semblantes de mi generación, la de hombres y mujeres que una vez cantaron la canción de Silvio Rodríguez, de un hombre que «una vez bajó a la guerra, perdón quise decir a la tierra».

Estas fiestas estivales, con música por todas las esquinas, orquestinas, grupos de tendencias que ni siquiera sabía de su existencia, son una prueba casi definitiva para marcar tiempos y épocas. No diría también ritmos por eso de la espada de Damocles que pende sobre los que no cabalgamos a lomos del relato oficial. No voy a mentar a la bicha, por si acaso.

En mi ciclo, que es algo así como el del paleolítico, los cantautores estaban solicitados en todas las fiestas de aquellas poblaciones que se apreciaban de abertzales. Bien es verdad que entre unas y otras había niveles. No era lo mismo, por poner un ejemplo, llamar a Peio eta Pantxoa, Eltzegor o a Anje Duhalde, que por cierto sigue en los escenarios, que hacerlo con otros menos ligados a la borroka separatista, como dirían los medios de Madrid. Por nuestro barrio desfilaron los top de nuestro entorno. Nos cabe el honor que en aquella que la Policía llamaba Plaza Roja cantó por primera vez en Hego Euskal Herria Erramun Martikorena. Y que a Urko, natural del barrio, no le dejaron cantar los de la comisión de fiestas, hoy todos jubilados cuando no fallecidos, porque «no daba el nivel exigido».

De todos aquellos, Etxamendi eta Larralde eran mis favoritos. También Xalbador eta Ihidoi, pero que yo sepa, estos no pasaron nunca la muga. Etxamendi y Larralde, que los dos eran Eñaut, cantaban a capela y dejaron su sello con aquella canción que inundó varios veranos, el «Yup lala», que refería a la muerte del almirante Carrero en atentado de ETA, también en el paleolítico. Hoy, aquel «Yup lala» habría sido criminalizado y aunque su letra era simple y cacofónica, sería destripada para llevarla a los tribunales.

Los dos Eñaut cubrieron con sus letras buena parte del imaginario de esa izquierda abertzale que cantaba a la Revolución. Y no lo hacía como ahora masas descoloridas entonan el "Bella ciao", la canción del partisano muerto por la libertad. Cantábamos con ese sentimiento de lucha que hizo especial a más de una generación. Entre esas letras estremecidas, quiero recuperar la de "Non dira ene lagunak": «Enekin ziradianak. Norat iruanak. Derauztate heiek denak. Batzu ihes dabiltzanak. Bas'ihizien berdinak. Bestiak lurpian dituzte etzanak».

Y llegó el estío, este verano caluroso que quema bosques, que ahonda en el abismo económico, que ha revelado nuevas tácticas de sumisión con los pinchazos químicos, que persigue a los pobres en vallas y pateras, para recordarme nuevamente aquella emotiva canción. "Non dira ene lagunak". Y lo ha hecho de la manera más cruel, llevándose por delante a uno de esos a los que en su epitafio pondría los versos de Bertolt Brecht, el de los imprescindibles.

Fue hace unos días, y en el homenaje que le tributamos en Iurreta, pude apreciar muchos de aquellos semblantes de mi generación, la de hombres y mujeres que una vez cantaron la canción de Silvio Rodríguez, de un hombre que «una vez bajó a la guerra, perdón quise decir a la tierra». Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida, musicó.

Con mi amigo compartí su ironía y por ella tuvimos una relación particular. Hace ya mucho tiempo, quizás superado el mesolítico, viajamos a Italia invitados por la Liga de los Derechos de los Pueblos. Creo recordar que su secretario general nos citó en Verona. Con tiempo de por medio, un grupo de comunistas europeos nos emplazó previamente en Milán, en unos encuentros sobre el futuro de la revolución en Europa. Allá fuimos los dos. Nos dieron la oportunidad de dar una charla y la preparamos en el tren, con rapidez. Gernika era nuestro símbolo para recordar a los comunistas europeos la tragedia y por extensión el sueño libertador de Euskal Herria.

Pero aquello fue una tremenda decepción. Con la excepción de un viejo brigadista milanés, al resto tuvimos que hacerle una explicación de lo que había sido el bombardeo nazi de nuestra población y su símbolo de libertad. Empezamos con mal pie y acabamos peor. Nos detuvieron al concluir las jornadas. Fuimos los únicos en ser retenidos, cada uno por separado en distintas calles de Milán con un aparatoso montaje. No importaba, al parecer, la revolución europea en marcha, sino únicamente el proyecto separatista vasco. Pudimos continuar el viaje al día siguiente.

Los revolucionarios europeos nos volvieron a invitar. Con semejante perspectiva, me descolgué del siguiente encuentro también en Italia. Pero mi colega volvió. Quería recordarles Gernika y que la revolución también podía tener un color tricolor, no precisamente el de la bandera de Italia, sino el de Euskal Herria. Así era. Cabezón y tozudo. Le volvieron a retener, esta vez en la frontera.

Antes ya había estado preso y volvería a estarlo después. En la primera ocasión, posterior a la época en la que mataron en una emboscada a dos jóvenes de su pueblo, Txiki y Ruso, de 19 y 21 años. En 2018, me llevó a Durango para comentar aquella tragedia, unas «ejecuciones extrajudiciales». En la segunda, por militar en un organismo solidario, Gestoras pro Amnistía. Ya en el siglo XXI. Cuando salió de la prisión de Burgos, un autobús se acercó hasta los muros de la prisión para traerlo en volandas a Euskal Herria.

Mientras estuvo preso, fueron las cartas más selectas que he recibido, con aquellos sellos que aseguraban haber pasado la censura. El modelo era imprevisible. Un recorte de una revista del corazón, aprovechando tanto la noticia como el espacio en blanco a su derecha. Un trozo de lámina de a saber qué cartón, un puzle pegado con fragmentos de caras reconocibles, con una anotación burlona a bolígrafo, una noticia insólita de periódico castizo, sin más añadidos. Así era. Rebosante de ironías.

No somos especiales, porque aquí también lloramos a los nuestros. Cuando todo se apaga nos queda su recuerdo, sus sueños. "Non dira ene lagunak". Lo escribió Octavio Paz, «Has muerto entre los tuyos, por los tuyos. Tus manos sin violines ni fusiles, desnudamente quietas». Mi respeto y admiración, Gari maitea. Jesús Felipe Arriaga.

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