Félix Placer Ugarte
Teólogo

Notre Dame en el contexto del S. XXI

Aquellos templos de admirable arquitectura eran signos de un tiempo que pasó de la austeridad del románico a la suntuosidad de las catedrales góticas, símbolo de una Iglesia dominante ideológica de la política, de la sociedad y de la cultura de la época.

La conmoción que ha suscitado en Paris y en toda Francia, también en el mundo cultural europeo, el pavoroso incendio de la emblemática catedral de la ciudad del Sena, ha provocado inmediatas reacciones para su restauración. El presidente francés, familias adineradas, instituciones de todo tipo se han comprometido a realizarla lo antes posible. Muchos intereses culturales, identitarios, sociales, patrimoniales, históricos, religiosos están en juego y han movilizado a la sociedad francesa para lograr que Notre Dame vuelva, incluso con más vigor, a ser lo que ha sido a lo largo de más de ocho siglos de historia.

Este emblemático, maravilloso y admirado templo, edificado en el corazón de Paris, de prolongada y costosísima construcción, respondió a contextos propios de la época medieval. Como subraya el estudio de Francisco Letamendia "Cultura política en Occidente. Arte, religión y ciencia" (I, 2018), el neoplatonismo agustiniano introducido en el arte con Suger, abad de Saint Denis en Francia, fue desarrollado con admirable esplendor en catedrales como la de Chartres y de Notre Dame que cambiaron de la austeridad cisterciense del románico a la luminosidad del gótico, guiadas en su asombrosa arquitectura por una teología escolástica, cuyas catedrales y templos querían ser imagen de la «Ciudad de Dios» y de la Iglesia «triunfante» que transfigura la materia con sus arcos apuntados, bóvedas nervadas, ventanales de luz y color.

Señala en su investigación que el arte era, en esta época, «instrumento de comunicación y socialización de las ideas y sentimientos religiosos». Constructor de una cultura política, implicaba y conllevaba muchos y diversos componentes: concepciones religioso-teológicas, ideas filosóficas neoplatónicas, intereses políticos y económicos, relaciones sociales, conquistas territoriales. Dentro de la «imposible disociación de religión y política en el bajo medievo», el proyecto y construcción de estos magníficos templos góticos están cimentados, por tanto, en las convicciones de una época de cristiandad y en su consiguiente dominio religioso-político. Aquellos templos de admirable arquitectura eran signos de un tiempo que pasó de la austeridad del románico a la suntuosidad de las catedrales góticas, símbolo de una Iglesia dominante ideológica de la política, de la sociedad y de la cultura de la época.

Lamentamos, ahora, la destrucción parcial de esta catedral, patrimonio de Francia y  de la humanidad. Será restaurada. Pero los contextos actuales proponen otros signos de de los tiempos. Hoy no es sólo ese importante patrimonio histórico-artístico lo que está en juego, sino sistemas sociales globalizados de represión y marginación, vidas humanas, por ejemplo en la tragedia permanente del Mediterráneo, el hambre y la destrucción progresiva del gran templo de la tierra.

El desafío que plantea la catedral de París no es sólo, por tanto, el de su reconstrucción. Los signos de los tiempos de nuestra época implican hoy, en el s. XXI, un cambio de paradigma, para Francia y para Europa. O se queda en su restauración arquitectónica (en la línea de un cristianismo o de una sociedad que se limitan a conservar o recuperar su patrimonio) o se hace de esa reconstrucción símbolo de una transformación humanizadora en la que Francia, Europa sean casa acogedora de inmigrantes y mesa compartida donde todas las personas participen con dignidad y justicia. El proceso de reconstrucción de Notre Dame es en este momento un desafío histórico para plantearse y responder a su sentido actual y a las responsabilidades religiosas, sociales y políticas de nuestra época.

Jesús de Nazaret, al pedirle su opinión sobre el suntuoso templo de Jerusalén, respondió: «Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días...». Se refería al templo de su cuerpo. Y esa «reedificación», que celebramos estos días pascuales, consistió en la liberación desde los pobres y oprimidos.

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