Jose María Pérez Bustero

Nueva época de los vascos

Durante este verano se han vuelto a celebrar las fiestas de San Fermín en Pamplona, la Semana Grande en Bilbo, La Virgen Blanca en Vitoria, la Aste Nagusia en Donostia. Y diferentes festividades en muchas otras poblaciones. Otro hecho a recordar: que en estos meses se han ido de vacaciones un importante número de vascos, y un significativo número de forasteros se han paseado por nuestra tierra.

Detrás de esa dinámica de fiestas y de gentes, nos tropezamos con aquella extraña afirmación de Sabino Arana de que los vascos somos una «Etnia original y sin mezcla». No sospechaba el bueno de Sabino que los vascos somos una comunidad muy mezclada en diversos sentidos. Por una parte, según datos sociológicos, la mitad de los actuales habitantes somos venidos de fuera o hijos de venidos de fuera. Actualmente, tenemos asimismo un notable número de personas llegadas de África, Iberoamérica, Asia. En todo caso, nuestra diversidad tiene otras marcas. Comenzando por nuestra geografía y la operatividad ligada a ella.

Una parte de nuestros territorios son estrictamente rurales y tienen su población reducida porque los recursos técnicos actuales en el trabajo de las tierras y cría de animales son más efectivos que en tiempos pasados. Pero también realizamos importantes tareas que no son rurales. Cabe citar las operaciones de pesca, las labores de comercio, las industriales, los talleres, promoción del turismo. Tanto en las capitales como a lo largo y ancho de nuestras siete zonas. Vale la pena citar algunas poblaciones para que no se nos reduzca la memoria. En Gipuzkoa, por ejemplo, debemos recordar el proceso y dinamismo de Getaria, Pasajes, Zumaia, Oñati... En Alava debemos mirar a Laguardia, Labraza, Labastida... En Bizkaia, a Bermeo, Gernika, Getxo, Lekeitio... En Navartra a Tudela, Estella, Tafalla...  En Iparralde a Hendaia, Donibane, San Juan de Luz, Biarritz.

Junto a esas dinámicas rurales, industriales, turísticas, y de comercio que llenan nuestra vida, hay otra característica muy importante: nuestra forma de ser y de convivir, que genera cercanía y amistad en la vida cotidiana. Y en esos contactos brotan asimismo las relaciones sexuales, que tienen lugar no sólo entre hombres y mujeres sino también entre personas del mismo sexo. La moral –impuesta desde ciertas culturas y religiones pero actualmente diluída– ha dejado en el tema sexual un notorio campo abierto, que nos empuja a nuevas perspectivas de relación sin dejarnos inundar por herencias morales. En ese terreno vale la pena subrayar la nueva actitud de las mujeres en aspectos importantes: en su variada forma de vestir, en el cultivo de su figura física, en una amplia actividad deportiva, en su mayor dinámica en el campo político y social. Los hombres, por su parte, se acogen a esa misma mentalidad. Y se genera una actitud de frecuente compañerismo. Mujeres y hombres coinciden ampliamente en la calle, en el deporte, en los estudios, en el campo laboral. Y se da un dinamismo análogo a nivel familiar y sexual.

Teniendo en cuenta esas relaciones, resulta necesario exigir a los dirigentes políticos que no deben manejar el poder para manipular a la gente. Simplemente, deben presentar propuestas a los habitantes, explicárselas y discutirlas con ellos. Sin recurrir al apoyo de una dinámica de multas, detenciones, ni del régimen judicial y del sistema penal. ¿Sistema penal? Mirando a las cárceles, es preciso promover su abolición, y recurrir a simples métodos de reinserción. El sistema debe explicar, recordar, convencer e impulsar entre las gentes una actitud de solidaridad. Tener claro que nunca deben aprovechar su poder para apropiarse, robar, reducir la capacidad los otros.

Dicho todo esto hay que afirmar que el suelo que pisamos ha de ser utilizado como factor que nos une y nos cohesiona.

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