Félix Placer Ugarte
Teólogo

Nuevo paradigma

Otro paradigma comienza a diseñarse para la convivencia y las relaciones económicas y de género. La esperanza se renueva en la solidaridad de las mujeres. La economía se hace ecología para construir un mundo habitable y sostenible. Se abre camino la interculturalidad.

La impresionante movilización de las mujeres en la huelga y manifestaciones multitudinarias del 8M contra la secular desigualdad ha marcado un punto de no retorno y un avance ya imparable hacia la equidad en derechos y relaciones entre los géneros. Frente a la situación discriminadora, acrecentada por el capitalismo neoliberal, que alcanza todos los niveles de la convivencia, se alza el clamor reivindicativo de las mujeres del mundo. Reclaman justicia contra un sistema dentro de cual la economía, la sexualidad, el trabajo, la política, la cultura en general, están condicionados por patrones ideológicos de género; siempre en detrimento de los derechos de la mujer; con las consiguientes consecuencias de desigualdades y discriminación en las relaciones sociales y laborales, a fin de mantener un sistema que es racista, colonialista y patriarcal en sí mismo.

En efecto, la ideología androcéntrica capitalista impone su visión del mundo y de las relaciones sociales y económicas centrada en la producción desde el punto de vista y protagonismo masculinos. Convierte al varón en dominante e impone sus análisis de la realidad que, además, incluyen los sesgos raciales, de clase y de edad del sector que domina la sociedad.

Los planteamientos y luchas feministas actuales son y han sido la respuesta histórica a estas formas de sometimiento. Proponen superar las ideologías de género, construcciones socioculturales de la sociedad patriarcal, que atribuyen a la mujeres roles y funciones donde prima la desigualdad reproducida en todos los órdenes de la convivencia. Sus consecuencias eran denunciadas por el manifiesto “Emakumeok planto/ Nosotras paramos”: «La desigualdad de los empleos de las mujeres (en Hego Euskal Herria cobran de media 7.680 euros menos al año que los hombres), reproduce la precariedad de los trabajos feminizados, e invisibiliza todos aquellos trabajos de cuidados (del ámbito doméstico y de cuidado de otras personas) que se realizan mayoritariamente de manera gratuita por las mujeres, y principalmente por las migrantes».

Pero el clamor del 8M va más allá de las justas y urgentes reivindicaciones laborales profesionales y salariales y del reconocimiento del trabajo oculto de la economía doméstica y social de la mujer. Propone y reclama un nuevo paradigma frente a la globalización de la desigualdad y exige la globalización de la igualdad contra un sistema biocida donde la responsabilidad social de sostener la vida, la reproducción, está metida en las casas, en manos de las mujeres, asociada a una construcción perversa de la feminidad y que tiene que ver con la inmolación, el sacrificio y la invisibilidad.

Este nuevo paradigma de inspiración y motivación feministas implica un sentido ecológico –como lo expresa la “Carta de la Tierra”– que exige justicia social y económica; erradicar la pobreza, mayoritariamente femenina, como un imperativo ético, social y ambiental; asegurar que las actividades e instituciones económicas, a todo nivel, promuevan el desarrollo humano de forma equitativa y sostenible; afirmar la equidad de género, indispensable para el desarrollo sostenible y el acceso universal a la educación, el cuidado de la salud e igualdad económica; defender el derecho, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.

En el occidente desarrollado, numerosos movimientos feministas denuncian las  formas de consumo insostenible promovidas por la globalización capitalista, que alimenta los mercados del capital donde discriminan a las mujeres. Tienden hacia un nuevo paradigma, basado en la comunicación, conocimiento y conciencia que favorezcan la autogestión, la autodeterminación, la organización autónoma de los nuevos sujetos éticos, indignados, motivados por la solidaridad, reciprocidad, la igualdad de géneros, la cooperación, el comercio justo y la sostenibilidad. Y, como subraya Nekane Jurado, hace falta se realice tanto en el plano físico (utilización sostenible de los recursos) como en el plano social (superadora de desigualdades sociales y territoriales). No puede haber sustentabilidad sin equidad. Una sociedad que realmente es sostenible da prioridad al desarrollo frente al crecimiento, a lo cualitativo (calidad de vida) frente a lo cuantitativo (nivel de vida), a la solidaridad frente a la competitividad. La democracia económica desplegándose en la suficiencia, justicia y equidad de toda la comunidad posiblemente sea el más grande y pleno valor social.

El nuevo paradigma impulsado y reclamado por las mujeres en su reivindicaciones del M8 plantean, por tanto, un desafío civilizatorio como objetivo fundamental que exige otra mentalidad y modos de acción, de relación, de valores y comportamientos que van desde las formas de producción y de consumo, hasta las maneras de concebir la vida y su realización.

No se puede olvidar y es preciso denunciar que determinas religiones, también la católica, han contribuido con sus modelos teológicos a reproducir dependencias y esquemas androcéntricos olvidando la igualdad de las mujeres en todos los órdenes de la existencia humana.

Ante este pensamiento androcéntrico y trasversal, es imprescindible un cambio de mentalidad, de conciencia. Efectivamente, afirma Edgar Morin, la gran batalla del porvenir de la humanidad «se libra sobre el terreno de la mente… cuya reforma se ha hecho vital». Frente al pensamiento único de la lógica capitalista, propone, por tanto, la «contracorriente del pensamiento plural y complejo de características ecológicas, de calidad de vida, de salvaguarda de identidades culturales, de emancipación del dinero, de poesía, de amor, de pasión y fiesta, de búsqueda de solidaridad y responsabilidad: una nueva conciencia universal».

Estamos, por consiguiente, ante el desafío que Leonardo Boff entiende como una «gran transformación» –alternativa a la impuesta por el capitalismo, analizada por Karl Polanyi– que convirtió todo en mercado regido por la competitividad y beneficio económico a costa de personas y cosas. Abarca no solo el paso a otra economía de mercado y de consumo, sino de sostenibilidad, de ecología, de concepción y relación de las personas (mujeres y hombres) en igualdad y pueblos (con todos sus derechos) que habitan en la casa común de la tierra. Es otra visión de la vida y de la felicidad.

Esta nueva mundialización está en la base de la movilización de las mujeres. Sus radicales iniciativas son el impulso necesario para un cambio de época, para una nueva civilización frente al colapso humano al que nos ha abocado el capitalismo. Son un signo de los nuevos tiempos que, creo, también la Iglesia debe considerar con honradez autocrítica y acciones evangélicas liberadoras.

En consecuencia, desde las múltiples alternativas propuestas y practicadas por las mujeres nacen de nuevo las utopías de otro mundo posible, frente a quienes proclamaban «el fin de la historia» en un definitivo capitalismo. Otro paradigma comienza a diseñarse para la convivencia y las relaciones económicas y de género. La esperanza se renueva en la solidaridad de las mujeres. La economía se hace ecología para construir un mundo habitable y sostenible. Se abre camino la interculturalidad. Las identidades reprimidas y suprimidas recuperan su territorio, su dignidad y complementariedad mutua. De la mano de las mujeres libres y liberadoras, desde su emancipación y derechos, desde su lucha avanzamos hacia la sociedad igualitaria y humanidad nueva que deseamos y en la que tantas mujeres y hombres nos unimos.

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