Eduardo Santos Itoiz
Consejero de Políticas Migratorias y Justicia del Gobierno de Navarra

O celebramos o proponemos

Necesitamos sin prisa, pero sin pausa, un acuerdo entre la ciudadanía de Navarra que nos permita encarar desde el prisma de los derechos sociales, políticos y cívicos un siglo nuevo de profundas transformaciones.

El 40 aniversario es un año raro. Está entre ese 25 lleno de vida que se asoma ligeramente a lo pasado con vértigo y la respetabilidad del medio siglo que te acerca peligrosamente a lo inamovible. Nadie celebra los cuarenta, salvo que te hagan una fiesta sorpresa o que te obliguen. Algo así ha pasado con el asunto de la Lorafna. Desde luego, no hemos escuchado una petición de júbilo en las calles, no hemos visto plazas llenas ni se han rellenado actas en el Casino Principal por parte de las fuerzas vivas para celebrar la gozosa efeméride. Navarra está viva y su régimen constitucional sigue aquí, lastrado por un día a día de decisiones difíciles, negociaciones, desacuerdos, recursos a perder o a evitar y, en general, un desconocimiento propio y ajeno de quiénes somos, dónde se sitúa nuestra identidad jurídica, cuáles son las raíces históricas y políticas de nuestra situación.

Defender el estatus jurídico de Navarra requiere una mezcla de inteligencia, conocimiento y dedicación en una relación asimétrica donde los mecanismos que tiene el Estado para imponer sus decisiones son infinitamente superiores a la capacidad de la Comunidad Foral de defender las suyas. Por eso, la lucha partidista interna debilita la acción del Gobierno de Navarra y, por eso, el diálogo y el acuerdo entre la ciudadanía de Navarra es tan importante. Las tradiciones forales se adaptan a los tiempos que nos toca vivir. El pacto entre el rey y el Reino originarios no tiene otro sentido que recordarnos que somos un pueblo libre y que se quiere mantener libre, y animar con ese espíritu a las nuevas generaciones a que consideren alzarse siempre en defensa de esas libertades.

Pero también tenemos que tener en cuenta que eso cuesta. Quienes quieran sostener una carrera política estatal sabrán que mantener posiciones en defensa de nuestra tierra y su ciudadanía no les va a regalar favores. Quienes, desde nuestra tierra, pretendan una defensa a ultranza de las esencias míticas sin tener en cuenta el contexto que nos rodea, irán directos a la misma vitrina donde guardamos el juramento real, las mazas de plata y las urnas de voto en las cortes del antiguo régimen. Necesitamos sin prisa, pero sin pausa, un acuerdo entre la ciudadanía de Navarra que nos permita encarar desde el prisma de los derechos sociales, políticos y cívicos un siglo nuevo de profundas transformaciones.

Cuando se llevan cuarenta años reintegrando el Fuero, tendremos que convenir que, con todas sus virtudes, a lo mejor tenemos que ir pensando en alguna cosa más, no sea que acabemos reintegrando lo que ya no nos es necesario y, por el camino, nos hayamos perdido otra vez la vida y las oportunidades. Es cierto que a la clase política nos cuesta abrir un debate de ese calibre y, sobre todo, le cuesta a quienes se sienten satisfechos con el acuerdo alcanzado para incluir el preámbulo de la Lorafna hace cuarenta años o para quienes quieren gestionar pragmáticamente el día a día con un debate que, efectivamente, no está entre las grandes prioridades.

Pero es verdad que esa es una visión rácana de la vida pública y una renuncia a ejercer el liderazgo. Defender la actualización de nuestro autogobierno en clave social es darnos muchas más posibilidades de articular políticas en favor de la ciudadanía en vivienda, sanidad, educación, energía, movilidad, es decir, en los debates que nos interesan. Por eso las celebraciones han sido tan erráticas. Porque en realidad estamos montando una fiesta en la que sabemos desde el principio que no estamos todos. Es como si nos hubiera sorprendido la edad que tenemos y nos hubiéramos preguntado sin ganas, pues a lo mejor tenemos que hacer algo para que no nos digan nada, ¿no? Por si a la derecha más conservadora que pilotó el artefacto en su día le da por decir que no hemos sido suficientemente gozosos y jubilosos con el evento. Y así, primero nos vamos al Senado a que nos digan que lo estamos haciendo muy bien y luego adecentamos el salón del Trono para meter a todos los patres patriae (siempre patres, claro), que nos queden vivos. Cuarenta años es una fecha que nos delata. Si en cuarenta años no hemos sido capaces de incorporar a todo el mundo, mal vamos a cohesionar a la ciudadanía en defensa de nuestras libertades, y eso se compadece mal con la celebración de pasados míticos y con la ausencia absoluta de participación ciudadana. Así, lo mejor que nos puede pasar es que a los cincuenta nos miremos con la misma perplejidad que hoy. Por nuestra parte, preferimos emplear el tiempo haciendo propuestas.

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