Marta Abiega
Integrante de la plataforma Ongi Etorri Errefuxiatuak Bizkaia

OEE: porque los derechos humanos no son una moda

He aprendido que tengo que aceptar que nunca sabré lo que se siente cuando una patera se hunde, como no sabre del dolor de las cuchillas que se clavan día a día en las vallas de la injusticia.

Sólo han pasado dos años o han pasado ya dos años. Según como enuncie la frase os contaré esta historia de una u otra manera pero, en cualquier caso, siempre tendrá un final triste y también tendrá un final alegre.

Sólo han pasado dos años y he aprendido tanto sobre lo que ocurre al otro lado de las fronteras de esta Unión Europea que me da miedo. He aprendido, por ejemplo, que la frontera sólo es una y es cruel en todos sus puntos. Es la frontera chicle de las devoluciones en caliente, la misma que hace caso omiso del salvamento de personas en un Mediterráneo que ha dejado de ser el mar nuestro y enrojece día a día. He aprendido que las luchas son siempre de las avaras poderosas, que siempre quieren más, contra las que nada tienen y aspiran a tener algo pero, que en esa relectura del poder, siempre encontramos alguien por debajo a quien pisar, que nos hace sentirnos un poco avara poderosa, y a consta de quien medramos o, creemos que lo hacemos. He aprendido que el sistema nos enseñó a competir para sobrevivir y a competir también cuando ya no era necesaria la lucha por la supervivencia y lo naturalizamos en la escuela, en el deporte, en el ocio, en las relaciones personales, en las redes sociales, en la vida en definitiva. He aprendido que tengo que desaprender casi todo lo aprendido... tal vez todo, porque mis viejas ideas, ya no me valen para definir las nuevas realidades y ni tan siquiera eran mías, tan solo eran viejas. He aprendido que tengo que aceptar que nunca sabré lo que se siente cuando una patera se hunde, como no sabre del dolor de las cuchillas que se clavan día a día en las vallas de la injusticia. He aprendido que la vida a veces es demasiado larga y demasiado dura y que vender el cuerpo, aunque nos parezca terrible y lo es, no es vender el alma sino que es, simplemente, vender el cuerpo. He aprendido muchas cosas porque han pasado ya dos años pero han sido tan intensos que parecen muchos más.

Si ahora mismo me dijeran que hace apenas dos años que he conocido a las compañeras de la plataforma lo negaría rotundamente. Unos rostros han pasado de manera efímera y, sinceramente, no lo entiendo porqué, husmear en la cara de esta injusticia y darle la espalda es posible pero, para mí, incomprensible. El grado de compromiso es dispar como la vida misma, las inmersiones son de distinta profundidad en función de la capacidad pulmonar de cada cual, pero todas suman. Hay, tal vez, compromisos más gastados, con rémoras digamos y compromisos más frescos, más cercanos a la utopía. Han pasado ya dos años y todas las piezas están sobre la mesa, ahora tenemos que encajarlas. Limar egos y suavizar timbres y recordar cada minuto que es más lo que nos une que lo que nos separa. Que la experiencia es importante pero que, si le añadimos pasión, movemos el mundo. Que nuestro fracaso es su éxito, el de las avaras poderosas que manejan los hilos y que ser avara poderosa es más una carencia que una capacidad. ¿El final triste? Que esas personas avaras poderosas y sin escrúpulos trabajan en red. ¿El final feliz? Que nosotras también trabajamos en red. Solo tenemos que tejerla suficientemente amplia y tupida para salvar las vidas de las otras personas porque esas otras personas también somos nosotras.

Zorionak Ongi Etorri Errefuxiatuak eta aurrera beti!

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