Jesús Biurrun
Doctor en Psicología

Oferta irrechazable

«Con un pedido de 25 millones de dólares» puedes llevarte el enjambre de minúsculos drones que te permitirán exterminar a la mitad de una ciudad, la mitad «mala», por ejemplo.

Acaba de lloverme un video al Whatsapp. Lo abro. Sorpresa. ¿Ha fallado algún algoritmo? Yo no consumo de esto. Así que decido desmontarlo. Quiero saber cómo se vender este tipo de mercancía. En 151 segundos un tipo publicita un producto. El presentador es un varón joven sin barba ni gafas, evolucionando en un escenario sin muebles ni ventanas, salvo la ficticia del cuadrado de neón lechoso en el ángulo superior izquierdo. Un espacio oscuro y rectilíneo, impregnado de una atmósfera digital, hipertecnológica, con lo ocasionales recursos (globos enmarcando lo que debe atraer nuestra atención, pixeles, zooms…) de la teología informática. Sin olvidar el mundo exterior, ese grosero arcaicamente analógico donde habitan los posibles compradores. A estos se destinan una ráfaga de imágenes y una breve secuencia mostrando la eficacia del producto publicitado sobre sendos objetivos, individual o de masas, del mundo real.

Asistimos a una demostración exquisitamente pulcra y futurista, con algo de ceremonia de presentación en sociedad, de un sofisticado chisme para matar. Sí, matar prójimos, de modo personalizado o masivo como se nos irá mostrando a continuación. Una actividad mucho más simple de lo que pudiera parecer. Veámoslo. Vender muerte, aunque sea a un público predispuesto, requiere una apertura en suave rampa. Para este deslizamiento bastan dos frases, pues urge entrar en materia. «Vuestros hijos probablemente tendrán uno de estos, ¿verdad?», dice el impoluto publicista mostrando un dron que cabe holgadamente en la palma de su mano. Para añadir de inmediato: «No exactamente». La disección de sus palabras nos deja ver, primero, un ejercicio de proximidad y de complicidad empática («vuestros hijos») seguido de un broche humorístico («no exactamente») como preámbulo a la exposición seria, inteligente, madura que reclama el asunto que nos ha traído aquí. En realidad este recurso forma parte de una técnica comunicativa que hemos denominado de familiaridad retroactiva con la comunidad de clientes potenciales. La hallamos en el paso del trato de usted, respetuoso pero distante, a la segunda persona más confianzuda, a la proximidad del tú o el vosotros. «Vuestros móviles, aplicaciones...», «mirad» o «¿lo habéis visto?», nos dice. La fórmula lleva adherido su éxito, es decir, la acogida admirada o entusiasta del público asistente fuera de cámara. Basta con intercalar en los momentos adecuados sus silbidos y aplausos enlatados. El carácter virtual de estos no debe llevarnos a pensar en un fraude simplón. Todo lo contrario, se trata de seducción o, si se prefiere, adiestramiento. Es el medio como el publicista predispone al público al que el anuncio va destinado e induce el grado y forma de adhesión imitativa que se espera de él.

Una rápida síntesis de las bondades del arma en palabras del presentador incluye las siguientes: deja obsoleto el armamento nuclear. Permite llegar a cualquier objetivo situado tanto en espacio cerrado como abierto, angosto, subterráneo, intrincado o sumergido en una multitud, actuando sobre él de modo quirúrgico. Elimina a la totalidad del enemigo «prácticamente sin ningún riesgo» (¡Ah, pero podría haber alguno?). Es un arma autónoma que esquiva balas y posee reconocimiento facial.

La operación mercantil se sustenta sobre dos pilares cuya robustez y confiabilidad se siembra a la largo del anuncio. Primero, un despliegue de las propiedades del producto. Tratándose de un dispositivo para matar estas son: su mínimo tamaño destaca por contraste y acentúa su eficacia; va directo a su objetivo sin necesidad de ser pilotado gobernado por inteligencia artificial; está dotado de «un procesador que reacciona cien veces más rápido que un humano»; es invulnerable a los francotiradores debido a sus giros aleatorios; está dotado de cámaras, sensores y aplicaciones, hasta llegar a lo definitivo y que da sentido a todo lo demás: esos tres gramos de carga explosiva que transporta. Juntemos todo lo escuchado y tendremos un orificio en el centro de la frente de quien usted desee, tal como puede comprobar en estas imágenes que le mostramos.

En ellas, en efecto, se nos muestra el tipo de orificio, limpio y recto que trazaría una bala (que no se nos ha dicho que el dron posea, pero quién quiere ver un boquete rezumando metralla y sesos) que penetra en el cráneo y destruye «su contenido». Así de simple. Todo lo que debemos hacer es, por este orden, señalar una diana, lanzar al aire nuestro sicario cibernético y «descansar tranquilo».

El segundo pilar consiste, como si de una conclusión definitiva se tratara, del encomio de la Compañía que fabrica el producto. «Pensamos a lo grande», «estamos pensando a lo grande» repite por si no ha quedado suficientemente claro. Una afirmación que se confirma con la presentación de su oferta apoteósica: el enjambre de drones contra multitudes. A ello sirve una brevísima secuencia en blancos y grises de la panza de un avión abriendo su compuerta de carga y liberando una multitud de ejemplares del producto publicitado, como un enjambre de abejas, al aire. Sobre una ciudad. Para asesinar a la mitad de sus pobladores. «La mitad mala».

Ha llegado el momento de valorar el precio/beneficio de la oferta, y hay que calificarla de una oportunidad irrenunciable. «Con un pedido de 25 millones de dólares» puedes llevarte el enjambre de minúsculos drones que te permitirán exterminar a la mitad de una ciudad, la mitad «mala», por ejemplo, como ya se ha dicho. Sólo queda encargar un pedido o bien regalarse una reflexión personal sobre el progreso de la crueldad civilizada desde los años finales del siglo XX bajo las formas de las «armas inteligentes», las «operaciones quirúrgicas», los «daños colaterales» o «la guerra humanitaria». Todo lo englobado, en suma, en el sintagma Destructividad Humanitaria. Porque ahí estamos y es el futuro. Lo que parecía ser no es. Venimos de una tradición moral que consideraba la vida un derecho universal cuando, tal como nos muestra la publicidad, es un derecho propio y personal disponible en el mercado. Es de esa obcecación de donde pretende sacarnos nuestro hombre con su exhibición de tecnología digital. La nueva ética transhumana que alumbra la era del ciborg se resume en una antinomia: lo/el bueno frente a lo/el malo, sin otros matices, complejidades o circunstancias. De ahí la tranquilidad que nos garantiza el vendedor del arma para matar colectiva y personalizadamente en un instante a la especie. La mitad, hay que aclararlo porque para eso estamos en el eje del Bien, merecedora de su exterminio. No ya en razón de su naturaleza y obras, la vieja premisa, sino en razón de que poseo el dron que mata virtuosamente.

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