Ortuzar en Matrix
El otro día supimos que Andoni Ortuzar se propone continuar como presidente del EBB a la espera del veredicto de las bases. Ya no estamos en los tiempos cismáticos de Carlos Garaikoetxea y la fundación de EA. Tampoco queda rastro de la guerra banderiza que libraron los simpatizantes de Joseba Egibar y Josu Jon Imaz. Con esto cabe suponer que Ortuzar tiene el campo despejado y que la reelección se antoja como poco inevitable. No obstante, las bases continúan barajando alternativas y han propuesto nombres como el de Aitor Esteban. Para colmo, Eneko Lekue ha enarbolado su propia candidatura.
Las aguas bajan destempladas tras un ciclo electoral menguante. Primero fue el tropiezo de las elecciones municipales en 2023 y la derrota en Gasteiz. En la CAV, las candidaturas forales del PNV registraron una caída del 19,8% y cedieron el trono en Gipuzkoa. En Nafarroa, Geroa Bai perdió más de un cuarto de sus votantes. La tendencia se acentuaba un mes más tarde en las elecciones generales con un descenso del 26,8%. Ignoramos el efecto que pudo tener la jubilación de Urkullu, pero Imanol Pradales perdió cuatro parlamentarios en los comicios autonómicos y los votantes del PSE salvaron in extremis el juego de mayorías.
Para entonces, Ortuzar tenía bien ensayado su propósito de enmienda. «Ha sido un claro aviso», dijo en la primera noche electoral de 2023. «Tomamos buena nota de su mensaje». Unos meses después, en cambio, minimizó la debacle de Madrid interponiendo el pretexto de la polarización. Pero las costuras saltaron al cabo de una semana cuando Koldo Mediavilla admitía en las páginas de "Deia" que los resultados, «sin medias tintas», habían sido malos. Recomendaba, eso sí, sanar la «devaluación popular del PNV» de puertas para adentro y acusaba a Iñaki Anasagasti de haber aireado trapos sucios. Anasagasti lo rebatió pidiendo una urgente perestroika en el partido.
Hace años que los líderes jeltzales coinciden en el diagnóstico pero no aciertan con la tecla de las soluciones. En 2022, el PNV cartografió la reputación de las siglas mediante el proceso Entzunez eraiki. La ciudadanía, dice el documento de conclusiones, «nos percibe como un partido conservador». Es una sentencia letal para una formación que ha dedicado sus esfuerzos discursivos a reivindicar el centro. Somos un partido institucional, de gobierno, de orden, decía Ortuzar en "Espejo Público". «Eso suena a derecha», replicaba Susanna Griso. Y Ortuzar negaba la mayor. «Sí, pero luego hacemos probablemente la política más socialdemócrata que haya hoy en Europa».
De Entzunez eraiki se deduce otra moraleja aún más alarmante. Y es que los nacionalistas vascos quieren neutralizar «cierta imagen de ‘amiguismo’» que ha podido calar tras tantos años de gestión pública». Aquí se percibe otra ironía. El PNV ha tratado de vincular su identidad a la solvencia de gobierno pero es consciente de que han aflorado algo más que unas mallas clientelares. Hablar de deslices «amiguistas» suena a eufemismo en un momento en que el Tribunal Supremo estaba a punto de ratificar las condenas por asociación ilícita, cohecho, prevaricación, malversación y tráfico de influencias en el caso De Miguel.
Por ahora, hay mucho examen de conciencia pero pocos síntomas de recuperación. Las elecciones al Parlamento Europeo, que todo el mundo parece tomarse a chufla, fueron un excelente barómetro del nuevo tiempo político. Durante la noche electoral, ETB puso a disposición de los tertulianos una encuesta de la Forta que descalabraba a EH Bildu y empataba en la victoria al PSE y el PNV en la CAV. Hubo quien creyó que las aguas regresaban por fin a su cauce y que la fortaleza de los de Otegi no había sido otra cosa que un espejismo. El caso es que los apoderados enviaban otras sensaciones desde las mesas electorales. Tras el recuento, EH Bildu era la primera fuerza y el PNV se dejaba más de 200.000 votos en la gatera. Ortuzar culpó a la polarización entre Sánchez y Feijóo.
Los ideólogos del PNV se consuelan repitiendo que la pujanza de EH Bildu es estéril porque la izquierda soberanista no tiene margen para las alianzas. Lo cierto es que en los últimos años, EH Bildu ha cerrado pactos de investidura o presupuestarios en Iruñea, en Donostia, en Gasteiz, en Araba, en Bizkaia, en Gipuzkoa, en la CAV, en Nafarroa y en Madrid. En estos acuerdos han participado no solo los socialistas y la izquierda confederal sino también el PNV. Con quien no ha cerrado acuerdos ha sido con el PP. El PNV siempre defendió que los hermanamientos de Feijóo con Vox traspasaban todas las líneas rojas, pero Sabin Etxea iba a apoyarse en los populares para cortarle el paso a EH Bildu en las investiduras municipales y forales de 2023. Después amarró los presupuestos de Gipuzkoa con los de Génova.
Las tentativas de despejar cualquier sospecha de amiguismo también han dado en hueso. Gotzone Sagardui, que como consejera de Salud reclamaba un «cambio cultural en nuestra relación con los servicios sanitarios», acaba de fichar como directora médica del hospital privado Vithas. Díez Antxustegi sostiene que no existe ninguna incompatibilidad pero los informes constatan que los empleadores de la exconsejera mantuvieron al menos dos décadas de relación comercial con Osakidetza. La controversia se extendió unos días después, cuando el número tres de Sagardui en el Gobierno vasco recaló en Mutualia.
La misma suspicacia amiguista ha reaparecido en el Congreso español tras el voto del PNV contra el gravamen energético tal y como había anunciado Josu Jon Imaz. Hace ya 17 años que Imaz renunció a la presidencia del EBB porque temía llevar al partido a una escisión en medio del descontento interno. Petronor tampoco era un mal destino. Ahora la sombra de Imaz se proyecta sobre Ortuzar con un dilema de la misma índole. La píldora roja o la píldora azul. Abandonar o gestionar el descontento. «Todo lo que tiene un comienzo, tiene un final», dice el Oráculo en Matrix. Lo difícil es elegir cómo acabar y cuándo.