Jesús Valencia
Internacionalista

Otra flotilla victoriosa

El hecho contribuyó a desmoronar todavía más la imagen de Israel. Suecia y Noruega han reclamado responsabilidades internacionales. La tripulación detenida exige la devolución de las embarcaciones y sus respectivos cargamentos. La campaña de boicot va en aumento.

Concluye el parrandeo estival y, frente a tanto viaje insulso, sorprende el que protagonizó aquella flotilla que se hizo a la mar el 15 de mayo. Zarpó del puerto de Copenhague para librar un rotundo y desigual combate: denunciar el terrorismo sionista y, en la medida de lo posible, resquebrajar el cerco que este ha impuesto a Gaza; las toneladas de medicamentos que transportaba y los propios barcos, serían entregados a la población gazatí. El que levase anclas en aquella fecha, evocaba el setenta aniversario de la Nakba, trágica dispersión impuesta al pueblo palestino y que se mantiene vigente.

A semejante contingente naval no se le podía calificar de «escuadra»; estaba conformado por un viejo pesquero habilitado para la travesía y tres veleros que navegarían al socaire de los vientos. Tampoco merecía el rango de «armada» pues sus únicas armas eran los cuchillos con los que pelar patatas o cortar el salchichón. Sus tripulantes sabían de antemano que la consecución de sus objetivos sería incierta. La iniciativa de las flotillas solidarias había comenzado el año 2008 y, antes que estas, otras 31 embarcaciones antisionistas habían sufrido parecida suerte: o imposibilidad de zarpar o secuestro israelí en aguas internacionales. La de este verano tenía previsto atracar en Gaza a finales de julio tras dos meses largos de travesía. Haría 15 escalas en otros tantos puertos pero no a la usanza de los cruceros turísticos; cada escala sería un revulsivo contra la insensibilidad y un llamado a la solidaridad a favor de Palestina. En Palermo, la flotilla coincidió con la Caravana Abriendo Fronteras que, el mismo 19 de julio, se desgañitaba por Sicilia a favor de los refugiados.

¿Quiénes conformaban el pasaje de aquellas intrépidas embarcaciones? Treinta activistas originarios de doce países y cuatro continentes. Bastantes de ellos hubieran tenido plaza, atendiendo a su edad, en cualquier excursión de jubilados; muchas de ellas contaban en su haber con un largo currículum de temeridades internacionalistas. Pertinaces luchadores por un mundo más justo, obstinados defensores de causas legítimas y, por lo que toca, reiterados detractores del sionismo israelí. Zohar Chamberlain, israelí, participó el año pasado en la flotilla de mujeres; era propietaria del barquichuelo en el navegaron –el Zaytouna– que le fue requisado por sus intratables paisanos. Jan Petter Hammervold, ingeniero noruego que rehabilitó Al Awda, el pesquero insignia de esta nueva flotilla; participó en la del 2012 y lo volvió a intentar en la del 2015; en esta ocasión, el Juliano –cascaron con el que pretendían navegar– fue saboteado en la isla de Corfú. La enfermera Emilia Nacher había apoyado a los refugiados sirios en Grecia. Cristina Honorato, concejala de Sevilla, había participado en la caravana Abriendo Fronteras del año pasado. Lucia Mazarrasa esta jubilada como enfermera pero no como internacionalista; ejerció como tal en Nicaragua, Mozambique, Irak, Uruguay, Cuba y Perú. Charlie Andreasson actuó en Gaza como escudo humano cuando la Franja era machacada por los israelíes en el 2014. La francesa Sarah Katz dejo en tierra a sus tres hijos y cinco nietos; quería honrar la memoria de sus padres, miembros de la resistencia antifascista durante la Segunda Guerra Mundial.

El final de la travesía fue el previsto. Nada más iniciada, un gigantesco guardacostas alemán les abordó requiriéndoles identidades y planes de navegación. El 29 de julio, las fuerzas navales israelíes bloquearon la flotilla en aguas internacionales: detuvieron a sus tripulantes, confiscaron las toneladas de implementos médicos que transportaban y requisaron las cuatro embarcaciones. Una vez más, el puerto de Ashdod, sería –según los cálculos sionistas– el final de la iniciativa. Calculo erróneo ya que la denuncia se incrementó con el secuestro. El hecho contribuyó a desmoronar todavía más la imagen de Israel. Suecia y Noruega han reclamado responsabilidades internacionales. La tripulación detenida exige la devolución de las embarcaciones y sus respectivos cargamentos. La campaña de boicot –según el reciente balance de este año– va en aumento. Al rechazo internacional hay que añadir la quiebra que estas barbaridades están provocando en el interior del país.

Sarit Jacobsohn, artista israelí que hizo el servicio militar obligatorio, guarda un recuerdo amargo de aquella experiencia: «Cuando iba a la consulta de psiquiatría, tenía que esperar durante horas; estaba lleno de hombres y mujeres que lloraban desconsoladamente. Me contaban sobre los crímenes de guerra y las atrocidades que habían cometido; si yo intentaba consolarles se ponían aún peor; era imposible conseguir que dejaran de llorar. Se hace muy difícil seguir viviendo cuando te das cuenta de las atrocidades que has cometido; por eso hay tantos suicidios en el Ejército israelí».

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