Ander Jiménez Cava
Politólogo

Pan y Rosas

Detrás de la valla que separa la alfombra roja del mundo real está Roxana. Roxana es una mujer que voló a Euskadi desde Bolivia para ganarse la vida y que, costosamente, encontró un trabajo en la cocina de un restaurante.

En la gala del Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2019 hay mucha gente muy guapa, muy rica, muy famosa, muy lista: progresista. Entre esa gente está Penélope Cruz, a la que acompaña su marido, Javier Bardem.

Detrás de la valla que separa la alfombra roja del mundo real está Roxana. Roxana es una mujer que voló a Euskadi desde Bolivia para ganarse la vida y que, costosamente, encontró un trabajo en la cocina de un restaurante. Lleva tres horas y media esperando, apoyada en la valla. Se aburre, pero no puede dejar de sonreír ni de estar nerviosa. En poco tiempo llegará un coche del que bajará su musa, su ídolo. Es más; la mujer que sueña con ser. Y la mejor interpretando ese papel de trabajadora humilde y orgullosa, con la que tan fácil se identifica Roxana y que tantas veces le ha hecho llorar, emocionarse, y mucho más; también le ha inspirado una forma de enfrentarse a la vida. Le ha enseñado a valorarse como persona. Ahora está tan cerca de ella…

Por supuesto que ha merecido la pena ducharse y quitarse el olor a fritanga del cuerpo, maquillarse y ponerse su mejor vestido. Hasta lleva una rosa en el pelo. ¡Va a recibir a su amante! Claro que merece la pena seguir allí con los pies doloridos y la espalda cargada, sacrificando sus horas de descanso para ver de cerca a la que considera su confidente. Roxana cree que harían tan buenas migas… Seguro que sí. Se imagina con Ella tomando un café, contándole las cosas de su vida, riéndose y tratándola de tú a tú. «Bueno, Penélope, mañana nos vemos». Pero mientras sueña, un guardia de seguridad la empuja. Tenéis que moveros hacia allá. Roxana acaba de perder la primera fila. No importa. Detrás de esos niños puede ver bien, porque aún son más bajitos que ella.

De repente alguien grita: es Ella. Un coche aparca en la alfombra, se abre la puerta y baja Penélope Cruz. Sonríe mucho, lo hace con tal naturalidad que por un momento parece que esté en la misma dimensión que nosotros. La gente grita su nombre. Roxana también lo grita pero no tiene voz. Se acerca a la valla, se hace un selfie con una y firma un autógrafo a otro. Apenas puede verla, la gente se ha abalanzado sobre la valla y las dos personas que había antes se han convertido en veintidós. Ahora Ella se va. Consigue ver su espalda, su hombro. Su elegante vestido blanco está a menos de tres metros. Pero se aleja.

Cuando Roxana se va a marchar, ligeramente satisfecha, alguien dice: que vuelve. Y entonces ve a Penélope caminar en su dirección. La gente grita de nuevo, pero esta vez suena de fondo y Penélope Cruz, en primer plano; porque la está mirando a los ojos, directamente a ella. Le dice algo. Le está diciendo algo a Roxana. ¿Qué? La gente ahora también mira a Roxana. «¿Quién es esta?», dice la gente. «Que si eres Roxana», dice Penélope. «¿Yo? Sí. Yo soy Roxana. Me llamo Roxana», grita incrédula. Entonces Penélope Cruz: «Encantada». Le da dos besos. Y la gente grita pero ya no escucha nada. Roxana está llorando, llora mucho y otras chicas que hay alrededor de ella también lloran. De envidia, de agitación. Ante la certeza de que están presenciando algo increíble. Solo a ella se dirige Penélope Cruz. «Tranquila, ven conmigo», dice. Y la agarra de las manos y la rescata del gentío.

Ahora Roxana está subiendo las escaleras del hotel María Cristina junto a ella. Sigue agarrada de su mano. Como un niño pequeño, Roxana está Feliz. Es el mejor momento de su vida, sin lugar a dudas. Está viviendo una fantasía, por un instante llega a pensar que debe haber muerto. Y sigue llorando, no puede parar. Penélope le dice: «No pasa nada, cariño». Y la vuelve a besar. Y también la coge fuerte del hombro para ayudarla a subir las escaleras. ¡Es tan amable!

Ya están juntas en el bar del hotel, prácticamente solas. No hay fotógrafos y el ruido de la muchedumbre ha desaparecido. Se sientan en la barra y comienzan a hablar. Pero Roxana no sabe de qué hablan. Está confusa y no puede entender las palabras que salen de la boca de Penélope. Roxana solo dice sí. Le toca la rodilla para comprobar que es real. Intenta abrazarla. En un momento empieza a intuir sus palabras. Parece que entiende algo: «Estás muy mona», dice Penélope. Gracias, responde. «Estás fregona», vuelve a decir. «¿Qué? No te entiendo, bien, Penélope». «Digo que necesitamos una fregona». Y la imagen cambia de color y ahora es mucho más oscura. En la siguiente secuencia Penélope Cruz está empujando a Roxana a la cocina del bar del hotel. «¿Cómo? ¿Pero qué haces? Por favor…». Roxana se desespera. La cara de Penélope ha cambiado y ahora ya no sonríe. Ahora está seria y enfadada y quiere que Roxana entre a la cocina a fregar los platos y deje de resistirse. «¿Pero qué quieres…? ¿Qué es esto?». Roxana está asustada, llora de otra forma y no comprende nada. «¡Que tienes que fregar todo esto!», dice Penélope. «¡Que no te duermas en los laureles!». Entonces Roxana sale de su ensimismamiento. Está en la cocina y frente a ella hay una pila de platos. La voz de Penélope Cruz es la misma que la de su jefe. Roxana lleva toda la historia soñando despierta en su puesto de trabajo.

Debemos entender que la odisea de Roxana no es la del poema de Homero. Ella jamás volverá a ver a Penélope. Penélope se está follando a otros y ya no la espera. Ni siquiera la conoce. Roxana se va al váter, se coloca frente al espejo y, entre lágrimas, se sacude las migas de pan que tiene en el delantal. También se quita la redecilla que oculta que tiene una rosa aplastada en el pelo.

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