José María Pérez Bustero
Escritor

Pasar a la seducción

La eclosión de la Diada ha puesto sobre la mesa el tema de la independencia catalana y vasca, y los diferentes sujetos políticos han corrido a desnudarse sobre el tema. Sus declaraciones nos ponen delante la tormenta social e ideológica que, desde siempre, acosa al nacionalismo no español. Y con ello se hace evidente la inmensa tarea que tiene delante la izquierda abertzale.

Citamos primero el furor de la derecha. La Asociación de Militares Españoles (AME) avisó el día 24 de agosto que quienes colaboren o permitan la «fractura» de España deberán responder ante los tribunales castrenses por la «grave acusación de alta traición». El jefe del Estado, a su vez, afirmó: «Lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras». ¿Quimera? El diccionario aclara «lo que se propone a la imaginación como posible y verdadero no siéndolo». Pasamos al Partido Popular. El expresidente José María Aznar afirmó el 22 de setiembre en México: «nadie va a romper España». El Gobierno, entre otras medidas y negaciones, aprobó una reforma educativa en su Consejo de Ministros del 21 de setiembre, según la cual se adjudica a si mismo el 65 % de los contenidos educativos. Como explicará inmediatamente Basagoiti, así «pondrán coto» a que «los nacionalistas usen la educación para fabricar independentistas».

El PSOE, por su parte, se suma a la doctrina del régimen. Odón Elorza, explica en su blog que el País Vasco no puede compararse con los casos de Quebec, Escocia o Sahara Occidental. No tiene derecho a la autodeterminación porque «ni sufrimos un estado de ocupación colonial y carencia de democracia, ni tenemos impedido el desarrollo de nuestras singularidades, ni carecemos de un sistema amplio de autogobierno». En todo caso, Elorza presentó una enmienda en la Conferencia Política del PSE-EE del 21 al 23 septiembre proponiendo posibilitar una consulta sobre la independencia en el marco de una reforma constitucional y una vez lograda la disolución definitiva de ETA, para así dar respuesta al «desafío nacionalista» y a la «ceguera centralizadora del PP y UPyD». Pero ya el sábado por la tarde, retiró la enmienda, visto el clima existente en el partido. Patxi López resaltará días después que la independencia, vista desde la economía «es el peor negocio». Para entonces había ya afirmado Basagoiti que «es una prima de riesgo que inestabiliza la economía».

¿Cómo se posiciona el nacionalismo vasco? Vemos primero el PNV. Desde luego, no rechaza la independencia. La aplaza. En una entrevista a Radio Nacional (14 de setiembre), Urkullu aseguró que la ponencia política aprobada por su formación hacía ocho meses define al PNV «como partido nacionalista que busca la independencia». Sin embargo, añadía que el partido es «muy consciente» del siglo en el que vive, «de cuáles son los tiempos económicos, políticos, sociales» y los de «ordenamiento jurídico». Según él, los jeltzales creen que «el concepto de independencia hay que trabajarlo, plantearlo y modularlo». El PNV espera generar una «voluntad mayoritaria en la sociedad vasca de aspirar a más estatus de autogobierno».

¿Y la izquierda abertzale? No vacila. Define expresamente los objetivos «independencia y socialismo» como clave de su actividad. En estos últimos años ha modificado la estrategia, pero sigue con el mismo patrimonio ideológico. «Reivindicar un estado vasco libre en Europa» es el lema para estas próximas elecciones autonómicas. La independencia, por tanto, no queda reducida a nostalgia, ni es reenviada a tiempos supuestamente más adecuados, sino ejerce como leitmotiv, como razón básica de actuación.

Bien. ¿Cuál es el problema? La inmensa faena que tiene encima. Esa opción claramente independentista nos debe abrir los ojos a una tarea que tenemos aún en carne viva, referida al resorte de esa independencia. Es decir, al sujeto que nos llevará a ella, que es la ciudadanía vasca. Esa ciudadanía es en estos momentos un sujeto multiforme, desmembrado en tres cuerpos socio-jurídicos, con sensibilidades dispares, y donde los grupos ciudadanos tenemos mutuos recelos y resentimientos, mientras nos vemos invadidos por el vendaval nacionalista español. De ahí que el pueblo vasco no es al día de hoy un aparato locomotor eficaz independentista ni siquiera donde el nacionalismo es mayoritario, como puede observarse en las encuestas más recientes (ver GARA del 6 de octubre). Por tanto, la izquierda abertzale tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de extender el independentismo vasco hasta cuotas concluyentes de eficacia.

Pero mirémonos bien. ¿Qué recursos tenemos para ello? Nuestra actual forma de hablar, actuar y organizarnos, es decir, nuestra capacidad de resistencia, no convertirá a los vasco-navarros en sujeto eficaz de autodeterminación. Para ello necesitamos otra cualidad. La de persuadir, atraer, seducir. ¿La tenemos? Cabe afirmar que estamos iniciándola. Pero se ven solo los primeros tallos. ¿Suena áspero? Miremos nuestra operatividad más frecuente. Manifestaciones y alocuciones de denuncia, exigencias múltiples al Estado, elaboraciones sobre memoria histórica, proclamaciones desde «nuestros» aforos, platós o txokos. Todas ellas, básicas e imprescindibles. ¿Son actos seductores? No. En realidad, nos autosegregan. Por ello, debemos activar esa otra destreza. La de empatizar y seducir. ¿Cómo? Primero, convencernos a fondo de que la necesitamos. Una vez que lo tengamos del todo claro nos vendrán a la mente muchas maneras de hacerlo porque siempre hemos sido imaginativos. Hallaremos mil formas de salir de casa, de mirar de otra forma a «los otros», de conocerlos y darnos a conocer, de buscar temas comunes, de intensificar nuestra relación con zonas y sectores menos abertzales, de realizar hermanamientos de todo tipo con poblaciones no nacionalistas.

En todo caso, no ejecutaremos con pasión ese trabajo si a la vez no valoramos intensamente esta etapa previa. Obviamente, estamos fascinados por el acto final de independencia. Pues bien, resulta que la fase de llegada no es el punto clave. La fase esencial es la que antecede. Mañana nos topamos con la independencia y al día siguiente seguimos siendo un pueblo necesitado de ortopedia. Y es que los cambios radicales solo son operativos e irreversibles si se producen por la adhesión previa y responsable del pueblo.

Por ello, hacer camino no es una fase frustrante sino imprescindible. Estar de camino produce dolor, pero también genera el profundo gozo de hacer una trabazón y estructura progresivas. No hay parto sin embarazo. La criatura -la independencia- ya se mueve dentro. Hay que centrarse en la gestación. Interrelacionar tierras y personas, extender el euskera por invitación y contagio, ejercer de democracia activa a todos los niveles, excitar el sentido de igualdad y rechazo de las clases elitistas, la honradez de gestión, la puesta en marcha de instituciones que engloben todos los territorios y generen afinidad ciudadana.

Un detalle más. Decisivo como instrumento. Para realizar ambas tareas es necesario corregir el concepto de independencia. Es cierto que ese término nos trae a la mente historias de heroicidades, luchas sangrientas, odios y reacciones traumáticas, debido a que los estados colonizadores y las clases elitistas protagonizaron dichos procesos. Pero hoy debemos entenderla y reflejarla como un hecho connatural al proceso político de muchos estados. No va a ser una secesión o ruptura con el conjunto de las tierras, gente, pueblos «hispánicos» o «francos». En términos estrictos, independizarse es simplemente una desconexión del aparato estatal. Sólo de él. Por eso mismo, hay que sacudirse el miedo y las amenazas de todo tipo que se vierten desde la AME, la corona española, la derecha o el PSOE. Y al mismo tiempo que marcamos nuestra independencia, hemos de presentar a las demás tierras, gentes y pueblos una oferta y hasta un ruego explícito de vecindad, llena de contenidos, y a todos los niveles.

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