Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Patologizar la desigualdad

La patologización y la criminalización se interrelacionan sembrando la desafección de lo colectivo y colocando el ojo atencional en aquello que al sistema le interesa.

En el anterior artículo hablaba sobre la importancia de no convertir la actual crisis sanitaria en el eje de nuestros problemas económicos, sociales y/o sanitarios. Hablaba de que, como en las anteriores crisis que arrastramos, teníamos una oportunidad para identificar las desigualdades sociales prepandemia que deberían ser la base sobre la que trabajar en cualquier actuación centrada en la justicia social. Nuestro problema no es solo de covid-19, bueno quizás para algunas personas sí; pero esta crisis ahonda en la profunda desigualdad social que se va a acrecentar si no miramos más allá de nuestros dos metros de distancia social. Por eso abogaba por hablar de sindemia. El concepto sindemia nos remite a las sinergias de acción entre las diferentes epidemias que confluyen en el momento actual, algunas de ellas transmisibles y otras no, como son gran parte de las enfermedades crónicas presentes en un significativo porcentaje de la población, y a su vez definir cómo interacciona la desigualdad social en la prevención, el desarrollo e intervención en dichas enfermedades. Eso solo desde el impacto sanitario, ya que la erradicación de la desigualdad no puede ser sanitaria. Sin duda es necesario revisar los impactos diferenciales en la salud que, por otro lado, no es otra cosa que aplicar los principios legales vigentes, baste recordar en la corta distancia, que uno de los principios rectores de Osakidetza es la equidad. A veces, se entiende esta equidad meramente como tratar a todo el mundo igual, cuando la equidad requiere de señalar aquello que genera inequidad y poner los medios para que el acceso de todas las personas a los recursos sea en igualdad de condiciones. Un ejemplo sencillo, en estos tiempos de distancia y de medios telemáticos, quien no posea medios tecnológicos o no sepa utilizarlos va a quedar excluida de casi todos los recursos públicos. Otro ejemplo es el reparto de las vacunas, pero no solo por cómo directores, arzobispos, alcaldes, etc. han accedido a un recurso, la vacuna, cuando no les tocaba, sino porque AstraZeneca incumpla su contrato blindado y prácticamente inaccesible para vender al mejor postor. El capital y su premisa de máximo beneficio a costa de la vida humana puesto en marcha desde laboratorios y despachos, desde inversiones privadas que aprovechan las crisis para obtener beneficio, sin despeinarse, como en tantas otras ocasiones. Nos escandaliza porque pasa en Europa, pero Anesvad denunciaba que ya para noviembre pasado el 54% de las vacunas estaban vendidas a países que representan solo al 13% de la población mundial.

El sistema para hacer frente al problema de la desigualdad, sin abordarlo, realiza dos acciones; una, patologiza la desigualdad desdibujando el problema y convirtiéndolo en un problema aislado, personal. Otra, criminaliza a quienes sufren dicha desigualdad.

En el caso de la patologización de la desigualdad, si seguimos abordando la cuestión desde el marco normativo, se ha fragmentado la violencia contra las mujeres y lo que obtenemos es la pérdida del andamiaje estructural. Este marco normativo que ha diferenciado entre violencia de género, violencia sexual, acoso laboral, trata de mujeres, etc., desdibujando el origen de esta violencia e ignorando su objetivo. La búsqueda del hecho aislado conlleva una pérdida de lógica, de comprensión del problema, intentando focalizar la violencia en el hecho puntual que deriva en la patologización del agresor material. Unido a ello, existe una tendencia a patologizar el malestar de las mujeres y a etiquetarlo en entidades clínicas con soluciones farmacológicas. Todo ello, aunque con consecuencias muy bien diferenciadas, forma parte de esa inclinación a convertir en enfermedad lo que es político.

Po otro lado, la criminalización de quienes viven en pobreza, como ocurre en la Cañada Real, o en el caso de las mujeres que se sintetiza en las frases; «yo no sé por qué algunas se dejan pegar» o «ahora ya no se va a poder piropear a una mujer porque te va a acusar de violencia». En el caso de la migración, los medios alentaban el imaginario de asaltantes que asaltaban la valla o de personas que venían a lucrarse de nuestros servicios sociales o cuando no a violar a «nuestras mujeres».

Estos dos elementos, la patologización y la criminalización se interrelacionan sembrando la desafección de lo colectivo y colocando el ojo atencional en aquello que al sistema le interesa porque así es más fácil volcar la rabia y el malestar en lo particular, en lo cercano, en lo cotidiano, despolitizando nuestro quehacer y convirtiendo en enemiga a la vecina o al vecino.

Otro tema importante a la hora de hacer más comprensible la realidad es la sobreutilización de las metáforas que puede resultar interesante a la hora de dimensionar un problema estructural, pero que puede resultar ineficaz a la hora de abordar el origen y promover la asunción de responsabilidades con respecto a nuestras prácticas.

La tendencia a humanizar los virus y a ver como enfermedad lo humano, promueve esa propensión a patologizar lo que humanamente hacemos. Hablar de que el machismo o el racismo son el peor virus o que es la verdadera pandemia, enferma y externaliza el problema. Justo lo contrario que puede ocurrir con la covid-19, cuando se habla de que es inteligente o de ganar la batalla. Si queremos transformar el mundo necesitamos de nuevas narrativas, sin enemigos, sin guerras. El enfoque va a guiar nuestra interpretación y la posterior actuación, además de modelar nuestros imaginarios, promoviendo un afrontamiento activo o pasivo de lo que (nos) pasa.

No vaya a ser que esperemos la vacuna que acabe con el machismo, el racismo o la pobreza y se nos olvide que lo que hacemos cotidianamente deriva de nuestra humana ideología. Acotar las metáforas, asumir las responsabilidades individuales y colectivas de lo que hacemos cada persona, exigir responsabilidades políticas a quienes las tienen y responsabilidades éticas a cada una de nosotras y nosotros sería lo que humanamente nos corresponde.

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