Jonathan Martínez
Investigador en comunicación

Pedro Sánchez y el pato de South Park

Por si alguien albergaba todavía alguna duda, el PSOE ha vuelto a descubrirse como un apéndice parlamentario de la CEOE. Todas las promesas encendidas que auparon a Sánchez han terminado rebajadas o simplemente liquidadas por el camino.

Dice la sabiduría popular que es posible explicar cualquier aspecto de la realidad a través de algún capítulo de Los Simpson. No quiero poner en duda el refranero televisivo pero a menudo necesito echar mano de otras series animadas. En un episodio de South Park, el presidente de Estados Unidos es un pato que arroja excrementos por la boca. Es decir, por el pico. Los asesores llegan al despacho oval y reclaman la firma presidencial mientras la pobre ave de corral se limita a graznar y a ponerlo todo perdido de mierda.

Hoy se cumplen tres meses desde las últimas elecciones a las Cortes españolas, un trimestre malgastado en negociaciones infructuosas, pataletas de patio de colegio y promesas electorales declamadas en falsete. El teatro de la gobernabilidad ha tropezado este pasado jueves con su primer muro. Después de haber mareado la perdiz hasta extenuarla, el PSOE solo ha conseguido convencer a José María Mazón, el único diputado del Partido Regionalista Cántabro.

Hace ya más de tres años, Pedro Sánchez se convirtió en el primer candidato de la historia que caía derrotado en una sesión de investidura. En aquel entonces, su compañero de andanzas era Albert Rivera. Esta vez Sánchez ha acudido en solitario a reclamar la confianza de la cámara baja y ha vuelto a inmolarse en combate. Parece que el inquilino de Ferraz solo es capaz de acceder a la Moncloa gracias a la catapulta de la moción de censura. Por lo demás, récord mundial de venta de humo y cero patatero en la asignatura del diálogo.

En 2016, Sánchez y Rivera jugaron a forzar un adelanto electoral para que la culpa del fracaso recayera sobre Pablo Iglesias. La sensación general de hastío terminó por regalarle al PP más de medio millón de votos en los comicios anticipados. Ahora el PSOE vuelve a tensar la cuerda y se enzarza en un culebrón veraniego de acusaciones cruzadas y compraventa de ministerios. Parece que la estrategia vuelve a ser la misma: agitar en público la lista de agravios para adquirir ventaja en su pugna electoral contra Unidas Podemos.

El inconveniente es que el agotamiento se apodera de los electores. Quienes viven inmersos en la rutina parlamentaria tal vez entienden el espectáculo de estos días como un apasionante ejercicio dialéctico. Sin embargo, juraría que el común de los mortales se mueve entre la desesperación y la mala hostia. Hace apenas tres meses llamaban al voto útil y ahora enarbolan la bandera de la inutilidad. Donde ellos ven debate, otros solo vemos al pato de South Park, con sus graznidos de guano, poniendo la alfombra del Congreso hecha un cristo.

Si todo transcurre según el guión, en septiembre padeceremos una segunda sesión de investidura. Y si la segunda investidura encalla, regresaremos a los colegios electorales el 10 de noviembre. Por supuesto, una segunda llamada a las urnas volverá a activar la alerta antifascista. Las huestes del puño y la rosa apelarán una vez más al electorado con la promesa de doblegar a la derecha. En las elecciones generales de abril, el PSOE ya pedía un voto de izquierdas que le permitiera neutralizar la amenaza trifachita. En estos días, sin embargo, Sánchez no ha tenido empacho en mendigar la abstención del PP y de Ciudadanos. Cosas veredes, amigo Sánchez.

Vivimos tiempos chungos. Hace apenas unos años, al calor del 15M, nos calentaban la cabeza con los cantos de sirena de una renovación que nunca termina de llegar. Abajo el régimen, oíamos al principio. España se puede reformar, oíamos después. Ni PSOE ni PP, decían al principio. Lo que sea menos Vox, dijeron después. Casi sin darnos cuenta, hemos ido rebajando el nivel de nuestras expectativas hasta conformarnos con la pedrea. La derechización galopante de la política española ha permitido que un líder de vocación conservadora como Pedro Sánchez sea percibido en algunos mentideros progresistas como una especie de Che Guevara redivivo.

Por si alguien albergaba todavía alguna duda, el PSOE ha vuelto a descubrirse como un apéndice parlamentario de la CEOE. Todas las promesas encendidas que auparon a Sánchez han terminado rebajadas o simplemente liquidadas por el camino. «Lo primero que hará el PSOE será derogar la reforma laboral de Rajoy», decía Sánchez en 2014. «No hay que perder el tiempo en volver atrás», dice ahora la ministra de Economía. «Es nuestra obligación ofrecer a las 600 personas del barco Aquarius un puerto seguro», escribía el presidente en 2018. «La izquierda en España se ha dado cuenta de que tenemos razón» escribía Salvini siete meses después para celebrar la retención del Open Arms en Barcelona.

La incompetencia negociadora y el bloqueo parlamentario son alpiste para la abstención, la antipolítica y el populismo de derechas. Sánchez e Iglesias son incapaces de pactar un acuerdo de mínimos mientras Casado, Rivera y Abascal suben el tono de sus soflamas y apelan a los mecanismos más irracionales del descontento. Casado se frota las manos y aguarda un retorno al viejo turnismo bipartito. Rivera ejercita su macarrismo mientras fantasea con liderar la bancada derecha con sus trazas de Kennedy de saldo. Y Abascal tal vez sueña que el trifásico andaluz se instala por fin en la Moncloa.

Hay una locución latina que sirve para arrojar luz sobre cualquier encrucijada política. Cui prodest. ¿A quién beneficia? ¿A quién conviene el estancamiento de las negociaciones? ¿Quién saca tajada de un hipotético adelanto electoral? Habrá quien diga que el PSOE saldrá reforzado en una nueva llamada a concentrar el voto útil. Otros dirán que el tridente derechil se impondrá en las urnas ante el hartazgo del electorado de izquierdas. Otros calculan que después de unas nuevas elecciones podrá por fin cuajar un pacto central entre el PSOE y Ciudadanos. El sueño húmedo de la patronal.

El truco consiste en minar nuestra moral hasta que se instale como presidente, igual que en South Park, cualquier pato que escupa mierda por la boca. Y una vez más, podremos darnos por jodidos.

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