Txema García
Escritor y periodista

PNV: eclipse total

La astronomía de posición es la ciencia que describe el movimiento de los astros, planetas, satélites y fenómenos como los eclipses y tránsitos de los planetas por el disco del Sol. Así, un eclipse solar sucede cuando el Sol, la Luna y la Tierra se alinean, en ese orden. Es decir, la Luna se sitúa en medio, bloqueando el paso de la luz solar, y la sombra de la Luna se proyecta sobre la Tierra. Es lo que se ha observado estos últimos días en algunas partes de nuestro planeta, como México, Estados Unidos, Canadá o, incluso, en A Coruña.

En Euskadi, sin embargo, el eclipse principal que se puede observar a diario no tiene nada que ver con la mecánica celeste ni con la planetología ni mucho menos aún con la Astrometría. No, aquí los eclipses, desde hace ya unas cuantas décadas −¿será cosa del cambio climático?– se producen a ras de territorio, a la altura de la conciencia de los ciudadanos.

Es un fenómeno poco estudiado hasta ahora y que quizá esté más vinculado con las denominadas ciencias ocultas, como la alquimia, la magia o el ilusionismo o, incluso, con los fenómenos paranormales. Para entendernos mejor: una especie de ensoñación vasca («somos los mejores») maridada con la creencia de que somos «únicos» (como el Athletic) cuestión esta última que no deja de ser cierta.

Y el artífice de este milagro cuántico es nada menos que el PNV, un partido que con la ayuda de Jaungoikoa trasciende las leyes físicas del Universo para deslumbrar no solo a los ciudadanos de su tierra sino al conjunto de la Humanidad. En jerga eclesiástica diríamos que es el faro redentor que guía a este pueblo hacia un futuro de salvación eterno.

Sí, porque bajo la égida del PNV, la Tierra Prometida está aquí desde hace varios lustros. Hace cuarenta años, en la década de los ochenta nos prometió, y muchos se lo creyeron, una Euskadi soberana e independiente, y ya la tenemos aquí, postrada ante los poderes fácticos de un Estado −el español− tan carpetovetónico como siempre, es decir, desde los tiempos de los Reyes Católicos.

Bajo su audaz liderazgo, el PNV ha sido capaz de desindustrializar el país en las tres últimas décadas para convertirlo en un parque temático de servicios al que incorporar ahora un turismo intensivo y depredador que lleva camino de aniquilar nuestra costa y las principales ciudades del territorio, además de expulsar a nativos y encarecer el coste de la vida.

Sus décadas de gobierno, bien en solitario o bien en coalición, han desembocado en una Osakidetza que hace aguas por todas partes, que camina hacia una paulatina privatización de sus servicios, con miles de profesionales en situación de interinidad, listas de espera que crecen sin parar y una atención cada vez más limitada. Y qué decir de su Educación, con el porcentaje más bajo de todo el Estado español de estudiantes de enseñanzas no universitarias dentro de la pública, y con el porcentaje más alto de estudiantes de enseñanzas no universitarias dentro de la educación concertada.

Bajo su sensata conducción, el PNV ha logrado que aún falten por cubrir más de 6.000 plazas para alcanzar las 5 plazas por cada 100 personas mayores de 65 años que establece la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un «pequeño desfase» que a buen seguro se irá corrigiendo a lo largo de este siglo. No menos atención ha prestado el PNV a los recién licenciados. Según señala el VII Informe Young Business Talents casi el 85% de los jóvenes vascos estaría dispuesto a salir al extranjero con el objetivo de conseguir un trabajo.

Otros sectores productivos también se han visto extraordinariamente beneficiados por la labor realizada bajo el mandato del PNV. Ahí está el sector pesquero, en peligro de extinción, al igual que el agrícola y el ganadero. No menos interesante es su politica forestal, reducida al monocultivo del pino y el eucaliptu, en detrimento de las especies autóctonas.

Quizás para contrarrestar todo lo anterior, el país ha avanzado mucho en hormigonado. El PNV nos está alicatando toda la geografía de autovías, subfluviales, puentes y túneles para mayor gloria de cementeras, hormigoneras y constructoras. Y si no lo remediamos antes, poblará todas las crestas de nuestros montes de arbolitos de Navidad en forma de gigantescos aerogeneradores eólicos para mayor gloria y beneficio (que no del coste de la factura a los usuarios) de empresas como Iberdrola, causante del desastre de la cala de Basordas.

Pero si de algo hemos de estar orgullosos vascos y vascas es de que nuestros hijos e hijas hayan de convivir con nosotros hasta el fin de nuestos días. El acceso a la vivienda es el gran hito del Gobierno Vasco, capitaneado por el PNV y ayudado por su inquilino el PSE. Según el último informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud, los jóvenes vascos de 16 a 29 años de edad que comparten vivienda gastan más del 40% de su salario en el alquiler. Además, ni siquiera dedicando el 100% del salario joven mediano mensual podrían permitirse vivir en solitario en una casa de alquiler en Euskadi. Y, además, Euskadi está por debajo de la tasa media de emancipación juvenil del Estado, con un 14,8%.

Podríamos hablar también de la situación del euskera y de la cultura vasca, arrinconada cada vez más para no ofender las sensibilidades de la metrópoli y a ese tipo de democracia en la que bajo el respeto a la pluralidad se machaca al pequeño hasta hacerlo desaparecer.

«PNV, el Sol de tu tranquilidad», podría ser el eslogan de este partido, recordando una actuación de ópera que daba paso al anuncio de una conocida compañía de seguros, que acabó siendo una de las campañas más recordadas en este sector hace ya unos años.

Sí, desde hace cuatro décadas vivimos en Euskadi bajo un eterno eclipse de Sol, cegados por las sombras centelleantes de un partido que ha sabido dar gato por liebre y, encima, cobrarnos como si hubiéramos comido en un restaurante de tres estrellas Michelín. Un partido que siempre compara sus resultados con los que están en los furgones de cola, que siempre tiene a mano un roto para un descosido y que hace de los defectos, virtud. ¿Miramos al horizonte tal cual o seguimos con las gafas de protección?

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