Bittor Martínez

Política nauseabunda

Tenemos motivos y argumentos suficientes para revelarnos ante el sometimiento. Hemos demostrado que sabemos progresar, aunque nos falta planificar el progreso. Diseñemos el país y hagámoslo sin propaganda, sin alardes de ser los mejores del mundo y reconociendo nuestros problemas, para buscar las mejores soluciones.

Hace pocas fechas el presidente del Euskadi Buru Batzar del PNV, Andoni Ortuzar, reconocía como nauseabunda la política que está haciendo la derecha española, vociferada por sus últimos representantes, simuladores, salvando las distancias, de los tres mosqueteros. Y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo aunque solo sea en parte, puesto que considero que es nauseabunda la política practicada en general en la totalidad del territorio del Estado español.

Partimos del acusado déficit democrático de la transición del franquismo, hacia la cuarentena de años de régimen monárquico parlamentario bipartidista, durante la cual, los partidos mayoritarios han obviado fomentar la cultura de los verdaderos valores democráticos, encabezados por los derechos de las personas en un concepto social, por encima de los intereses particulares de determinadas clases expoliadoras de los bienes sociales. Disfrazaron la realidad democrática, utilizando la falacia del orgullo patrio, para alardear de una democracia ejemplar para el mundo entero.

Sin pretender rememorar la historia contemporánea en este momento, entre aquellas fechas y la actualidad, hemos llegado a un contexto político de retorno, en el que se hace insoportable el tufo al rancio, denostado y repugnante franquismo, presidido primordialmente por su irrenunciable unidad patria, como base impuesta para una democracia vigilada por el régimen vigente.

Se hace irrespirable en el fondo y en la forma, una política impregnada de un nauseabundo contenido de corrupción sistemática institucionalizada, paralizada en los tribunales, avanzando al ritmo de la prescripción para beneficio de los delincuentes. La situación generada en Catalunya, enjuiciando a sus dirigentes como presos políticos, por el delito de representar a una gran parte de la sociedad catalana y exigir el derecho a decidir de su ciudadanía. Una supeditación a ultranza de los espurios intereses del capital, en detrimento de los ciudadanos y ciudadanas. Una justicia subordinada al poder político del Gobierno. Una monarquía implicada en la vida política por encima de su designio constitucional. El arribismo a la política de una caterva de ignorantes, voceras, incultos, irresponsables, oportunistas y farsantes, intentando perpetuarse en comer la sopa boba a cuenta del erario público. La vocería, el ruido y la intoxicación política, exhibiendo una total falta de ética profesional, por una parte importante de periodistas y determinados medios de comunicación. La emergencia a la luz, sin complejos, por parte de esa derecha emboscada en la «democracia» durante muchos años, para considerar ahora el momento oportuno de reclamar la «España de unidad de destino universal».

Mientras tanto, Catalunya viene sufriendo desde 2004, con los desaires del cepillado en el Congreso de los Diputados protagonizado por el ínclito Alfonso Guerra. Del Tribunal Constitucional después de ser aprobado el Estatut por la sociedad soberana de Catalunya en referéndum. La explícita privación de libertad como medida represiva, contra el aumento del clamor independentista desde la sociedad, exigiendo, como manda la democracia, una acción política a sus mandatarios elegidos, como respuesta lógica ante el Estado represor. La continuación del episodio con el juicio al «procés», que desprende una cierta comparación en el fondo con aquel Consejo de Guerra de Burgos de 1970…

Por nuestra parte, Euskadi y Nafarroa están siendo blanco de planteamientos retrógrados e impensables para la sociedad vasca, como son el Concierto Económico con Euskadi y el Convenio Económico con Nafarroa. El cuestionamiento político de las transferencias pendientes del Estatuto de Gernika ¡desde hace cuarenta años! ¡Si está obsoleto! Pudiera ser un chiste si no fuera porque se trata de una cuestión sumamente seria, o si no, para qué se ha creado la ponencia del Parlamento con la intención de concertar un nuevo estatuto.

Tratándose de un asunto tan serio, como es el establecimiento del sistema organizativo, en el que las personas pobladoras de los pueblos, o naciones, o como semánticamente se quieran definir, desean organizar con el objetivo prioritario de garantizar el mejor sistema de vida para las personas y estando ya recogida en la Constitución española la diferenciación de Euskadi, Nafarroa y Catalunya, con el resto de comunidades del Estado, ante la nauseabunda situación política a la que hemos llegado en el Estado, es consecuente decir basta y de forma seria y reflexiva, iniciar una nueva etapa endógena, tras la prevista fallida transición, en la que vascos y catalanes, emprendan su libre andadura cada uno por su lado y en España… como les plazca. Igual hasta pudiéramos considerar de interés una mutua cooperación.

El problema es que, quizá, siendo sinceros y viendo nuestra conciencia en el interior, el hecho diferencial vasco, inconscientemente se ha llegado a frivolizar o folklorizar, perdiendo la fuerza y credibilidad que pese a los esfuerzos de algunos, debe ser reconsiderada. No por el hecho de ser vascos, sin más, tenemos el derecho a organizarnos, sino en función de la afinidad que se nos supone entre las personas que formamos este pueblo. Pero es preciso hacerlo de forma decidida, pensada en su conjunto, con el objetivo centrado en la preferencia de las personas sobre los intereses particulares.

Ayer, en la lucha antifranquista cabía la posibilidad de hacer el esfuerzo de ser independentista sin llegar a ser antiespañol, incluso colaborar con quien buscaba la libertad. Hoy, aquella opción, España nos la hace totalmente inviable. Nos obliga a optar por la independencia por dos motivos. El primero porque existe una cultura de pertenencia a un Pueblo Vasco, compuesto por un colectivo de personas que quieren vivir de forma independiente, autogestionada e intentando las alianzas externas que consideremos oportunas. El segundo, ahora ya, por vergüenza, higiene ética y política, apartándonos de esa España rancia y en camino de retorno a su esencia. Por negarnos rotundamente a ser españoles, haciendo un país diferente, de todos y para todos sus habitantes.

Tenemos motivos y argumentos suficientes para revelarnos ante el sometimiento. Hemos demostrado que sabemos progresar, aunque nos falta planificar el progreso. Diseñemos el país y hagámoslo sin propaganda, sin alardes de ser los mejores del mundo y reconociendo nuestros problemas, para buscar las mejores soluciones. Así señor Ortuzar, no habrá que mendigar, después de 40 años, las oxidadas transferencias del Estatuto de Gernika, aunque solo sea para seguir chalaneando nauseabundamente con España.

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