José María Pérez Bustero
Escritor

Poniendo sobre la mesa el vocablo independencia

Si dejamos claro lo referido a la independencia, nos queda otro campo por aclarar. ¿Qué pensamos de las zonas y de las personas que están bajo esos aparatos del Estado en la península ibérica? ¿Deseamos también romper con dichas zonas y gentes?

Ante la decisión del presidente del Gobierno español de disolver las Cortes y convocar elecciones para el 28 de abril, y su justificación de que el Gobierno debe seguir fortaleciendo la cohesión social y territorial para preservar la unidad de España, vuelve a ser imprescindible volver los ojos a esa parte de nuestro proyecto político que está directamente opuesto a ese dogma de la unidad: la búsqueda de la independencia ante cualquier otra estructura estatal.

Estamos en el siglo XXI, y cabe preguntarse: ¿desde cuando tenemos los vascos esa querencia de independencia que nos da identidad y nos enfrenta a propósitos centralizadores?

Desde luego, no es una actitud de esta época sino una especie de equipaje secular histórico. La vemos ya el 15 de agosto del año 778, en Roncesvalles, atacando a los francos que pretendían transformar las tierras vascas en parte de su estructura de frontera de cara a los musulmanes. Siglo y medio más tarde, el año 905, tenemos a Sancho Garcés que se proclamó rey de Pamplona creando así una estructura política vascona. Dos siglos y medio después, el año 1162, Sancho el Sabio se llamó rey de Navarra, y dio fueros seguidamente a Donostia y a Vitoria, impulsando una organización nueva en el país.

Pero esa independencia se quebró parcialmente décadas después, el año 1200, cuando el rey castellano se apropió de Álava, el Duranguesado y Guipúzcoa. Y se quedó agonizante el año 1512 con la toma de Navarra por el ejército castellano. ¿Qué pasaba mientras tanto en Iparralde? Funcionaron como tierra independiente un siglo y otro. Hasta que a finales del XVIII, el año 1794 esa soberanía desapareció con la dramática ocupación de las tierras vascas por las fuerzas de la Convención, y su sometimiento al Gobierno central francés.

Sin embargo, no se había disipado esa querencia de libertad, aunque su recorrido iba a darse sobre todo en determinadas tierras y resultaría dramático. La demanda de autogobierno volvió a emerger a lo largo del siglo XIX en Hegoalde pero su posibilidad se truncó de nuevo con la derrota tras las guerras carlistas. A pesar de ello, volvió a despertar con las concepciones de Sabino Arana. Pero quedó aplastada con el régimen de Franco. Sin embargo, no estaba muerta y salió a la luz una vez más con la ideología de ETA, y la penumbra del PNV. Pero nos la cambiaron por un doble estatus de autonomía en 1979.

Y ahora que estamos ante elecciones, ¿nos toca poner de nuevo sobre la mesa el tema de independencia? Antes de responder, vamos a darle un aspecto más concreto a ese término. En vez de echar simplemente al aire la palabra independencia, tratemos de definir qué pretendemos realmente y a qué se refiere ese objetivo.

Puestos a ello, y quedándonos en la zona sur, nos saltará a la vista que hay cinco estructuras en el actual «Estado español» de las que deseamos estar libres. ¿Cuáles son? La estructura policial, la estructura judicial, la estructura penal, el aparato legislativo y la función de personas simbólicas.

Vamos de una en una. Con la «independencia» buscamos no tener en nuestra tierra la llamada Guardia Civil, ni la Policía Armada, ni los cuarteles del Ejército. Tampoco queremos el funcionamiento del aparato judicial del Gobierno central como impartidor de justicia entre nosotros. Asimismo rechazamos la existencia de su aparato penal, con sus respectivas cárceles. Tampoco aceptamos el aparato legislativo de un gobierno que dicte el camino que debemos seguir, y nos obstruya o prohíba la puesta en marcha y mantenimiento de las leyes que deseamos. Y asimismo rechazamos el rol adjudicado a personas que simbolizan la unicidad del Estado y la tradición monárquica.

Si dejamos claro lo referido a la independencia, nos queda otro campo por aclarar. ¿Qué pensamos de las zonas y de las personas que están bajo esos aparatos del Estado en la península ibérica? ¿Deseamos también romper con dichas zonas y gentes? ¿O decir simplemente que pasamos de ellas? Ahí tenemos un tema importante donde es necesario definirnos –cosa que no hemos hecho claramente hasta ahora–, para no alimentar desconfianzas contra nosotros, sino hacer puentes de relación.

Para ello debemos expresar claramente cada vez que exponemos o aludimos a nuestros objetivos políticos de independencia que en modo alguno deseamos distanciarnos ni romper con las zonas ni con sus gentes. Rechazamos el aparato estatal policial, militar, judicial, penal, legislativo del Gobierno y el símbolo monárquico, pero consideramos a las demás gentes y zonas como vecinas, con procesos similares o entremezclados con los nuestros.

También sería muy útil hacer dicha aclaración al presentarnos a estas elecciones. No solo decir quiénes somos y qué pretendemos, sino asimismo explicar que, junto a nuestro ideal de independencia de los aparatos del Gobierno, somos conscientes de haber vivido conjuntamente con esas otras gentes y zonas muchos momentos del proceso histórico. Incluso tenemos claro que la mitad de nuestra población está compuesta por venidos de fuera y por hijos de esos venidos de fuera. Y que no queremos reducirnos ni encerrarnos en nuestra lengua y cultura, sino que asumimos la necesidad de conocer la historia y cultura de los demás. Nuestra cultura nos da una identidad pero también nos abre los ojos a la cultura y circunstancias de los otros pueblos, y nos hace ver que necesitamos de ellos.

Desde luego, tras mucho tiempo sin hacerlo nos va a costar mirar a fondo y verbalizar cómo estimamos a cada una de ellas. No solo a las que tengan un proceso paralelo al nuestro, sino a todas. Y manifestar que asumimos la tarea de interrelacionarnos de forma más expresa, y cultivar una vecindad más activa con ellas. Desde ese lenguaje y relación expondremos la conveniencia de que cada pueblo y tierra tenga su gobierno. Hasta el punto de que el llamado Gobierno central sea un simple coordinador.

Parecidamente deberemos impulsar esa conciencia y ese proyecto al otro lado del Pirineo. En Iparralde.

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